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Consideramos nuestra vocación misionera como una llamada y un don del Espíritu divino, que distribuye a cada uno según quiere (1Cor.12,11; AG 23).

 

A ejemplo de Jesucristo, queremos servir con amistad y amor a los hombres a quienes somos enviados. Damos testimonio, así, de la fuerza unificadora del Evangelio.

 

Anunciamos libre y valientemente el Misterio de Cristo y no nos avergonzamos del escándalo de la Cruz. Viviendo evangélicamente, con paciencia, longanimidad, bondad y amor sincero, preparamos el camino del Señor (AG 24).

 

Todos debemos interesarnos vivamente por la vida de la Iglesia y de  la sociedad y estar abiertos a los problemas de la época. También es obligación nuestra, confrontar a la Iglesia local y la sociedad con los problemas de la evangelización universal. En esto colaboramos con otros que están comprometidos en la misma tarea (AG 25).

 

Jesucristo quiso que sus discípulos fueran todos uno (Jn.17,21ss). Por eso, estamos obligados a promover, en cuanto sea posible, la unidad de los cristianos en la fe y en el amor.

 

Queremos estar abiertos a la acción del Espíritu, revisamos nuestros métodos tradicionales de evangelización a la luz de las necesidades de la Iglesia local y nos atrevemos a ir por caminos nuevos, siguiendo el ejemplo  del abad Francisco Pfanner.

 

Nuestro servicio exige respeto ante los valores espirituales y culturales de los pueblos. Por eso, les presentamos el Evangelio como el don de salvación, que asume lo bueno de su tradición, lo hace crecer y lo lleva a su perfección.

 

 

        Congregación de los Misioneros de Mariannhill

    "Mejores campos, casas, corazones"

La soledad, el cansancio y los fracasos nos recuerdan que somos seguidores de Cristo crucificado y que hemos de anunciar el mensaje de la Cruz. Por eso, no nos dejaremos desanimar en tiempos difíciles, sino que seguiremos, igual que el abad Francisco Pfanner, fieles a nuestra vocación.

 

La Oración y la Eucaristía constituyen el fundamento que sostiene nuestra labor. A fin de cuentas, es Dios quien obra la llegada de su Reino en la Tierra y no nuestro afán (AG 42).