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Nuestra oración diaria consiste, para los hermanos con órdenes mayores, en la Liturgia de las Horas y, para los demás, en una parte de la misma o el Rosario. Rezamos estas oraciones en nombre de toda la Iglesia y de la creación entera. Nos unimos a su alabanza, su acción de gracias y su plegaria, que presentamos ante Dios. En la oración nunca estamos solos: Cristo, Cabeza de la Iglesia y Señor del universo, ora con nosotros y eleva nuestras plegarias ante el Padre.

 

El Evangelio es el fundamento de nuestra vida misionera. Nos invita al amor de Dios y del prójimo, nos obliga a una generosa disponibilidad para con los pobres y afligidos y nos anima a tener los sentimientos de Cristo. Esto exige que profundicemos en la Palabra de Dios, mediante la lectura y el estudio y que, en la meditación diaria, su fuerza se haga fecunda para la vida de todos los días.

 

Cumbre de nuestra unión con Cristo es la celebración diaria de la Eucaristía. En ella nos encontramos con el Mediador entre Dios y los hombres, que se dio en rescate por todos (cf. 1Tim.2,5ss). La participación de un mismo pan, nos une con Él y entre nosotros (cf. 1Cor.10,17) y fortalece nuestra disposición para la entrega.

 

El llamamiento del Evangelio a la conversión es, para nosotros, una exigencia permanente, ya que nuestro egoísmo amenaza la entrega a Dios y a los hombres. El examen de conciencia diario y la confesión regular, el retiro mensual y los ejercicios espirituales anuales, nos ayudan a renunciar al amor propio, para poder ir al encuentro de Dios y de los hombres con libertad de espíritu.

 

El seguimiento de Cristo pide que llevemos la cruz de la vida diaria y del trabajo profesional y que soportemos de buena gana las molestias de la enfermedad y de la vejez.

Los hermanos viven en comunidad, se reúnen diariamente para la oración comunitaria, especialmente:

 

• Para celebrar la Eucaristía.

 

• Para recitar alguna parte del Oficio de las Horas.

 

• Para orar, a ejemplo de nuestro Fundador, por las necesidades de la Congregación y de los bienhechores.

 

La oración en común no es sólo expresión de la vida comunitaria, sino que también la forja.

 

Cada comunidad regula, ella misma, el tiempo y el modo de la oración en común, si no estuviera establecido de otra manera.          

 

Nuestra congregación se mantiene unida a María, Virgen y Madre de Dios desde sus orígenes. Ella, por su fe y amor, es guía de nuestra vida al servicio de la obra salvadora de su Hijo; por eso, la veneramos de modo especial.      

 

La fiesta principal de nuestra Congregación es la Presentación del Señor, el día 2 de Febrero. En este misterio, la Iglesia celebra a Cristo como luz que brilla sobre todas las gentes. Esta fiesta muestra también, de una  manera excepcional, el papel de María en la Historia de la Salvación.

 

Veneramos al Abad Francisco Pfanner, fundador de Mariannhill y gran pionero de la evangelización. Le recordamos especialmente el 24 de Mayo, aniversario de su fallecimiento.

        Congregación de los Misioneros de Mariannhill

    "Mejores campos, casas, corazones"

Como misioneros, nos consideramos llamados y enviados por Jesucristo. Todo nuestro servicio misionero debe, por tanto, nacer de la íntima unión con El. Entonces podremos esperar que nuestro servicio dé fruto. Tenemos la promesa: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, como yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí, no podéis hacer nada" (Jn.15,5).

 

La unión con Cristo no es posible sin la oración. Toda nuestra vida diaria puede convertirse en un encuentro con Él si logramos descubrirle en las personas y en los acontecimientos. Tal encuentro supone una fe profunda, que se alimenta de la oración. Por eso observamos con seriedad los momentos en que nos dedicamos a la conversación personal con Cristo,  que nos ha llamado sus amigos (cf. Jn.15,15). En la oración, Él nos guía y nos transforma en instrumentos dóciles de su Espíritu.

 

Nuestro cometido misionero nos urge a integrar en la oración personal y comunitaria las necesidades y esperanzas humanas, con las que nos encontramos diariamente. Así, nuestra oración es de amplitud apostólica. La oración, a su vez, nos anima y nos fortalece para no desfallecer en el servicio y para comunicar a otros el amor, que nosotros mismos recibimos.