PERSONAJE INVITADO: P. RANIERO CANTALAMESSA OFMCAP: “El Espíritu Santo, alma de la misión”

PERSONAJE INVITADO: P. RANIERO CANTALAMESSA OFMCAP: “El Espíritu Santo, alma de la misión”


P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
© OMP España / Camino Católico

1.- EL MEDIO Y EL MENSAJE:

 

Si yo quiero difundir una noticia, el primer problema que se me plantea es con qué medio transmitirla: ¿con los periódicos?, ¿la radio?, ¿la televisión? El medio es tan importante que la moderna ciencia de las comunicaciones sociales ha acuñado el eslogan: «El medio es el mensaje» (The mediums is the message) [1].

Ahora bien, ¿cuál es el medio primordial y natural de transmisión de la palabra? Es el aliento, el soplo, la voz. Él toma, por así decirlo, la palabra que se ha formado en el secreto de mi mente y la lleva hasta vosotros. Los demás medios no hacen más que potenciar y amplificar este primer medio del aliento o de la voz. Incluso la escritura viene después y presupone la viva voz, puesto que las letras del alfabeto no son más que signos que representan sonidos.

También la palabra de Dios sigue esta ley. Se transmite por medio del aliento, de un soplo. ¿Y cuál es, o quién es, el soplo o el Ruah de Dios, según la Biblia? Lo sabemos: ¡es el Espíritu Santo! ¿Puede mi aliento animar vuestra palabra, o vuestro aliento animar la mía? No. Mi palabra sólo puede ser pronunciada con mi aliento y la vuestra, con el vuestro. Así, de forma análoga, se entiende, la palabra de Dios: sólo puede ser animada por el soplo de Dios que es el Espíritu Santo.

Esta es una verdad sencillísima y casi obvia, pero de consecuencias inmensas. Es la ley fundamental de todo anuncio y de toda evangelización. El Espíritu Santo es su verdadero y esencial medio de comunicación, sin el cual no se percibe más que el revestimiento humano del mensaje. Las palabras de Dios son «Espíritu y vida» (cf. Jn.6,63) y, por tanto, no se pueden transmitir ni acoger si no «en el Espíritu».

Esta ley fundamental es la que vemos en acción, concretamente, en la historia de la salvación. Jesús comenzó a predicar «impulsado por el Espíritu Santo» (Lc.4,14ss). Él mismo declaró: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres» (Lc.4,18).

Después de la Pascua, Jesús exhortó a los apóstoles para que no se alejaran de Jerusalén hasta que no hubieran sido revestidos de la fuerza de lo alto: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros para que seáis mis testigos» (Hch.1,8). Todo el relato de Pentecostés sirve para poner de manifiesto esta verdad. Llega el Espíritu Santo y he aquí que Pedro y los demás apóstoles, en voz alta, comienzan a hablar de Cristo crucificado y resucitado y su palabra tiene tanta fuerza que tres mil personas sienten que les traspasa el corazón.

El Espíritu Santo, venido sobre los Apóstoles, se transforma en ellos en un impulso irresistible para evangelizar. San Pablo llega a afirmar que sin el Espíritu Santo es imposible incluso proclamar que Jesús es el Señor, que es la forma más elemental y el principio mismo de todo anuncio cristiano. Sin el Espíritu Santo – dice san Agustín –, grita al vacío: «Abba», quien lo grite [2], y sin el Espíritu Santo, grita en vano: «¡Jesús es el Señor!», quien lo grite. San Pedro define a los apóstoles como «aquellos que han anunciado el Evangelio en el Espíritu Santo» (1Pe.1,12). Con la palabra «Evangelio» indica el contenido y con la expresión «en el Espíritu Santo» indica el medio o el método del anuncio.

Sin embargo, nadie podrá expresar jamás el nexo íntimo que existe entre la evangelización y el Espíritu Santo mejor de cómo lo hizo el mismo Jesús la noche de Pascua. Al aparecerse ante los apóstoles en el cenáculo, les dijo: «Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Después sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn.20,21-22). Al dar a los apóstoles el mandato de ir a todo el mundo, Jesús les confirió,  también, el medio para poderlo realizar –el Espíritu Santo–, y lo confirió, significativamente, con el signo del soplo, del aliento.

He desarrollado estas reflexiones teológicas sobre el papel del Espíritu Santo en la evangelización —como se habrá notado— con prisas, sucintamente, porque, en realidad, lo que más me apremia es desarrollar el segundo punto: qué hacer, en concreto, para obtener el Espíritu Santo en nuestra evangelización; cómo hacer para ser, también nosotros, revestidos de la fuerza de lo alto, como en un «nuevo Pentecostés». Destacaré dos medios que considero esenciales para este propósito: oración y rectitud de intención. Lo que digo no se aplica sólo a la evangelización, sino que implica todo nuestro ministerio pastoral, por lo cual creo que nos interpela a todos, incluso a quien no está ocupado en la predicación en sentido estricto.

  1. ORACIÓN:

Es fácil saber cómo se obtiene el Espíritu Santo para la predicación. Es suficiente ver cómo lo obtiene Jesús y cómo lo obtiene la misma Iglesia el día de Pentecostés. Lucas describe el acontecimiento del bautismo de Jesús de la siguiente manera: «Mientras Jesús estaba orando, se abrió el cielo, descendió el Espíritu Santo sobre él» (Lc.3,21-22). «Mientras estaba orando»: se diría que, para san Lucas, fue la oración de Jesús la que abrió los cielos e hizo descender al Espíritu Santo. No mucho después, en el mismo Evangelio de Lucas, leemos: «Mucha gente acudía para oírlo y para que los curase de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar» (Lc.5,15-16). Ese «pero» adversativo es muy elocuente; crea un contraste especial entre las multitudes que apremian y la decisión de Jesús de no dejarse arrastrar por las multitudes renunciando a su diálogo con el Padre.

La tradición evangélica se ha preocupado de transmitirnos únicamente las noticias sobre la oración personal de Jesús; pero todo hace pensar que, junto a esta oración personal o privada, en la jornada de Jesús, existía la oración común a todos los israelitas piadosos, prevista en tres horas establecidas: al salir el sol, por la tarde durante el sacrificio en el templo, y por la noche, antes de dormir. ¡También Jesús ha recitado la liturgia de las horas! Por tanto, la oración fue una especie de telón de fondo ininterrumpido en la vida de Jesús, como un tejido continuo en el que todo se empapa.

Si, desde Jesús, pasamos ahora a la Iglesia, notamos lo mismo. El Espíritu Santo, en Pentecostés, vino sobre los apóstoles mientras ellos hacían «constantemente oración en común» (Hch.1,14). Lo único que podemos hacer en relación con el Espíritu Santo, el único poder que tenemos sobre él, es invocarlo y rezar. No hay otros medios. Pero este medio «débil» de la oración y de la invocación es, en realidad, infalible: «¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes le pidan!» (Lc.11,13). Dios se ha comprometido a dar el Espíritu Santo a quien ora.

No es suficiente la oración personal; se necesita también la de toda la comunidad. He experimentado muchas veces que la palabra de Dios ama venir sobre el anunciador cuando está en oración con una comunidad. Una vez estaba buscando una palabra para proclamar durante la predicación que hago todos los años el Viernes Santo, en la Basílica de san Pedro, en presencia del Papa. En un grupo de oración, un hermano leyó el fragmento de Flp.2. Al oír las palabras «toda rodilla se doble», una luz. Como si alguien me hubiera dicho: Ésta es la palabra que debes proclamar. Así hice y se reveló verdaderamente, por los frutos, como palabra de Dios.

Creo que no hay don más precioso para un anunciador o un pastor de almas que tener a su alrededor a un grupo de personas con las que orar con sencillez, como hermanos entre hermanos, sin distinciones de grado, de jerarquía. Tal y como estaban los apóstoles con las mujeres y los discípulos en el cenáculo, antes de salir por las calles de Jerusalén. Después, cuando están ante el pueblo, los apóstoles retoman sus vestiduras de apóstoles y su autoridad. En Hch.4 se ve cómo está la comunidad en oración, con la fuerza de los carismas que se manifiestan en ella, que devuelve el valor a los apóstoles Pedro y Juan, amenazados por el Sanedrín e inseguros sobre qué hacer, de forma que vuelven a anunciar con franqueza (parresia) a Cristo.

El esfuerzo para una evangelización mundial está expuesto a dos peligros principales. Uno es la inercia, la pereza, el no hacer nada y dejar que los demás hagan todo. El otro es lanzarse a un activismo humano febril y vacío, con el resultado de perder poco a poco el contacto con la fuente de la palabra y de su eficacia. Esto también sería lanzarse al fracaso. Cuanto más aumenta el volumen de la evangelización y de la actividad, más debe aumentar el volumen de la oración.

Se objeta: esto es absurdo: ¡el tiempo es el que es! De acuerdo. Pero, ¿quién ha multiplicado los panes, no podrá acaso multiplicar también el tiempo? Por lo demás, es lo que Dios hace continuamente y lo que experimentamos cada día. Después de haber rezado, se hacen las mismas cosas en menos de la mitad de tiempo. También se dice: ¿Cómo estar tranquilos rezando, como no correr, cuando la casa se quema? Esto también es verdad. Pero imaginad lo que le ocurriría a un equipo de bomberos que corriera a apagar un fuego y después, una vez en el sitio, se diera cuenta de que no tienen con ellos, en los depósitos, ni una sola gota de agua. Así somos nosotros cuando corremos a predicar sin orar. No es que falte la palabra; por el contrario, cuanto menos se reza, más se habla, pero son palabras vacías, que no traspasan el corazón de nadie. Palabras «inútiles».

Jesús dijo una frase que siempre ha hecho temblar a los cristianos: «De toda palabra ociosa que digan los hombres darán cuenta el día del juicio» (Mt.12,36). ¿Qué quiere decir palabra «ociosa»? ¿Tal vez palabra inútil, palabra mala, o calumnia? Los textos paralelos (cf. Mt.7,15-20) permiten comprender que Jesús quiere hablar aquí de los falsos profetas que hablan en nombre propio. El término griego, que se traduce normalmente por «inútil», u «ocioso», significa literalmente «ineficaz, estéril, que ni crea ni produce nada» (argon). Por tanto, palabra vacía, estéril. Lo contrario de la palabra de Dios que se define, con frecuencia, en la Biblia como enérgica (energes), eficaz y creadora (cf. 1Ts.2,13; Hb.4,12).

La famosa palabra «ociosa» de la que los hombres deberán dar cuenta en el día del juicio no es, por tanto, cualquier palabra ociosa; es la palabra inútil, vacía, pronunciada por quien debería pronunciar las enérgicas palabras de Dios. Es, en resumen, la palabra del falso profeta, que no recibe la palabra de Dios y que, sin embargo, induce a los demás a creer que es palabra de Dios. El hombre deberá dar cuenta de cada palabra inútil sobre Dios. He aquí el sentido de la grave advertencia de Jesús.

«Evita las palabrerías profanas», decía san Pablo a su discípulo Timoteo (2 Tim.2,16). ¡Cuántas conversaciones profanas las confundimos con palabra de Dios! En medio del torbellino de palabras inútiles y puramente humanas que salen de la Iglesia, el mundo ya no percibe la enérgica palabra de Dios y encuentra un buen pretexto para quedarse tranquilo en su incredulidad y en su pecado. Si escuchara la verdadera palabra de Dios, ya no sería tan fácil para el incrédulo escapar diciendo (como hace con frecuencia, después de escuchar nuestras predicaciones): «¡Palabras, palabras, palabras!». La palabra de Dios, leemos en Jeremías, es «como el fuego, como el martillo que deshace la roca» (Jer.23,29).

La evangelización tiene necesidad vital de auténtico espíritu profético. Sólo una evangelización profética puede sacudir al mundo. En el Apocalipsis se lee la siguiente frase: «El testimonio de Jesús es el espíritu de profecía» (Ap.19,10). Como decir: el alma de la evangelización (¡«testimonio de Jesús» equivale a evangelización!) es la profecía. Ahora bien, es precisamente de la oración de donde se saca este espíritu profético.

Hay dos formas de preparar una predicación. Puedo sentarme a la mesa y elegir yo mismo la palabra a anunciar y el tema a desarrollar basándome en mis conocimientos, preferencias, etc., y después, una vez preparado el discurso, ponerme de rodillas para pedir a Dios que le dé fuerza a mis palabras, que añada el Espíritu Santo a mi cultura. Es ya una buena cosa, pero no es el camino profético. Es necesario hacer lo contrario. Primero, ponerse de rodillas y preguntar a Dios qué palabra quiere decir; después, sentarse a la mesa y poner la propia cultura y los propios medios al servicio de Dios para dar cuerpo a esa palabra. Esto lo cambia todo: ya no se trata de una palabra mía, sino de la palabra de Dios; ya no es Dios el que debe hacer suya mi palabra, sino yo quien hago mía la palabra de Dios.

De hecho, Dios tiene, en toda circunstancia, una palabra suya que quiere que llegue a su pueblo. Es la que cambia las cosas, la que se necesita descubrir. Y es seguro que él no falla al revelársela a su ministro, si se la pregunta humildemente y con insistencia. Al principio, se trata de un movimiento casi imperceptible del corazón: una pequeña luz que se enciende en la mente, una palabra de la Biblia que comienza a llamar la atención y que ilumina una situación. Por tanto, una pequeña semilla. Pero, a continuación, te das cuenta de que dentro estaba todo; había un trueno que podría arrancar los cedros del Líbano. Estaba la fuerza del Espíritu Santo. Después te sientas en la mesa, abres tus libros, utilizas tus apuntes, recoges tus recuerdos, consultas a los Padres de la Iglesia, a los maestros, a los poetas… Pero ya es todo distinto. Ya no es la palabra de Dios al servicio de tu cultura, sino tu cultura al servicio de la palabra de Dios. Es ella la que domina y la que está por encima. Entonces, ella libera toda su fuerza.

¿Qué sucede en la oración que sea tan importante como para determinar todo este cambio? Es que con el solo hecho de ponerse en oración, el hombre se somete a Dios, se pone en actitud de obediencia y de apertura en relación con él: «reconoce a Dios su poder» (cf. Sal.68,35). Dios no puede revestir con su autoridad más que a quien acepta su voluntad. De otra forma sería magia, no profecía. Dios —decía el apóstol Pedro para explicar la incredulidad de los jefes del Sanedrín— da el Espíritu Santo «a quienes se someten a él» (cf. Hch.5,32). Lo da a los obedientes.

Hay que morir a uno mismo, dejarse lacerar el corazón, para acoger toda la voluntad del Padre, que es mucho más grande y distinta que la nuestra. Yo estoy persuadido de que existieron muchas noches de Getsemaní en la vida de Jesús, no sólo una. En ellas él luchaba con Dios, pero no para doblegar a Dios a su voluntad, como hacía Jacob en su lucha con Dios, sino para doblegar su voluntad humana a Dios y decir, ante cada nueva dificultad y exigencia: «Fiat, Sí». Después de estas noches, Jesús volvía a predicar a las multitudes y las multitudes decían, llenas de asombro: «¡Habla con autoridad! ¿De dónde le viene esta autoridad?».

¡Claro que hablaba con autoridad! De hecho, hablaba con la autoridad misma de Dios, porque cuando uno se rinde completamente a Dios, entonces, misteriosamente, Dios se rinde a él y le confía su Espíritu y su poder, del que ahora sabe que no abusará para sí mismo y para su gloria, ni para manipular a sus hermanos. Entonces sucede que las palabras que él pronuncia traspasan el corazón. Él mismo experimenta una autoridad que no viene de él. Con este propósito, aconsejo acercarse al sacramento de la reconciliación antes de cada compromiso importante de predicación. Estar libres de pecado sitúa en una especial sintonía con Dios.

 

  1. UNA EVANGELIZACIÓN HUMILDE:

Después de la oración, un medio importantísimo para permitir al Espíritu Santo que obre a través de nuestra predicación y, en general, a través de todo nuestro ministerio pastoral, es la rectitud de intención. El hombre ve lo externo, pero Dios escudriña las intenciones del corazón (cf. 1 Sam.16,7). Una acción vale para Dios lo que vale la intención con que se hace. El Espíritu Santo no puede actuar en nuestra evangelización, si el motivo de la misma no es puro. No puede hacerse cómplice de la mentira. No puede venir a potenciar nuestra vanidad.

Entonces, debemos preguntarnos: ¿por qué queremos evangelizar? ¿Por qué queremos dedicar este milenio a una evangelización mundial? El «por qué» se predica es casi tan importante como el «qué» se predica. Nada ofusca y disminuye tanto el poder de nuestra predicación como la falta de pureza en las intenciones. Hago referencia a dos direcciones en las que es necesario trabajar, sobre todo, para purificar nuestras intenciones: la humildad y el amor.

San Pablo pone de manifiesto que se puede anunciar a Cristo por motivos no buenos y no rectos: «Algunos predican a Cristo por espíritu de envidia y competencia,… por rivalidad» (Flp.1,15-17). Hay dos fines fundamentales por los que predicar a Cristo: o por nosotros mismos, o por Cristo. Consciente de esto, el Apóstol declara solemnemente: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo» (2Co.4,5).

Todos sabemos que Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, ha querido crear una antítesis tácita entre Pentecostés y Babel, de forma que presenta la Iglesia como el anti-Babel. Pero, ¿en qué consiste el contraste entre las dos situaciones? ¿Es que en Babel las lenguas se confunden y nadie entiende nada, aun hablando la misma lengua, mientras que en Pentecostés todos se entienden, aun hablando lenguas distintas? La explicación está en la misma Biblia. Está escrito que los constructores de la torre de Babel se prepararon para la empresa diciendo: «Ea, edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos famosos y no andemos más dispersos por la tierra» (Gén.11,4).

¿Habéis oído lo que dicen? «¡Hagámonos famosos!», y no: «¡Hagamos famoso a Dios!». En cambio, en Pentecostés todos entienden a los apóstoles porque ellos «proclaman las grandes obras de Dios» (Hch.2,11). No se proclaman a sí mismos, sino a Dios. Se han convertido radicalmente. Ya no discuten quién de ellos es el más grande, sino que están preocupados sólo de la grandeza y de la majestad de Dios. Están «ebrios» de su gloria. Éste es el secreto de esa conversión en masa de tres mil personas. Por esto los hombres, ante la palabra de Pedro, «sintieron que les traspasaba el corazón». El Espíritu Santo pasaba sin obstáculo a través de su palabra, porque la intención era recta, es decir, «dirigida».

En la antigüedad se creía que los constructores de Babel eran impíos que pretendían desafiar a Dios. Si así fuera, la contraposición juzgaría hoy sólo a los ateos, a los de fuera, y coincidiría con el contraste entre la Iglesia y el mundo. Pero no es así. Hoy sabemos que los constructores de Babel eran hombres piadosos y religiosos. La torre que querían construir era, en realidad, un templo para la divinidad. Era uno de esos templos con terrazas superpuestas, llamados zikkurat, de los que se han encontrado restos en Mesopotamia. El pecado de los hombres de Babel es que construyen un templo «a» Dios, pero no «para» Dios. Lo construyen para hacerse famosos, para su gloria. Instrumentalizan a Dios.

Por tanto, Babel nos juzga a nosotros. La contraposición entre Babel y Pentecostés ocurre dentro de la Iglesia. La evangelización, y este mismo discurso mío, toda iniciativa y actividad pastoral, puede situarse de la parte de Babel o de la de Pentecostés. Cada vez, se pasa del espíritu de Babel al de Pentecostés a través de una conversión del corazón. ¡Nosotros somos capaces de utilizar para nuestra afirmación personal incluso las cosas más santas, incluso el servicio a Dios, incluso a Dios! Somos impíos, podemos admitirlo claramente. ¡Cuál fue mi confusión y sorpresa el día en que, intentando descubrir, a través de los comentarios bíblicos, quiénes pudieron ser, históricamente, los constructores de Babel, de repente, vi con extrema claridad que uno de ellos era yo! Ya no necesitaba la arqueología. Ya no era necesario excavar en las ruinas de Mesopotamia; era suficiente excavar en mi interior, en mi corazón.

Éste es también el camino hacia un auténtico acuerdo ecuménico en la evangelización. Mientras trabajemos para hacernos famosos, o para hacer famoso a nuestro movimiento, a nuestra orden religiosa particular, a nuestra Iglesia o denominación, no podemos más que dividirnos entre nosotros, cristianos, y dejarnos consumir por el espíritu de competición y de rivalidad como, de hecho, ha ocurrido en el pasado. Cuando nos convirtamos a la gloria de Dios y anunciamos juntos sus grandes obras en fraternal concordia, en el respeto escrupuloso a las directrices de la propia Iglesia y con espíritu de humildad y de obediencia, entonces, todos nos escucharán, las personas se sentirán traspasar el corazón. Construiremos verdaderamente la torre que llega hasta el cielo, que es la Iglesia.

La solución es pedir a Dios que nos haga vivir una experiencia ardiente de su gloria, como hizo con algunos profetas. Isaías, al ver la santidad y la gloria de Dios, gritó: «¡Estoy perdido!» (cf. Is.6,5). Ezequiel cayó a tierra como muerto (cf. Ez.1,28). Después de esto pudo pronunciar su: «¡Ahora ve y profetiza a mi pueblo!» Eran hombres nuevos, muertos a la propia gloria, por tanto, libres y tremendos. El mundo está desarmado contra estos hombres. Con ellos no puede poner en práctica su poder de seducción y de lisonja.

Pidamos a Dios que nos conceda una experiencia de este tipo, de forma que enrojezcamos de vergüenza cada vez que nos sorprendamos buscando nuestra gloria personal y no cesemos de luchar y de arrepentirnos. Jesús decía: «¡Yo no busco mi gloria!» (Jn.8,50). Es necesario hacer nuestras estas palabras y repetírnoslas a nosotros mismos. Ellas tienen un poder casi sacramental de realizar lo que significan. Hagamos de ellas nuestro programa secreto. Más aún, os propongo proclamar ahora todos juntos esas palabras de Jesús, como una especie de grito de batalla. Que cada uno diga fuerte, en su propia lengua: «¡Yo no busco mi gloria!». De nuevo: «¡Yo no busco mi gloria!».

Este es un grito que hace temblar las puertas del infierno. Cinco o seis mil sacerdotes que no busquen su propia gloria serían suficientes para convertir, no sólo la Tierra, sino también otros planetas si fuera necesario. Pero recordemos algo: la carcoma de la búsqueda de la propia gloria no muere sin antes probar el leño amargo de la cruz. Aceptar la cruz, determinadas cruces, es el único camino para purificar de verdad nuestras intenciones y convertirnos, también nosotros, como los apóstoles en Pentecostés, en muertos a nosotros mismos y en proclamadores sólo de las grandes obras de Dios.

 

  1. EVANGELIZACIÓN Y COMPASIÓN:

Una vez quitado de en medio el obstáculo principal, que es la búsqueda de uno mismo, no estamos aún en la perfección de las intenciones. La intención en la predicación de Cristo puede estar contaminada por otras faltas. Entre ellas, la principal es la falta de amor. San Pablo dice: «Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que toca o unos platillos que resuenan» (1 Cor.13,1). La experiencia me ha hecho descubrir una cosa: que se puede anunciar a Jesucristo por motivos que tienen poco o nada que ver con el amor. Se puede anunciar por proselitismo, para encontrar —en el aumento del número de adeptos— una legitimación para la propia pequeña Iglesia o secta, especialmente si es de fundación propia o reciente. Se puede anunciar para llenar el número de los elegidos, para llevar el Evangelio a los confines de la tierra y así apresurar la vuelta del Señor.

Naturalmente, algunos de estos motivos son buenos y sacrosantos. Pero, por sí solos, no son suficientes. Falta ese genuino amor y compasión por los hombres que es el alma del Evangelio. ¿Por qué mandó Dios al primer misionero al mundo, a su Hijo Jesús? Por nada más que por amor: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn.3,16). ¿Por qué predicaba Jesús el reino? Únicamente por amor, por compasión. «Tengo compasión de estas multitudes —decía— porque son como ovejas sin pastor» (cf. Mt.9,36; 15,32). El Evangelio del amor no se puede anunciar más que por amor. Si no amamos a las personas que tenemos delante, las palabras se nos transforman en las manos, fácilmente, en piedras que hieren. Entonces, es necesario convertirse, pedir a Jesús su amor, junto con su palabra.

Con frecuencia, nos parecemos a Jonás. Jonás había ido a predicar a Nínive, pero no amaba a los ninivitas y Dios tuvo que esforzarse más para convertirlo a él, el predicador, que para convertir a los habitantes de Nínive. Jonás está visiblemente más contento cuando puede gritar: «¡Cuarenta días más y Nínive será destruida!», que no cuando debe anunciar el perdón de Dios y la salvación de Nínive. Se preocupa más de la higuera que le procura una sombra que de la salvación de esa ciudad. «Tú te enfadas —dice Dios a Jonás— por una higuera… ¿y no voy a tener yo compasión de Nínive, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir su derecha de su izquierda?» (Jn.4,10-11).

Por tanto, amor por los hombres. Pero también y, sobre todo, amor por Jesús. Es el amor de Cristo el que nos debe impulsar. «¿Me amas? —dice Jesús a Pedro— Apacienta a mis corderos» (cf. Jn.21,15ss). Apacentar y predicar deben nacer de una amistad genuina con Jesús. Es necesario amar a Jesús, porque sólo quien está enamorado de Jesús lo puede proclamar al mundo con íntima convicción. Sólo se habla con efusividad de lo que se está enamorado. El amor hace poetas y, para ser evangelizadores, hay que ser un poco poetas. Jesús es el héroe y nosotros debemos ser sus cantores, los que, como los antiguos juglares, van de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, proclamando las grandes hazañas de su héroe y suscitando admiración por él.

Hay un consejo que doy normalmente cuando algún sacerdote joven o seminarista me pregunta qué debe hacer para ser un sacerdote válido. Enamórate —le digo— de Jesús; haz de él tu amigo, tu Señor y tu héroe. Intenta establecer con él una relación de íntima y devota amistad. Pide al Espíritu Santo que ponga a Jesús «como sello en tu corazón». Después, vete tranquilo. El mundo te hará guerra, pero no te vencerá.

 

  1. UNA RENOVACIÓN DE LA PREDICACIÓN EN EL ESPÍRITU:

Todo lo que he dicho hasta ahora nos lleva a la conclusión de que es necesaria una renovación de la evangelización en el Espíritu Santo. Las esperanzas de la Iglesia de conquistar el mundo para Cristo y de presentarle un mundo más cristiano. En la celebración del XVI centenario del Concilio ecuménico Constantinopolitano I —el concilio que definió la divinidad del Espíritu Santo— Juan Pablo II escribió que «toda la obra de renovación de la Iglesia, que el concilio Vaticano II, tan providencialmente, ha propuesto e iniciado… no puede realizarse si no en el Espíritu Santo, es decir, con la ayuda de su luz y de su fuerza» (2).

He intentado ilustrar, en estas reflexiones mías, cómo podemos, por parte nuestra, colaborar con esta renovación de la evangelización mediante el Espíritu: con la oración, la humildad, el amor, la cruz. Ahora, antes de concluir, quisiera señalar un ámbito en que debería manifestarse esta renovación de la evangelización católica. Con frecuencia se repite que la falta o la debilidad de un primer anuncio fuerte de la fe, que lleve al descubrimiento y a la elección de Jesús como Señor y Salvador personal de la propia vida, es una de las causas principales del paso de muchos católicos, en determinadas zonas, a otras denominaciones cristianas o, incluso, a las sectas. Ciertamente, hay algo de verdad en ello. Nosotros, católicos, estamos más preparados, por nuestro pasado, para ser «pastores» que para ser «pescadores» de hombres, es decir, estamos más preparados para apacentar a las personas que han seguido fieles a la Iglesia que para atraer nuevas personas a ella, o a «repescar» a las que se han alejado.

Pero yo no creo que esta sea la razón última del malestar de la evangelización en la Iglesia católica. Esto es, a su vez, el efecto de una causa más profunda que creo que se debe tener el valor de manifestar. En las iglesias protestantes, y especialmente en determinadas iglesias nuevas y sectas, la predicación lo es todo. Como consecuencia, a ella se preparan y en ella encuentran el modo natural de expresión los elementos más dotados. Es la actividad número uno en la Iglesia. Sin embargo, ¿a quiénes se reserva entre nosotros para la predicación? ¿Dónde terminan las fuerzas más vivas y válidas de la Iglesia? ¿Qué representa el oficio de la predicación entre todas las actividades y destinos posibles para un joven sacerdote? Me parece entrever un grave inconveniente: que se dedican a la predicación sólo los elementos que quedan después de haber elegido para los estudios académicos, para el gobierno, para la diplomacia, para la enseñanza y para la administración. Aquí está, en mi opinión, el punto débil.

Es necesario devolver su puesto de honor en la Iglesia al oficio de la predicación. Me ha llamado la atención una reflexión del Padre de Lubac: «El ministerio de la predicación no es la vulgarización de una enseñanza doctrinal en forma más abstracta, que sería anterior y superior a él. Es, por el contrario, la enseñanza doctrinal misma, en su forma más alta. Esto era cierto en la primera predicación cristiana, la de los apóstoles, y es igualmente cierto en la predicación de los que los han sucedido en la Iglesia: los Padres, los Doctores y nuestros Pastores en el momento presente» (3). A su vez, Urs von Baltasar dice que «la misión teológica misma está subordinada a la misión de la predicación en la Iglesia».

Estas afirmaciones me han impresionado porque parece que, de hecho, la relación existente entre estas dos actividades, por lo menos en opinión de la mayoría de la gente y de los mismos sacerdotes, es precisamente la contraria, la predicación no sería más que la vulgarización de una enseñanza más técnica y abstracta que le es anterior y superior: la teología. San Pablo, el modelo de todos los predicadores, ponía claramente la predicación antes que cualquier otra cosa y todo lo subordinaba a ella. Hacía teología predicando, y no una teología desde la que dejar que los demás dedujeran después las cosas más elementales para transmitirlas a los fieles sencillos en la predicación.

En este punto, yo me atrevo a hacer una invitación: «¡Teólogos, a la predicación! Teólogos, no paséis toda la vida frecuentando los libros, las bibliotecas y los institutos académicos, o las distintas redacciones. Lo que estas cosas podían daros, tal vez os lo han dado ya. Existe otra fuente de conocimiento de los caminos de Dios, otra escuela: ¡la vida, las almas! Ellas os enseñarán lo que los libros y los maestros humanos no han podido enseñaros. También va dirigida a vosotros la invitación de Jesús: ¡Id también vosotros a mi viña!: Ite et vos in vineam meam!».

¡Hay necesidad de vosotros, precisamente de vosotros! Hay necesidad de personas preparadas para hacer síntesis, para aplicar el mensaje al mundo de hoy, para dar al pueblo de Dios lo mejor de la doctrina, no ideas de segunda mano, para inculturar la fe en profundidad. Hay necesidad de personas preparadas en los estudios, que posean un método sólido, que abran al pueblo de Dios los depósitos de la tradición católica, donde están almacenados inmensos tesoros de experiencia, de doctrina, de santidad y de discernimiento. Y esto, sólo vosotros podéis hacerlo. Hay necesidad de personas que sepan «demostrar al mundo en qué está el pecado…. El pecado consiste en que no creen en mí» (Jn.16,8-9). Hay necesidad de personas capaces de empuñar las armas que, —como dice san Pablo— «sean capaces de destruir fortalezas, de deshacer las acusaciones y toda altanería que se levante contra el conocimiento de Dios, de someter todo entendimiento a la voluntad de Cristo» (2 Cor.4-5). Y estas personas sólo podéis ser vosotros.

Es verdad que el servicio que la teología presta a la evangelización es ya inmenso y variado. Pero no es suficiente. Es todavía demasiado indirecto; deja a los demás, a los simples agentes pastorales, el hacer una síntesis que ellos no son capaces de hacer. Hay necesidad de teólogos en la arena, no sólo a distancia.

¿Hombres «perdidos» para la investigación y para la teología? Yo digo: No; al contrario, ganados. ¿No eran Orígenes, Agustín y Basilio buenos teólogos? ¿Y qué hacían ellos todo el día si no predicar al pueblo y educarlo? ¿Cómo nacieron sus tratados teológicos más sublimes, si no de su actividad pastoral? ¿Dónde adquirieron su estupenda claridad y esencialidad, si no de la necesidad en que se encontraban, cada día, de explicar sus ideas al pueblo, con frecuencia, analfabeto? «Prefiero ser entendido por un pescador que alabado por un profesor» (Malo intelligi a piscatore quam laudari a doctore), decía san Agustín, y así ha terminado por obtener ambas cosas: es comprendido por los sencillos y admirado por los doctos.

Por tanto, no elementos perdidos, sino más bien ganados para la teología. Para una teología, se sobreentiende, menos académica, menos ideológica, menos escolástica y más espiritual. Menos en diálogo o, según los casos, en lucha, perenne y extenuante con la filosofía y la cultura del mundo y más en diálogo con la vida del cristiano y con el mundo de la fe. Es cierto que no todos están llamados a dejar la investigación para dedicarse exclusivamente a la predicación directa y al ministerio pastoral como el Señor me ha pedido a mí. ¡Ay si fuera así! Pero todos están llamados a asumir una parte más activa en la evangelización.

Un día Pedro dijo a Jesús: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos espera?» Y Jesús respondió prometiéndoles «el ciento por uno y la vida eterna» (cf. Mt.19,27-29). Quizás, también a nosotros se nos ocurre pensar: a lo que Jesús nos llama como evangelizadores es difícil; ¿qué recibiremos a cambio? Debo dar el siguiente testimonio a Jesús: Él da de verdad el ciento por uno ya aquí abajo, sin contar la vida eterna. El ciento por uno en alegría, plenitud de sentido y de vida; en hijos, hijas, hermanos, hermanas y madres. Una alegría tan profunda e intensa que Pablo la compara con la alegría del hombre que engendra una nueva vida: «Yo —dice— por medio del Evangelio os he engendrado en Cristo Jesús» (1 Cor.4,15). A veces se vive con intolerancia el propio celibato sacerdotal, pensando que nos esteriliza. La causa es que no se ha descubierto la alegría de la fecundidad espiritual que proporciona, especialmente, el ministerio de la predicación.

En el momento en que recibí la oración «para una nueva efusión del Espíritu», alguien pronunció sobre mí estas palabras: «Conocerás una nueva alegría en el anuncio de mi palabra». ¡Ha sido verdad! También en el ámbito espiritual, pocas alegrías son comparables a la de convertirnos en padres de almas. Una vez, en un congreso, después de haber hablado, sentí que alguien, entre la multitud, me tiraba del borde del hábito. Me volví. Era un joven que casi no tuvo tiempo de gritarme: «¡Padre, yo soy cristiano por causa tuya!» Y desapareció de mi vista. Pero qué conmoción, qué sentido de temor y de agradecimiento a Dios, que nos llama a ser sus colaboradores y no para generar vida corruptible, sino incorruptible.

Para que no nos apeguemos al ciento por uno aquí abajo, sino sólo a la vida eterna, a veces ocurre que se nos quita toda alegría y sentimos sólo cansancio, angustia, tribulación y, sobre todo, vergüenza por la incoherencia entre nuestra palabra y nuestra vida, y deseo de callar y de escapar. Pero entonces es el momento más precioso, el de dejar toda la alegría a Jesús.

A propósito de la alegría que podemos dar a Jesús, un día abrí la Biblia y me vino esta palabra que creo que no es sólo para mí, sino para todos nosotros, aquí reunidos, para redescubrir nuestra vocación de mensajeros del Evangelio. Es una palabra que nunca había notado antes de ahora: «El frío de la nieve en el calor de la siega, tal es un mensajero fiel para quien le envía: refresca el ánimo de su Señor» (Prov.25,13).

La imagen del calor y del frío me ha hecho pensar inmediatamente en Jesús en la cruz que grita: «¡Tengo sed!». Él es el gran segador sediento de almas que estamos llamados a refrescar con nuestro humilde y devoto servicio. Él es el héroe, del que estamos llamados a ser poetas y cantores. Por eso, dirijámosle nuestra oración: Señor Jesucristo, nosotros somos hombres de labios impuros y habitamos en un pueblo de labios impuros. Pero si tú nos aceptas, cada uno de nosotros te repite con alegría, como el profeta Isaías: Ecco ego, mitte me!: «¡Heme aquí Señor, envíame!»

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

+ Ponencia en Madrid, 20 de Marzo de 2018.

Traducción de D. Pablo Cervera Barranco.

OMP España / Camino Católico.

© Imágenes tomadas de Internet.

 

NOTAS AL TEXTO

[1] Marshal Mcluhan, Understanding Media. The Extensions of Man (Mc Graw Hill, Nueva York 1964).

[2] Cf. S. Agustín, Sermón, 71,18: PL 38,461.

(2) AAS 73 (1981) 521.

(3) H. de Lubac, Exégèse médiévale, I, 2 (París 1959) 670.

 



Proceso de formación inicial

a.- Candidatado (Aspirantado): Animamos a los directores vocacionales a intensificar sus contactos con los aspirantes y sus familias y parroquias mucho antes de que los candidatos vengan a vivir con nosotros durante su período de candidatado. Parte del candidatado incluye los estudios filosóficos y religiosos o profesionales. Hasta donde sea posible, las familias de los candidatos deberán pagar o contribuir a los estudios y mantenimiento de los candidatos. Durante las vacaciones debería animarse a los candidatos a coger un empleo de cara a ocuparse de sus necesidades y aprender a responsabilizarse de sus vidas.

b.- Postulantado: Al final del candidatado y de los estudios filosóficos o religiosos, los candidatos hacen un extenso período de postulantado como preparación para el noviciado. Se recomienda que los últimos tres meses del postulantado sean hechos por todos los postulantes juntos en Mariannhill antes de su Noviciado común, de forma que dispongan de tiempo suficiente para conocerse mutuamente.

c.- Noviciado: Habrá un Noviciado común en Mariannhill desde el 2 de Febrero -de ese año- hasta Febrero del año siguiente. Al final del Noviciado los novicios harán sus primeros votos y el Gobierno General los asignará a diferentes centros de formación de la Congregación para los estudios teológicos y profesionales.

d.- Posnoviciado (Juniorado): Si un miembro recién profeso recibe el primer destino fuera de su provincia, deberá ser transferido a esa provincia durante el tiempo que duren sus estudios. El será miembro de pleno derecho de esa provincia con todos los derechos y deberes. Siempre existirá para el miembro la posibilidad de permanecer en esa provincia durante los cinco años siguientes a su ordenación.

Adopta un paquete de ropa para enviarlo a países de Misión

Según temporadas, solemos recibir como donativo a las misiones, todo tipo de ropa, en buenas condiciones o a estrenar; muchas veces es ropa para bebés y niños pequeños, muy apreciada allí donde tienen un índice de natalidad tan alto y en nuestros orfanatos. También nos han llegado, a veces, uniformes escolares y de trabajo, muchos de ellos sin estrenar, sobrantes de alguna empresa que se acordó de nosotros o trajes de primera comunión y alguno de novia.

¡Es una alegría tener para dar! Esta ropa se agrupa en lotes de 10 kgs. y se envuelve en paquetes de tela y rafia, cosidos a mano -para evitar que nadie los abra y se quede con algo-, para ser enviados a nuestras misiones en grupos de 8, 10 ó 12 paquetes certificados. ¡Hasta la fecha han llegado siempre todos y en buenas condiciones!

El problema viene cuando vemos el dinero disponible para enviarlos a Misiones, pues cada paquete suele valer unos 50,00 euros, lo que limita mucho la posibilidad de hacer nuevos envíos hasta disponer del dinero para ello.

Por ello, recurrimos a vosotros y os pedimos: ¡Adopta un paquete de ropa para enviarlo a Misión! Muchos te lo agradecerán y orarán por ti desde allí. ¡Te esperamos!

Becas de estudio para formar  futuros misioneros de Mariannhill

A finales del año 1893 el Abad Francisco escribía a sus amigos y bienhechores:

“Si el aumento de postulantes sigue produciéndose con la misma rapidez, el próximo año tendremos 100 hombres. Cuando veo todos los que cada día se sientan a la mesa, me entra el miedo en el cuerpo y me asalta la preocupación: ¿De dónde sacaremos pan para tantos y cómo les vamos a vestir? Pero, por otra parte, al contemplar tantos hombres valientes, entregados y sacrificados, me lleno de alegría y consuelo, pues ellos son mi riqueza…

Nos vemos de nuevo impulsados a dar gracias a Dios por haber bendecido tan generosamente nuestros trabajos y a rezar por nuestros bienhechores, que con sus donativos, siempre bienvenidos, han hecho posible nuestro éxito”.

Lo que el Abad Francisco experimentó hace más de cien años lo seguimos viviendo los que hoy somos sus hijos: el miedo ante todo lo que conlleva la formación de futuros Misioneros de Mariannhill. Por otra parte, ellos son el futuro y la riqueza de nuestra Congregación. Así pues, confiados en el cuidado providente de Dios y en el apoyo de los que hoy sois los bienhechores de Mariannhill, seguimos adelante.

Los aspirantes a futuros Misioneros de Mariannhill empezarán siempre con el preceptivo Postulantado. Cuando hagan los primeros votos, unos irán a estudiar filosofía/teología para ser Sacerdotes de Mariannhill; otros irán a diferentes escuelas profesionales o centros de formación diversa para ser Hermanos de Mariannhill. Todo un proceso formativo que ronda los diez años de duración.

Como veis, el aumento de Hermanos y Padres Misioneros de Mariannhill, depende en gran medida de vuestras ayudas y, por ello, os invitamos a seguir haciendo el bien apoyando, mediante Becas de Estudios o Donativos para la Formación,la formación de las nuevas generaciones de Misioneros de Mariannhill.

Centro Misionero de Mariannhill en Bosa/Bogotá (Colombia)

Un proyecto ilusionante

Los lectores de esta revista misionera saben de los comienzos de la presencia de Mariannhill en Colombia; empezando primero en el Vicariato de Trinidad, concretamente en Montañas del Totumo [Paz de Ariporo/Casanare], y más recientemente en una de las grandes barriadas del distrito de Bosa, en la periferia de Bogotá, perteneciente a la Diócesis de Soacha.

En dicha barriada se nos ha encomendado una parroquia, donde llevamos trabajando poco más de un año. Allí queremos dar cuerpo a un proyecto ilusionante: levantar un Centro Misionero que sirva para acoger durante el día a los ancianos, dar protección y educación a los niños, realizar actividades con los afrocolombianos; todos ellos afectados por el conflicto civil del país.

El Centro servirá también como residencia para la comunidad de Mariannhill, que atiende dicha parroquia, así como para la formación de futuros misioneros.

El Centro servirá también como residencia para la comunidad de Mariannhill, que atiende dicha parroquia, así como para la formación de futuros misioneros.

Una situación inquietante

El distrito de Bosa se encuentra en la periferia de Bogotá y pertenece a la Diócesis de Soacha. Esta ciudad se encuentra, de hecho, unida a la capital colombiana. Bogotá es la ciudad que tiene el nivel más alto de crecimiento demográfico en toda Latinoamérica. Se calcula que unas 200.000 personas llegan a instalarse en la ciudad cada año. Ello se debe a la situación política y de guerra por la que está pasando el país.

Los desplazados encuentran en las periferias de Bogotá un lugar donde asentarse y el Gobierno mismo asienta en ellas a muchos desmovilizados. Tanta y tan frecuente es la afluencia de estos grupos, que el mismo Gobierno no tiene ni planes ni fondos para preparar aquellas infraestructuras, que vengan a atender o paliar las necesidades básicas de alojamiento, educación y salud. Esto crea con frecuencia situaciones caóticas, que devienen en caldo de cultivo para toda clase de problemas, siendo la violencia y la corrupción los principales.

Una tarea a realizar

En el área de la parroquia viven más de 100.000 personas y el Gobierno sigue construyendo casas sociales muy sencillas para ir instalando en ellas a más desplazados o desmovilizados. La población está compuesta, en su mayor parte, por esta clase de gente. Esta gente no solamente tiene muchos problemas y necesidades sino que, a veces, crean problemas  de convivencia en las comunidades donde se alojan o se les instala. Al margen de la labor pastoral que los Misioneros de Mariannhill debemos realizar a través del cauce de la parroquia encomendada, deseamos poder colaborar a fin de mejorar el nivel de vida de la gente con la que vivimos.

Pedimos a los líderes locales que nos ayudaran a identificar aquellas áreas más necesitadas de nuestro servicio, y que, dadas nuestras posibilidades de personal y los terrenos que ahora contamos, pudiéramos atender. De estas conversaciones salieron identificados tres grupos de personas muy vulnerables y que necesitan urgente atención: los ancianos, los niños y adolescentes, los afrocolombianos.

Un apoyo a los ancianos

Entre los desplazados se encuentran muchos ancianos, que han tenido que dejar sus pueblos. Al no haber en la zona lugares seguros de esparcimiento, estos ancianos se ven obligados a permanecer en sus casas las 24 horas del día. Muchos de ellos viven aún aterrorizados y cualquier extraño o desconocido se les presenta como un posible enemigo. Para ellos está pensado el Centro, donde puedan pasar el día y socializar, conviviendo con otros y sintiéndose acogidos y seguros.

Una ayuda para los niños y adolecentes

Entre los desplazados hay muchos niños y adolescentes, huérfanos o de familias monoparentales. No siempre reciben la protección adecuada y son dejados en la calle cuando sus tutores van al trabajo. Estos niños y adolescentes vienen entonces a ser presa de las mafias, que buscan gente para engrosar sus filas, obligándolos a trabajar como sicarios o destinándolos a la prostitución y al chantaje. Como dato de referencia tenemos que, en un centro de salud en la zona, hay registradas 400 mujeres embarazadas y más de la mitad son menores de edad. Para ellos también está pensado el Centro, donde puedan acudir y estar seguros hasta que sus tutores regresen del trabajo y, mientras tanto, puedan recibir apoyo escolar y un suplemento a su alimentación.

Una esperanza para los afrocolombianos

El fenómeno del desplazamiento abarca enormes zonas del país y a toda clase de gente, pero se ceba de una manera más dura con los grupos indígenas y con los campesinos. Éstos son en su mayoría afrocolombianos. Además de los problemas que se les presentan como a todo desplazado, ellos se ven arrancados de sus tierras, pero también de su ambiente cultural. En la ciudad se encuentran más aislados y no siempre aceptados. Para ellos también está pensado el Centro, donde se encuentren entre si y puedan proteger, cultivar y vivir sus valores culturales.

Modalidades de pertenencia a la Congregación

A.- El sacerdote misionero: «El sacerdote misionero de Mariannhill es un hombre que ha respondido simultáneamente a tres llamadas:

1) La llamada a la vida religiosa en la Congregación Misionera de Mariannhill (CMM).

2) La llamada a proclamar como misionero la Buena Nueva de Cristo a todos aquellos que no tienen todavía la experiencia de Cristo como su Salvador.

3) La llamada a hacer todo esto como sacerdote.

En virtud de su ordenación al sacerdocio, el sacerdote misionero de Mariannhill está preparado para atender las necesidades espirituales de todos los fieles. Él proclama la Buena Noticia de Jesucristo, preside la celebración de la Eucaristía y administra los otros sacramentos de la Iglesia de acuerdo con su oficio. El entrenamiento especializado le cualifica para servir en muchos otros ministerios también. Puede involucrarse en educación y formación, en dirección espiritual, en consejo, en retiros, en el ministerio de los enfermos, los presos o los discapacitados; puede involucrarse en el apostolado de la prensa o en cualquier forma de trabajo apostólico que sea necesario en la Iglesia.»

B.- El hermano misionero: «El hermano misionero de Mariannhill es un ejemplo de hombre dedicado a la comunidad, el compromiso, la oración y el servicio. –La figura del hermano- viene de la tradición de los monjes trapenses y, aunque ahora es muy activo, asomado al mundo, retiene todavía el lema “Ora et Labora”: oración y trabajo. El hermano misionero de Mariannhill elige vivir su compromiso con Cristo en una comunidad orante de hombres con votos religiosos, comprometido en el servicio a la humanidad, de acuerdo con sus habilidades, talentos y aptitudes. En una palabra, el hermano es una persona que vive una vida sencilla centrada en el Evangelio en una comunidad célibe.

La llamada a servir a Dios como hermano misionero de Mariannhill requiere una decisión a cuatro niveles:

1) Debe haber un deseo de profundizar la propia vida espiritual y la creencia de que esto puede realizarse más fácilmente en comunidad que por uno mismo.

2) El sujeto debería tener la personalidad capaz de relacionarse fácilmente con otros y una disposición a aceptar la idiosincrasia de los demás.

3) El candidato debería tener, a un tiempo, el interés y la habilidad para realizar el trabajo de la comunidad de Mariannhill.

4) La llamada a la hermandad religiosa requiere una decisión de celibato.».

C.- El asociado o familiar en comunidad: El asociado misionero de Mariannhill en comunidad o “familiar en comunidad”, como comúnmente se le conoce, es aquella persona que, tras haber pasado un período de Postulantado y habiendo aceptado vivir, bajo promesa, los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en el marco de un compromiso de vida decididamente cristiano, “elige vivir su compromiso con Cristo en una comunidad orante de hombres con votos religiosos, comprometido en el servicio a la humanidad y ayudando a la Congregación personalmente, con su oración y trabajo -y sus talentos, aptitudes y habilidades- allí donde se le necesite, y materialmente, con una parte de su sueldo si está en activo o de su pensión si está jubilado, y teniendo expresamente en cuenta a la Congregación en su testamento.  

Perfil del aspirante a misionero de Mariannhill

A.- Búsqueda sincera de la voluntad de Dios y anhelo explícito de seguir a Jesús.

B.- Amor por las Misiones y un cierto espíritu de aventura.

C.- Docilidad al Espíritu Santo: lo que implica dejarse formar, educar.

D.- Búsqueda constante de la madurez en la fe: lo que se traduce en la capacidad para adquirir y mantener compromisos y responsabilidades.

E.- Práctica activa de su fe: vida sacramental y de Iglesia -Eucaristía, oración, servicio-.

F.- Capacidad y madurez para vivir en comunidad y trabajar en equipo (y si llegara el caso, también en soledad): buenas relaciones entre iguales (espíritu de concordia y de diálogo, sano equilibrio entre autonomía y dependencia), optimismo y alegría (o, al menos, un sano equilibrio entre pesimismo y optimismo, pues los pesimistas y melancólicos no valen para misioneros), paciencia y fortaleza para soportar la soledad, el cansancio y el trabajo infructuoso –tenacidad-.

G.- Plena inserción en su propia cultura: adaptado al entorno y con los pies en el suelo, con conocimiento y aceptación de su propia historia y normalidad en la relación afectiva con la mujer.

H.- Capacidad de apertura a otras culturas: aprendizaje de otros idiomas y costumbres, siendo respetuoso con ellas –inculturación-.

I.- Obediencia al Magisterio de la Iglesia y a las directrices de nuestra Congregación.

J.- Sensibilidad social: una opción fundamental por los pobres, que no excluye el estar abierto a todos –“mejores casas, campos, corazones”-.

K.- Capacidad de iniciativa: lo que implica el desarrollo de una conciencia crítica y de la creatividad.

L.- Estudios finalizados y documentos civiles (y/o militares) en regla: Los estudios deberán ser, al menos, de grado medio (antiguo graduado escolar o equivalente) si el aspirante quiere ser hermano, y de COU (equivalente o superior) si el aspirante lo es al sacerdocio en nuestra Congregación.

CMM asesinados

Varios números de las Constituciones hablan del misterio de la cruz de Cristo y de nuestra participación en ese misterio.

- Tenemos que "no avergonzarnos de la locura de la cruz" (cf. n º 108);

- No hay que olvidar que "estamos siguiendo a Cristo crucificado y debemos proclamar el mensaje de la cruz" (cf. n º 113);

- Hay que recordar que “es parte del seguimiento de Cristo el llevar la cruz de cada día” (cf. n º 244).

Algunos de nuestros hermanos tenían una profunda participación en este misterio de la cruz de Cristo, sobre todo, aquellos que dejaron sus vidas violentamente en el servicio misionero de la Congregación y de la Iglesia, pues no queremos olvidar aquí a todos aquellos que pertenecen a la familia más amplia de Mariannhill y que murieron de forma violenta.

Por parte de los misioneros de Mariannhill:

-Hno. Andrew Wachter CMM, que fue asesinado el 22 de noviembre de 1927, en Mariazell (Sudáfrica).

-Mons. Adolfo Gregor Schmitt CMM, que fue asesinado el 5 de diciembre de 1976, en Regina Mundi Mission (Zimbabwe).

-P. Possenti Anton Weggartner CMM, que fue asesinado el 5 de diciembre de 1976, en Regina Mundi Mission (Zimbabwe).

-Hno. Karl Kroner CMM, que fue asesinado el 9 de enero de 1978,en Mariannhill (África del Sur).

-Hno. Peter Edmund Geyermann CMM, que fue asesinado el 2 de junio de 1978, en Embakwe Mission (Zimbabwe).

-Hno. Andreas Georg von Arx CMM, que fue asesinado el 2 de junio de 1978, en Embakwe Mission (Zimbabwe).

-P. Edmar Georg Sommerreisser CMM, que fue asesinado el 25 de abril de 1981, en Regina Mundi Mission (Zimbabwe).

-Hno. Matthias Sutterlüty CMM, que fue asesinado el 10 de noviembre de 1983, en Embakwe Mission (Zimbabwe).

-Hno.  Kilian Valentin Knörl CMM, que fue asesinado el 19 de abril de 1988,en Empandeni Mission (Zimbabwe).

-P. Hubert Hofmans CMM, que fue asesinado el 23 de noviembre de 2001, en Lae (Papúa-Nueva Guinea).

Todos estos Hermanos nuestros, son un recordatorio permanente de aquellas palabras de Jesús: "¿Recordáis lo que os dije: No es el siervo más que su señor"? Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros... El mundo os hará sufrir, pero sed valientes, Yo he vencido al mundo" (Jn.15,20-16, 33).

Por parte de la familia Mariannhill:

-Hna. Francis Elisabeth Van den Berg CPS, que fue asesinada el 5 de diciembre de 1976, en Regina Mundi Mission (Zimbabwe).

-Dra. Hanna Decker, misionera laica, que fue asesinada el 9 de agosto de 1977, en St. Paul’s Mission (Zimbabwe).

-Hna. Ferdinanda Anna Ploner CPS, que fue asesinada el 9 de agosto de 1977, en St. Paul’s Mission (Zimbabwe).

-Hna. Maria de Lourdes Gonçalves Granado CPS, que fue asesinada el 5 de mayo de 1981, en Namaacha Mission (Mozambique).

-Hna. Mary Paule Tacke CPS, que fue asesinada el 16 de Junio de 2014 en Tyara-Libode (Sudáfrica).

San Francisco Javier

Nacido en España, en el año 1506. Cuando estudiaba en París, se unió a San Ignacio de Loyola y fue ordenado sacerdote en Roma, en 1537.

Con gran entusiasmo misionero, fue a Asia, donde entró en contacto, en la India, Indonesia y Japón, con otras culturas y religiones (hinduismo, budismo, sintoísmo e Islam) y, en el cumplimiento de sus tareas misioneras, descubrió que es esencial, para poder transmitir el cristianismo, aprender la lengua y la cultura de las personas a quienes somos enviados (inculturación del Evangelio y de las tareas misioneras).

Murió en el año 1552, en la isla china de Shangchwan, a las puertas del Imperio Chino, que él consideraba como un territorio clave para introducir el cristianismo en Asia. Fue canonizado y proclamado "Patrono de las Misiones" en 1622.

Como misioneros, él es nuestro Patrón; y nos recuerda que tenemos que seguir trabajando para que venga el Reino de Dios.

La celebración de la fiesta de San Francisco Javier no es algo nuevo en nuestra congregación. El Abad Francisco, en sus escritos, hace algunas referencias a San Francisco Javier y a su trabajo como misionero.

Sta. Teresa de Lisieux

Santa Teresa del Niño Jesús nació en Alençon, en Francia, en el año 1873. Siendo aún joven, entró en el monasterio carmelita de Lisieux y practicó las virtudes de la humildad, la sencillez evangélica y una firme confianza en Dios. Con sus palabras y su ejemplo enseñó a las novicias que tenía a su cargo.

Ofreciendo su vida por la salvación de las almas y para la difusión de la fe en las misiones, murió el 30 de septiembre de 1897. El Papa Pío XI la canonizó en 1925 y en 1928 fue declarada Patrona Universal de las Misiones.

Como misioneros, ella es nuestra Patrona; y nos recuerda que el trabajo misionero es, sobre todo, la obra de Dios.

La celebración de esta fiesta en nuestra congregación no es algo nuevo. Si nosotros, como misioneros activos, miramos hacia Santa Teresita, una monja contemplativa, como nuestra Patrona, es principalmente por dos razones:

1.-Somos misioneros de profesión. Ser misioneros no depende de nuestra era, del lugar donde vivimos y trabajamos, del tipo de trabajo que hacemos, de los estudios que hemos realizado,, de las capacidades o habilidades, de la salud o de la falta de ella.

El nº 105 de nuestras Constituciones dice: "Incluso si los miembros de la Congregación tienen diferentes tareas y servicios, que vivan su vocación misionera mediante la cooperación en el cumplimiento del mandato de la Congregación".

En su autobiografía, Santa Teresita escribe: "Me hubiera gustado ser misionero desde la creación del mundo y seguir siéndolo hasta el final de los tiempos".

2.-El amor es el núcleo de nuestra misión. Siempre hemos de ser conscientes, tanto de uno como de la otra, a fin de no olvidar para quién estamos trabajando y qué papel ha de jugar el amor en nuestro trabajo.

El nº 237 de nuestras Constituciones dice: "Como misioneros, sabemos que estamos llamados y enviados por Jesucristo. De ahí que nuestro servicio misionero conjunto debe provenir de una unión íntima con Él. Entonces podemos esperar que este servicio sea fructífero".

En su autobiografía, Santa Teresita escribe: "El amor es, de hecho, la vocación que incluye a todas las demás... He encontrado mi vocación: mi vocación es el amor".

Natividad de María

Tradicionalmente, la Congregación de los Misioneros de Mariannhill venía celebrando a la Santísima Virgen María, bajo su advocación de Nuestra Señora de las Candelas, como su Patrona, el mismo día de su fiesta fundacional, la solemnidad de la Presentación del Señor, el día 2 de Febrero.

De cara a la aprobación de nuestro calendario propio, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos dictaminó que se separara la solemnidad del 2 de Febrero, fiesta fundacional de la Congregación, plenamente cristocéntrica, de la celebración de la Patrona de Mariannhill, de carácter mariano, por lo que se decidió que la nueva fecha para celebrar a nuestra Patrona fuera el 8 de Septiembre, fiesta de la Natividad de María, de profundo sentido para la Congragación, pues muchos hemos renovado votos y hecho profesión perpetua en ese día; celebrándose por vez primera, la nueva fiesta, en el año 2012.

En la imagen, una alegoría de la devoción del Abad Francisco Pfanner por la Virgen María, en la recién estrenada fiesta de la Patrona de Mariannhill, en el día de La Natividad de la Santísima Virgen María, la Virgen Niña.

San Joaquín

Al ser el día 26 de Julio la memoria de los esposos San Joaquín y Santa Ana, padres de la Santísima Virgen María, y como nuestra Congregación celebrase únicamente a Santa Ana, como nuestra Co-Patrona, en dicha fecha, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos dictaminó que se diera la posibilidad de celebrar, también, a San Joaquín, de manera opcional, al día siguiente.

Santa Ana

Siguiendo una tradición muy antigua, que se remonta a los inicios de Mariannhill, nuestra Congregación celebra hoy la fiesta de Santa Ana, la madre de la Virgen María.

Sobre la arcada de entrada al Monasterio de Mariannhill, en Sudáfrica, admiramos la escultura de Santa Ana, enseñando a su hija, María, realizada en terracota. Debajo está escrito:Mariae Annae Collis Patronae Illustrissimae O.P.N.” (es decir, “ruega por nosotros”; en latín: “Ora Pro Novis”).

El Abad Francisco Pfanner explicaba por qué, llamó “Mariannhill” al Monasterio, en 1882, y por qué María y Ana fueron elegidas como sus santas patronas, diciendo: "En las últimas semanas, a menudo me veía acuciado por la pregunta: “¿Cómo debería llamarse el nuevo monasterio?” No estaba dispuesto a comprometerme en una larga discusión; finalmente, hoy he roto el silencio y he puesto por escrito: “Mariannhill es su nombre”.

Todos nuestros monasterios deben estar dedicados al honor de “María”. Santa “Ana”, a quien tenemos en gran estima, es nuestra querida abuela, y añadimos "colina", porque el monasterio se construirá en una colina notable, desde donde se divisan todas nuestras propiedades, el barrio que la rodea y hasta el Océano Índico. Esperemos que de este Mariannhill salga algo excelente".

Nuestro Fundador era un hombre muy práctico. Consideraba Mariannhill como una casa, un lugar para trabajar y como centro desde donde se debe extender Evangelio.

Muchas de nuestras casas y capillas están dedicadas a Santa Ana. Nuestra novena perpetua se reza cada día en su honor, para nuestra congregación, nuestras misiones y nuestros benefactores. El apostolado de las madres y las mujeres están bajo su protección y llevan su nombre: “Mujeres de Santa Ana”.

San Benito Abad

San Benito nació en Nursia, en Umbría (Italia), en torno al año 480. Tras estudiar en Roma, llevó una vida eremítica en el monte Subiaco¸ donde se le juntaron varios discípulos. Se trasladó, después, a Monte Cassino, donde fundó el famoso monasterio y escribió su Regla, recibiendo, por ello, el título de “Padre del monacato occidental”. Murió el 21 de marzo de 547.

San Benito y sus monjes evangelizaron Europa, haciendo de sus monasterios centros de culto, cultura y agricultura. Sus granjas, escuelas e iglesias se convirtieron en los pilares sobre los que surgió una nueva sociedad cristiana, tras la caída del Imperio Romano.

Nosotros, los Misioneros de Mariannhill, reconocemos a San Benito como modelo de misionero. Por ello, tratamos de poner en práctica, en nuestro enfoque dela misión, la forma holística de la evangelización, que ha sido resumido para nosotros, por el P. Bernard Huss CMM, como “Mejores campos, casas (hogares), corazones".

Al mismo tiempo, San Benito es nuestro modelo de vida religiosa. Muchos elementos de su Regla están consagrados en nuestras Constituciones; por ejemplo: “Estamos en el mundo, pero no somos del mundo”; aprender a escuchar ya vivir en la presencia de Dios; autoexamen ante Dios; conversión; paciencia y perseverancia; hospitalidad, uso responsable de las cosas materiales... Todos estos elementos pueden ayudarnos a construir nuestra espiritualidad específica como Misioneros de Mariannhill.

El 'Ora et Labora' de San Benito nos llama a ser contemplativos en la acción.

En sus escritos, el Abad Francisco tiene bastantes pensamientos sobre la importancia de San Benito, especialmente,de cara a ser un religioso que trabaja como misionero.

Preciosa Sangre

Es una espiritualidad en el sufrimiento y el gozo del misterio pascual, de la cruz y la resurección , de la Preciosa Sangre y el Amor Redentor, de la angustia del mundo y la preparación para la misión.

Con nuestro nombre, el nombre de la Preciosa Sangre, el Abad Francisco confirió sobre nosotras nuestro mandato misionero. El patrón del misterio pascual, el plan redentor de Dios para el mundo está escrito en nuestras historias personales, en la historia de la Congregación y es nuestra urgencia para la misión".

En este día, celebramos, junto a nuestras Hermanas Misioneras de la Preciosa Sangre, con alegría y amor agradecidos, en honor de Jesucristo, que nos redimió con su Preciosa Sangre, la fiesta titular de su Congregación.

Las hermanas dicen: “El momento originario de nuestro carisma nació de una experiencia. El Abad Francisco contempló el misterio de Dios revelado a él. Con este misterio pudo discernir quién era y lo que el plan de Dios era para él; lo que las hermanas estaban llamadas a ser, lo que el plan de Dios era para ellas". Nuestro carisma, con base en su experiencia, nos da nuestra identidad como Hermanas misioneras de la Preciosa Sangre.

El espíritu y el patrimonio de nuestro fundador nos fueron transmitidos, por escrito, por la Madre Paula Edmunds CPS (en la foto).

Sdo.  Corazón  de Jesús

Nuestra especial devoción al Sagrado Corazón de Jesús se remonta a los días de nuestro fundador. En 1888 se rezó una novena al Sagrado Corazón pidiendo la restauración de la buena salud del Abad Francisco. En 1892, Mariannhill y todas sus estaciones misioneras fueron consagrados al Sagrado Corazón.

Durante la Primera Guerra Mundial, cuando se puso en peligro el monasterio, se hizo un voto especial al Sagrado Corazón de construir un santuario si preservaba al monasterio y sus habitantes de sorpresas desagradables, incluso de la destrucción. Hasta el día de hoy, el Monasterio y la Diócesis de Mariannhill recuerdan este voto mediante la observación de la adoración sacramental en el mes de junio.

Un corazón significa vida. Confesamos que Cristo no sólo tenía un corazón, Él es nuestro Corazón. El amor y la misericordia del Corazón son universales y eternos; así que nadie está excluido de su amor y misericordia. Por ello, ponemos nuestra fe y confianza en Él.

El Abad Francisco dejó escrito sobre el Sagrado Corazón: "No hay otro corazón que se nos dé, en quien podamos ser salvos, que el Sagrado Corazón de Jesús. Por tanto, nuestra actitud hacia Él es muy importante".

Abad Francisco Pfanner

En el nº. 248 de nuestras Constituciones se dice: "Veneramos al fundador de Mariannhill y gran pionero de la misión, Abad Francisco Pfanner... especialmente en el aniversario de su muerte, el 24 de mayo".

El entonces Prior del monasterio de MariaStern, en Bosnia, P. Francisco Pfanner,tenía 55 años cuando él se ofreció como voluntario para ir a Sudáfrica, para fundar la obra misionera. "Si nadie va, yo iré".

Tras el fracaso en Dunbrody, se trasladó con sus monjes a Natal y allí construyó un monasterio en una colina, dedicado a María y a Ana, y le llamó, por tanto, Mariannhill. Todo comenzó el 26 de diciembre de 1882.

En 1885 se convirtió en su primer abad. En el momento de su muerte, la Misión del Monasterio de Mariannhill se había extendido por todo Natal e incluso en el Cabo Oriental.

En 20 años se fundaron 28 estaciones de misión. Guiados por el lema benedictino "Ora et Labora", junto a los casi 300 monjes y la ayuda inestimable de las Hermanas Misioneras de la Preciosa Sangre, que él fundó, el Abad Francisco trabajó incansablemente para poner en práctica una red de evangelizadores.

Conmemoración de la muerte del Siervo de Dios, Abad Francisco Pfanner. Fundador de Mariannhill

Sus esfuerzos fueron, posteriormente, puestos bajo un lema, por el P.Bernard Huss: "Mejores campos, mejores casas, mejores corazones".

Aunque inmerso en una actividad tan misionera, el Abad Francisco siempre confió en la providencia de Dios. Convencido del valor inestimable de la Preciosa Sangre de Cristo y movido por el Espíritu Santo, logró unir la contemplación y la acción.

Su aceptación de la voluntad de Dios en su vida se revela en su actitud hacia las personas que lo malinterpretaron y en la enfermedad. Una vez puesta la mano en el arado, perseveró hasta el final. Él puso todas sus estaciones misioneras, bajo la protección de la Santísima Virgen María.

Al amanecer el 24 de mayo de 1909,murió en la pequeña estación misionera de Emaús. Él escribió: "¡Mira el cielo y alégrate! Sí, alégrate, pues estarás delante de Dios y lo verás. ¡Velemos y oremos por el Reino de los Cielos, luchemos y suframos con alegría, coraje y perseverancia hasta el final!".

El Abad Francisco nació el 21 de septiembre 1825, en Langen (Austria). Mientras estudiaba en la universidad, sintió la llamada al sacerdocio. El 28 de julio 1850 fue ordenado sacerdote. Después de servir como párroco y capellán de un convento, entró el 9 de septiembre 1863, en el monasterio trapense de Maria Wald (Alemania). El 21 de junio 1869 fundó en Bosnia el monasterio trapense de Maria Stern. Su causa de beatificación se abrió en 1964 y fue revitalizada en 2004.

En la conmemoración de la muerte de nuestro fundador, damos gracias a Dios y a la Iglesia por habernos dado un misionero tan celoso. Nosotros tratamos de seguir sus pasos y lo consideramos como intercesor por nosotros ante Dios.

San José

Cuando el Abad Francisco emprendió la tarea misionera en Mariannhill, tenía cuatro preocupaciones principales:

1.- la evangelización del pueblo Zulú,

2.- la recogida de todo el material necesario y los medios financieros,

3.- la formación de buenos religiosos,

4.- así como la orientación de todos hacia Dios.

Con el fin de obtener ayuda para ellos, el Abad Francisco buscó un poderoso protector y lo encontró en la persona de San José.

San José se convirtió, para el Abad Francisco, en el agente de todos los medios materiales y financieros que eran necesarios para las iniciativas sobre el desarrollo social y la promoción humana en Mariannhill, tanto para construcción de edificios: iglesias, conventos, hospitales, escuelas, talleres, establos, etc., como para empresas agrícolas, ya que San José era, como él dice, “el que alimentaba, vestía y albergaba al Niño Jesús en Nazaret”.

El Abad Francisco también escogió a San José como patrono de la buena formación de los monjes y las hermanas, porque San José era, como él dice, “el que educó al Niño Jesús con el ejemplo de una vida santa, humilde y silenciosa”.

P. Engelmar Unzeitig

Había llegado allí, como prisionero a mediados de 1941 y, durante los casi cuatro años que estuvo confinado en ese lugar, no dejó, por ello, de ser misionero. Era, por fuera, un habitante más de aquella ciudad de muerte, identificado con el número 26.147; pero, por dentro, guardaba a un fiel religioso, a un celoso sacerdote, a un valiente misionero y a todo un gigante de la caridad cristiana.

El testimonio de su vida y de su oración, su afabilidad y paciencia, la fidelidad a su consagración religiosa, su prudencia al hablar y su sabiduría al callar, su generosidad a la hora de compartir lo que tenía y su coraje para mendigar en favor de los más necesitados, dieron una eficacia insospechada a su presencia en el Campo.

Terminó sus días en coherencia con la que había sido la tónica de su existencia, ofreciéndose como voluntario para atender a los enfermos, víctimas de una epidemia de tifus. En pocas semanas, contrajo él mismo la enfermedad y, amaneciendo el 2 de marzo de 1945, moría de tifus el que a tantos moribundos había ayudado a bien morir.

Salió de este mundo como había vivido en él: “Con el corazón en la mano”.Le llamaban “el Ángel de Dachau”, porque así se comportó en medio de aquel infierno. Había dejado escrito: "El amor multiplica las fuerzas, inventa cosas, da libertad interior y alegría… El bien es inmortal y la victoria debe ser de Dios".

El P. Engelmar había nacido el 1 de marzo de 1911 en Greifendorf, hoy República Checa. Queriendo ser misionero, ingresó en 1934 en el noviciado de Mariannhill en Holanda. Después de realizar los estudios de filosofía y teología en Würzburg (Alemania), fue ordenado sacerdote el 6 de agosto de 1939. Sus cenizas, que salieron providencialmente del Campo de Concentración, reposan en la iglesia de Mariannhill en Würzburg. Desde el 26 de julio de 1991 está abierta su causa de beatificación.

La Presentación del Señor

La razón, entonces, de por qué nuestra Congregación ha elegido esta fiesta litúrgica como su fiesta principal se basa en un doble hecho: Cristo es la Luz que ilumina a todos los pueblos y María es la que les presenta esta Luz.

Nuestra identidad y carisma se basan en el misterio de esta fiesta. Con María, nosotros, Misioneros de Mariannhill, queremos seguir presentando a Cristo como la Luz que ilumina a todas las naciones.

En este día, recordamos, también, el aniversario de la separación del Monasterio de Mariannhill de la Orden Trapense y el comienzo de una Congregación misionera independiente. Esto sucedió en 1909.

Es costumbre que en este día todos renovemos nuestra consagración a Dios como Misioneros de Mariannhill, con el fin de mantener vivo nuestro primer amor a Cristo, a María, a la Iglesia y a la Congregación.

Y muchos más

Primer Centenario del Nacimiento del P. Engelmar Unzeitig CMM (1911-2011)

Primer Centenario de la Muerte del Abad Francisco Pfanner (1909-2009)

Primer Centenario del Nacimiento de la Congregación de los Misioneros de Mariannhill (1909-2009)

Los mártires de Zimbabwe

Beato Engelmar Unzeitig CMM (1911-1945), “Misionero de Misericordia”, “Mártir de la caridad” y “Ángel de Dachau”

P. Bernard Huss CMM (1876-1948): “Mejores campos, casas, corazones”

Hno. Nivard (Georg) Streicher (1854-1927), un “Genio con hábito”, el “Abad marrón de Mariannhill”