
13 May A los 110 años de la muerte de un atleta de Cristo (1909 – 24 de Mayo – 2019)
La vida del Abad Francisco

ARCHIVO CMM-España
Su grito fue: “Sic currite ut comprehendatis” (Corred, pues, de modo que lo alcancéis). Él fue el primero de los atletas misioneros de Mariannhill, porque fue el que comenzó esta carrera misionera por Cristo y porque siempre marchó por delante de todos. Tenía prisa por hacer más cosas; tenía prisa por llegar a más gente; tenía prisa por enrolar a más participantes en la misma carrera. Porque lo que de verdad le urgía era predicar el Evangelio de Cristo. Decía: “Nuestro campo de trabajo es una parte del Reino de Dios y éste no tiene fronteras”.
Con espíritu deportivo, emprendedor y superador de dificultades, el Abad Francisco comenzó la aventura de Mariannhill a sus 54 años. Cuando murió, veintisiete años después, su Monasterio contaba con más de 100 monjes misioneros y de aquella casa madre dependían casi una treintena de estaciones misioneras.
El pelo rojo de su cabeza delató desde niño la fogosidad de su corazón. La práctica de deportes como la lucha y el alpinismo, los trabajos realizados en la labranza familiar, la autodisciplina que durante su vida practicó, ayudaron a forjar en él ese espíritu deportivo, emprendedor y superador de dificultades, que nunca perdió. La oración, la disciplina y la penitencia trapense, las fatigas apostólicas, los sufrimientos físicos y las humillaciones morales mantuvieron siempre tonificado su espíritu.
Con la candela de los moribundos en la mano, a modo de testigo en la carrera de relevos, y gritando “Luz”, pisó la línea de meta y entró en aquel estadio, donde se oyen los aplausos que de verdad valen y cuentan. Alcanzó así la corona de gloria que no se marchita.
Había dejado escrito: “Fíjate en el cielo y alégrate. Alégrate porque estarás delante de Dios y le verás. Luchemos y suframos con alegría, coraje y perseverancia hasta el fin”. No podía hablar de otra manera el que vivió como esforzado atleta de Cristo.
La muerte del Abad Francisco

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Del P. Joseph Biegner OCR/CMM, fiel compañero del Abad Francisco desde los tiempos de la fundación en Bosnia y que estuvo con él en la misión de Emaús durante los últimos cuatro años de su vida, tenemos la constancia de cómo fue su muerte, acaecida en la madrugada del 24 de Mayo de 1909, a los 84 años de edad.
Quince días antes de que ésta ocurriera, el Abad se vio obligado a permanecer en cama. Conociendo la voluntad férrea del Abad, aquel hecho fue la señal cierta de que su fin estaba ya próximo. Diez días antes de la muerte el P. José le administró por última vez el Sacramento de la Unción. Hacia el mediodía del domingo 23, el P. José, después de rezar los salmos penitenciales, tuvo que salir para bautizar a un niño a punto de morir. El lugar estaba a una hora de camino de la misión. De vuelta a casa, el P. José se perdió y sólo pudo llegar a la misión hacia las 3.30 h. de la madrugada. El Abad Francisco, acompañado por las hermanas y por los hermanos, había fallecido unas dos horas antes.
La Hna. Angela Michel CPS, que acompañó al Abad los últimos quince años de la vida de éste, nos dice que murió en sus brazos; que su agonía duró unos quince minutos; que unos cinco minutos antes de su muerte miró a todos; que agarró con fuerza la cancela de los moribundos y, después de tres respiraciones profundas, expiró.
La comitiva fúnebre llegó al Monasterio de Mariannhill el 26 de Mayo hacia las 11.00 h. Las exequias tuvieron lugar al día siguiente y se le dio cristiana sepultura en el lugar por él mismo indicado: “He escogido para mi sepultura un trozo de tierra a la sombra de las enormes ramas de una higuera, que se encuentra entre el Convento y el Monasterio. Allí he decidido encontrarme con mi querido Señor y Salvador el día de la resurrección. Así tendré a mano un árbol, por si me tengo que subir a él, como le ocurrió a Zaqueo”.
Y allí está enterrado su cuerpo, que descansa en la paz mientras su gloria pervive entre nosotros.
La herencia del Abad Francisco

ARCHIVO CMM-España
La herencia del Abad Francisco hay que buscarla en la obra misionera que nos dejó, en sus escritos, en el ejemplo de su vida, en el desenlace de su muerte. Del Abad nos interesa todo. Nos interesa el mandato misionero que nos encomendó: lo que hizo y lo que no hizo. Pero también nos interesa identificar bien cómo lo hizo: el modo y la manera de su quehacer y padecer. Y, aún más, nos debería interesar conocer el espíritu que le animaba y el pozo de donde bebía: sus más radicales y últimas motivaciones.
La herencia que el Abad Francisco ha legado a la entera Familia Mariannhill y a los que con el paso del tiempo hemos venido a ser sus hijos e hijas es una riqueza que nos ha sido dada con el fin de hacerla permanecer en el tiempo, sacando partido de sus muchas virtualidades. No recibimos esta herencia para dejarla guardada o enterrada sino para ponerla a trabajar y a producir. Se podría decir que la herencia recibida es a la par un reto, que debe ser asumido con decisión.
Hoy el número de los que aún siguen sin creer o de los que han dejado de creer en Cristo no disminuye. El mandato misionero de Cristo sigue en vigor. La Iglesia sabe bien que se juega su identidad en el cumplimiento fiel de dicho mandato. Por todo ello la entera Familia Mariannhill se ve urgida a seguir evangelizando con el mismo empeño e idéntico talante como lo hizo nuestro Abad.
Bien sabemos que Mariannhill es sólo una manera de colaborar con la misión universal de la Iglesia en bien de la humanidad. Los hijos e hijas del Abad Francisco somos un pequeño grupo de trabajadores en la viña del Señor. Ello no nos desanima. Lo que nos debe importar es que cuando vuelva el Señor nos encuentre trabajando en su viña, multiplicando los talentos que nos dio. La memoria de nuestro Abad, en el 110 aniversario de su muerte, nos estimula a seguir siendo esforzados y diligentes obreros, merecedores de la recompensa que Dios da a los que le son fieles.
P. Lino Herrero Prieto CMM
Misionero de Mariannhill