03 Jun EL ABAD FRANCISCO ¿MERO FUNDADOR DE UNA TRAPA Y UNAS MONJAS?
A esta manera simplista de ver las cosas, que corre el riesgo de ser coartada de muchas otras que el Abad Francisco ni dijo ni pensó, pero que desdibujan la raíz y difuminan la senda por él recorrida, con éxito –un éxito misionero, aunque no personal; no mezclemos las cosas, para no “tirar el niño con el agua de bañarlo”-, como licencia para explorar otras sendas posibles, mayormente anodinas en la orfandad del desarraigo, sólo podemos responder con un contundente “NO”.
“NO”, porque el Abad Francisco no fundó sólo una trapa, sino tres: María Stern, Mariannhill y Emaús, y otras veintiocho más pequeñitas, denominadas “estaciones o filiales misioneras”… ¡Y lo hizo con éxito! Y “NO”, porque, hablando así, banalizamos la obra y el legado, tanto material como espiritual, del Abad Francisco, que hizo eso –fundar una Trapa y unas monjas- y mucho más que eso, como parte de un proyecto global de misión, porque, en el campo misionero, aunque, aparentemente, el Abad Francisco volvió a las raíces monásticas de la misión, en la práctica, se adelantó en décadas a su tiempo, combinando lo mejor de la vida activa y contemplativa de cara a la misión, sabiendo ser contemplativo en la acción y activo en la contemplación; en una palabra: un auténtico “monje-misionero”, y obteniendo, en poco tiempo, un éxito jamás soñado por muchas de las congregaciones misioneras de su tiempo. Y ¿qué es lo que el Abad Francisco, realmente, fundó y nos dejó en herencia a nosotros, los Misioneros de Mariannhill?
1.- EL ABAB FRANCISCO FUNDÓ UNA INFRAESTRUCTURA DE MISIÓN Y “UN MONASTERIO CON PUERTA, PERO SIN TAPIAS, ABIERTO A LA MISIÓN”

Como la necesidad espiritual acuciaba y la exigencia del mandato misionero también, y los ansiados misioneros católicos que debían misionar allí no terminaban de llegar, tuvo que empezar él, con los medios materiales y humanos con los que contaba, haciendo realidad, una vez más, su lema: “Si nadie va, yo iré”, en virtud del cual se encontraba allí. -Habla el Abad Francisco: «Mientras san Agustín salió de Roma, yo salí de Bosnia. Él fue enviado por el Papa Gregorio Magno. Yo recibí la misión del Papa Pío IX. Él desembarcó con cuarenta monjes en Inglaterra, yo en África del Sur con treinta. Fueron San Fridolin y San Columbano quienes llevaron la fe a Alemania y al Norte de Francia…, y todos estos misioneros fueron monjes. Construyeron monasterios y evangelizaron».
Y así, al frente de un reducido número de monjes, con pocos medios y mucha fe, fundó la Trapa de Mariannhill (“Colina de María y de Ana”) el 26 de Diciembre de 1882; de la que fue su primer Abad y desde la que dirigió la fundación de 28 estaciones filiales de misión en el tiempo récord de veinte años. –Habla el Abad Francisco: «Se llamará Mariannhill… María: porque nuestros monasterios están siempre de dicados a María…; Ana: porque éste en particular está dedicado, también, a Santa Ana…; y Hill (colina, en inglés): porque se levantará sobre un majestuoso cerro». Así se imaginaba el Abad Francisco su monasterio de Mariannhill hasta que Dios le cambió sus planes.

Aquel Monasterio vino a ser un centro de espiritualidad, cultura y desarrollo técnico y agrícola, desde donde el Abad puso en práctica, con los nativos africanos, un sistema de evangelización similar al utilizado por los monjes benedictinos para la evangelización de Europa en la Edad Media. –Habla el Abad Francisco: «Se alza aquí toda una maraña de construcciones y, entre ellas, tres secciones del monasterio, ocupadas por un gran dormitorio, una sala capitular y un oratorio. Hay, además, herrería, cerrajería, sastrería, zapatería, carpintería y una era para trillar. La imprenta y la tipografía han encontrado, por fin, un emplazamiento fijo, después de muchos cambios. Una hospedería y, junto a ella, un taller de fotografía. Entre todos estos edificios hay almacenes y vestuarios. Junto al refectorio se ha construido una cocina y, adosada a la iglesia, una sacristía. Más abajo está la escuela…, y, al otro lado, a cierta distancia, las cuadras. Para el transporte, se han construido varios ramales de carreteras, trazados a base de romper la roca viva, y dos puentes de piedra sobre el río. En la imprenta han editado nuestros hermanos un catecismo, las “Hojas Volantes» y otras publicaciones en inglés y alemán…».

Otro monje trapense, Thomas Merton, en su libro “Las aguas de Siloé”, dice acerca del llamado “Fenómeno Mariannhill”: «Ante nuestros ojos tenemos el impresionante espectáculo de una misión trapense, en la que los monjes contemplativos habían conseguido, en unos pocos años, un éxito más espectacular de lo que muchos, en una orden religiosa activa, se hubiera atrevido a soñar. Lo más impresionante de esta nueva misión consistía en que operaba sobre líneas puramente benedictinas. Era un apostolado de oración y trabajo (Ora et Labora), de liturgia y labranza. Lo que tenía lugar en las filiales misioneras establecidas por Dom Francis Pfanner era exactamente el mismo proceso que había marcado la cristianización de Alemania y de todo el norte de Europa por los monjes benedictinos, cientos de años antes.
Cada estación filial era un pequeño monasterio con varios sacerdotes y con media docena o más de hermanos. Junto a ellos había una pequeña comunidad de hermanas, pertenecientes a una nueva Congregación fundada por Dom Francis, para que enseñaran en las escuelas que él iba construyendo. Alrededor de cada iglesia y escuela se fue levantando todo un poblado de cristianos africanos, con una casa para huéspedes y toda clase de talleres. Los monjes enseñaron a los nativos todas las artes y oficios que uno se pueda imaginar y les instruyeron en la pintura, música, fotografía y demás.

Los africanos que más prometían fueron preparados para el sacerdocio en un nuevo seminario en Mariannhill. La mayor parte de la población trabajaba la tierra en extensas granjas cooperativas. La belleza de la vida no estaba sólo en su productividad material, sino en el hecho de que todo esto estaba centrado en torno a la iglesia y encontraba su expresión más culminante en las fiestas litúrgicas, que tanto alegraban el corazón de los africanos. Llenaban las iglesias y cantaban con sus afinadas voces, y formaban largas procesiones y en masa recibían los sacramentos, con tal fervor, que se quedaban admirados los mismos sacerdotes que los administraban». Esto nos lleva al siguiente punto…
2.- EL ABAD FRANCISCO FUNDÓ UNA NUEVA FORMA DE HACER MISIÓN

Guiado por la máxima benedictina “Ora et Labora”, con los casi 300 monjes que aquella Abadía llegó a tener y con la ayuda inestimable de las Hermanas Misioneras de la Preciosa Sangre, por él fundadas, el Abad Francisco trabajó sin descanso para hacer realidad su sueño evangelizador, sintetizado en su lema: “Mejores Campos, Mejores Casas, Mejores Corazones”. –Habla el Abad Francisco: «Hasta ahora, los Africanos no sabían casi nada de un Dios invisible, omnipotente y omnipresente. Pero, desde que viven entre nosotros y ven cómo nuestros hermanos se arrodillan siete veces al día para la oración, sea en el surco del campo o en el andamio, en el lavadero o junto al yunque, reconocen con claridad que este Dios es invisible, omnipotente y que todo lo sabe. De esta forma, cada hermano, esté labrando o cuidando los bueyes, es para ellos un misionero y su ejemplo les enseña más sobre la oración que todo el “Tratado de la oración perfecta”, del P. Rodríguez».
El testimonio de Mahatma Gandhi, tras su visita a Mariannhill, fue: “lo que acabo de ver aquí, con mis propios ojos, es grandioso. ¡No hay mejor método para formar a los nativos de Sudáfrica, para hacerles ciudadanos valiosos!”. Después escribía en la prensa: “En Mariannhill encontramos a Hermanos e indígenas trabajando juntos en la carpintería, herrería, zapatería, cristalería, imprenta, guarnicionería, carretería, etc. En todos los talleres vi cómo los Hermanos estaban observando y asistiendo a los indígenas en sus trabajos. Corrigiéndoles con paciencia y amabilidad. Tanto los Hermanos como los jóvenes ven compensados sus esfuerzos. En todos los sitios reina un espíritu de disciplina y orden, así como de limpieza. La convivencia amable de los Hermanos cunde en los indígenas, que, por sí mismos, van aceptando las mismas formas de conducta. Aquí uno se da cuenta de que existe una enorme diferencia de comportamiento entre los Hermanos y los demás Blancos para con los Negros. Me gustaría tanto que todos mis amigos hicieran una visita a los monjes de Mariannhill, para que vieran con sus propios ojos y se convencieran personalmente de todo cuanto he intentado describir a través de este artículo; creo que llegarían a tener una opinión totalmente distinta sobre los problemas y cuestiones de los indígenas”. (Mahatma Gandhi, VG/33, Natal, 1933).
Su nieta, Ela Gandhi, en su visita a Mariannhill, afirmó que el tiempo que su abuelo pasó en el Monasterio influyó en la transformación de su vida: “Cuando visitó el monasterio de Mariannhill, vio a los monjes, las monjas y las personas que llegaron allí para aprender, trabajando juntos en sus campos. Lo que más le impresionó es que todos hacían todos los trabajos, ya fuera limpiando el patio o los retretes o trabajando en la granja; todos se reunían y trabajaban, así que no había desigualdad a la hora de hacer las tareas, pues todo el mundo hacía las tareas sin ningún tipo de reparo en turnarse para hacerlas. Él también quedó impresionado por el hecho de que no había ningún tipo de relación de autoridad entre los monjes y las monjas, los hombres y las mujeres o las diferentes razas, porque ya fueran negros o blancos, todos comían el mismo alimento, se sentaban a la misma mesa y llevaban el mismo tipo de ropa, así que no había ninguna diferencia en términos de raza, sexo, color ni nada de eso, y era como una isla en un país racista como Sudáfrica (en aquel momento). Estaba muy impresionado con aquella igualdad total en términos de raza. También sintió que el trabajo manual, el trabajar con las propias manos, era muy importante. En aquel monasterio enseñaban carpintería, el trabajo del cuero, el trabajo de la aguja y todo tipo de cosas que la gente podía hacer con sus manos, lo que los hacía autosuficientes”.
También contamos con el testimonio del párroco alemán Lorenzo Hopfenmüller, quien, en 1887, se planteaba cambiar sus tareas parroquiales por otras misionales, y que describe así, lo que Mariannhill, bajo la dirección del Abad Francisco -a quien conoció en Bamberg-, hacía: “Me seduce la empresa del abad trapense, P. Franz, en el Sur de Africa. Allí se ha instaurado ya un campo misional y parece que la actividad misional está muy en consonancia con la antigua actividad benedictina de los trapenses, en la medida en que, no solo enseñan a los pueblos paganos a rezar y a conocer las cosas celestiales, sino que también les enseñan a trabajar y lo hacen de manera práctica, mediante el ejemplo del propio trabajo. ¿No sería, pues, mejor, que yo me hiciera Trapense, y que trabajara allí por el Reino de Dios?”.
Y finalmente…
3.- EL ABAD FRANCISCO FUNDÓ UNA NUEVA FORMA DE SER MISIONERO

En medio de tanta actividad misionera, el Abad Francisco confió siempre en la Providencia de Dios. Convencido del valor sin precio de la Preciosísima Sangre de Cristo y movido por el Espíritu Santo, supo unir contemplación y actividad misionera. Aceptó la voluntad de Dios en su vida, manifestada a través de muchas purificaciones, contrariedades, incomprensiones y enfermedades y, agarrando, con mano firme, el arado y, sin mirar atrás, perseveró hasta el final, poniendo todas sus misiones bajo la protección de la Virgen María. Sin embargo, pronto surgió el conflicto entre la intensa actividad misionera y la severa regla trapense, pues la comunidad contemplativa original era, de hecho y cada vez más, una comunidad misionera. Esta evolución obrada en Mariannhill fue vista con horror por los superiores mayores trapenses, que, en aquella época, andaban ocupados en la unificación de todas las ramas de la Orden trapense, quienes la tacharon, unos, de rebeldía, y otros, de “Feliz culpa”; pero el Abad Francisco no fue ningún rebelde, sólo creativo e innovador “ad maiorem Dei gloriam”, como él afirmaba, y seguidor de la divina Voluntad, que le hacía ver el “kayrós” de Dios para aquellas tierras y aquellas gentes, y en aquel preciso momento de su historia: “Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega” (Jn.4,35).

–Habla el Abad Francisco: «Si uno ha de ser verdadero misionero, tiene que dejar, al menos, tres cuartas partes de la Regla Trapense, sobre todo, en lo referente a las cláusulas principales como el silencio, el ayuno, la clausura, la restricción en la correspondencia y la comida. Yo sugiero que una nueva “Misión Universal” sea organizada por Roma, y que esta congregación acepte de los trapenses sus métodos de trabajo, pero, en cuanto a la regla, que siga la que yo he elaborado y que es la más simple y la más efectiva del mundo. Es cierto que una vez escribí que si yo fuera joven, nunca volvería a entrar en los trapenses (donde entró para “bien morir”), sino en una congregación misionera, donde no haya guerra entre “regla” y “misión”, donde estuvieran unidas, como en la nueva congregación romana que yo he propuesto. Ser trapense y misionero, al mismo tiempo, es imposible. Sólo he deseado, en todos mis empeños y trabajos, la mayor gloria y honor de Dios». Así pues…
4.- EN ESA NUEVA FORMA DE HACER MISIÓN Y DE SER MISIONERO, EL ABAD FRANCISCO NOS LEGÓ SU PATERNIDAD ESPIRITUAL Y FUE NUESTRO FUNDADOR

Retomemos, ahora, nuestra pregunta inicial: ¿Qué es lo que el Abad Francisco, realmente, fundó y nos dejó en herencia a nosotros, los Misioneros de Mariannhill,… pero, antes que nada, cabría preguntarnos ¿qué seríamos nosotros para él o en relación con él?… Su ¿“nueva y ansiada congregación misionera”?,… ¿sus “herederos”, tan sólo?,… ¿sus “descendientes”, quizá?,… ¿o “hijos” suyos, tal vez?… En cualquier caso, eso ocurrió mediante albacea testamentaria: San Pío X, que “NO” fue nuestro fundador, sino únicamente aquel que, real y legalmente, nos separó de los Trapenses -pues tenía la potestad para hacerlo y el Abad Francisco no-, y nos constituyó en una “Congregación Misionera dependiente de Propaganda Fide”, tal como el Abad Francisco deseaba para su futura “congregación misionera masculina” sin nombre y para su, ya existente, “congregación misionera femenina”, las Monjas Rojas (o CPS), y nos bautizó con el mismo nombre que el Abad Francisco había elegido para aquella Trapa o monasterio, que, andando el tiempo, se convertiría en nuestra Casa Madre: Mariannhill.
–Habla el Abad Francisco: «Por eso, he pedido otra congregación misionera mayor que la Trapa y que dicha congregación esté directamente bajo la jurisdicción de la Congregación de la Propaganda de la Fe, en Roma. Entonces trabajaría con todos estos hombres, no sólo en África del Sur, sino en Rusia y en el mundo entero». Creo que San Pío X supo captar y valorar esa genial intuición del Abad Francisco Pfanner y, ante la imposibilidad de dar marcha atrás y la necesidad de seguir adelante en la tarea evangelizadora y pastoral realizada hasta la fecha, le dio concreción y forma legal en esa separación de Mariannhill, con todas sus estaciones de misión, de la Orden trapense, dando, así, carta de naturaleza y marco legal a esa “nueva congregación misionera” que, de hecho, ya existía y estaba bien entrenada en la visión del Abad Francisco y en el terreno práctico de la misión, pues funcionaba como tal, y con éxitos notables, desde hacía varios años, aún sin tener conciencia de su “nueva identidad”, pues seguían siendo “monjes-misioneros”, pero, eso sí, “de Mariannhill” y, por ello, se opusieron, como un solo hombre, al Visitador General trapense, el Abad Edmund Obrecht, y a todos sus esfuerzos por destruir la obra misionera de Mariannhill, que, entre todos y con tantos sacrificios, habían realizado.

El natalicio de la “nueva Congregación Misionera Romana, dependiente de Propaganda Fide”, tuvo lugar en vida del Abad Francisco Pfanner, el 2 de Febrero de 1909, quien se regocijó profundamente por ello, aunque muriera Trapense, en fidelidad a su Regla, y desterrado de todos, en fidelidad a la Misión. Después de todo lo dicho hasta ahora, creo que sabemos, ya, cuál es esa “nueva y anhelada “Congregación misionera internacional”” a la que el Abad Francisco se refería y con la cual soñaba; lo que nos convierte, sin temor alguno y sin lugar a dudas, en sus hijos espirituales, como nuestras Hermanas de la Preciosa Sangre, por él fundadas.
5.- DESPOJADO DE TODOS, MÁRTIR DE EMAÚS,… MAS LA HISTORIA LE HA DADO LA RAZÓN Y, SAN PÍO X, SU BENDICIÓN

Este año se ha dado una curiosa coincidencia entre la Solemnidad de la Ascensión del Señor y el 111º aniversario de la muerte del Abad Francisco Pfanner, nuestro fundador, y he percibido algunas semejanzas entre las lecturas del día y su vida, con las que quisiera terminar esta homilía-homenaje a su recuerdo.
1.- Un mandato misionero: Dice Jesús: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Y el Abad Francisco responde: “Si nadie va, yo iré”.
2.- Una parcela de misión: Dice Jesús: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra””. Y el Abad Francisco, desde el confín de la Tierra, responde: “Nuestro terreno de misión es una parcela del Reino de Dios, que no tiene fronteras”.
3.- Una dolorosa constatación: Los planes del Señor no son nuestros planes: Dice el Evangelio de hoy: Fueron “al monte que Jesús les había indicado”; lo que me recuerda que, en la noche de Navidad del año 1882, cuando el Abad Francisco se acercaba con su “monasterio rodante” a la colina indicada, la de María y Ana, todas las carretas se le atascaron, y el monasterio que iba a edificar en la cima, tuvo que ser edificado en el llano, al ver en ello, el Abad Francisco, la voluntad de Dios. También dice ese Evangelio: “Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron”; lo que resumiría los “tiempos últimos” del Abad Francisco: aquellos que vieron el “Fenómeno Mariannhill” con buenos ojos y, creyendo en él, se unieron al Abad y le apoyaron; y aquellos que miraron con malos ojos y dudaron del “Fenómeno Mariannhill” y, escandalizados, castigaron al Abad y le abandonaron, aunque no pudieron terminar con aquel Fenómeno, pues no era fruto de la rebeldía de un hombre, el Abad Francisco, sino de la Voluntad de Dios.
-Habla el Abad Francisco: «Creo que Dios, en su sabiduría y bondad, permitió todo esto por el bien de mi alma. […] Mirad, los malos entendidos son siempre posibles, y a nadie se le debe echar en cara la culpa, cuando Dios lo permite por el bien de uno. […] Señor, te doy gracias porque me has acompañado a esta soledad –de Emaús-. En mi pobreza, haces brillar la gloria de tu resurrección, como ante aquellos discípulos que llevaban el corazón triste y dolorido. Te pido, como ellos, a las puertas de Emaús: “Quédate conmigo, pues cae la tarde y el día está para terminar”. […] Hoy es la fiesta de la Cruz de Nuestro Señor. Yo también he encontrado un trozo precioso de la cruz. La abrazaré y la besaré. Me acercará a mi Padre celestial».
Y como no se amargó al llevar su pesada cruz y supo llevarla con entereza y alegría, al final de su vida supo exclamar: “Fíjate en el Cielo y alégrate. Alégrate porque estarás delante de Dios y le verás. Luchemos y suframos con alegría, coraje y perseverancia hasta el fin”; algo que llamamos su “Testamento espiritual”… ¡Ah! La alegría del Abad Francisco Pfanner… ¡Esa gran desconocida… y tantas veces rechazada, para hacer del pobre Abad un personaje recio y serio, pero que, por tres veces, es mencionada en su testamento, como reflejo de toda su vida! Algo que hemos de rescatar para nuestra vida y apostolado, tanto a nivel personal como congregacional, pues fue la clave de su éxito y de esa última palabra, pronunciada antes de entrar en la Vida: “¡Luz!”

Querido Abad Francisco:
¡Feliz 111 aniversario de tu “Entrada en la Vida”!
¡De tu “Acogida en la Luz”!
¡De tu “Ciudadanía del Cielo”! y
¡De tu “Alegría Eterna”!. Amén.
P. Juan José Cepedano Flórez CMM.
+Salamanca, 24 de Mayo de 2020,
Solemnidad de la Ascensión del Señor,
Fiesta de María Auxiliadora,
Y 111º Aniversario de la muerte del Siervo de Dios, Abad Francisco Pfanner.


























