21 Abr Catequesis sobre la Misericordia en el Año Jubilar de la Misericordia: La Misericordia en la Sagrada Escritura: Nuevo Testamento (2ª parte):

TEMA 3.- LA DIVINA MISERICORDIA EN LA SAGRADA ESCRITURA [N.T.][1] (2/3)
2.- JESÚS, SEÑOR DE LA MISERICORDIA[2] (y II):
2.1.- Jesús predica la misericordia que Dios quiere:
Cuando Jesús habla de la misericordia, lo hace citando un texto del Antiguo Testamento: “Misericordia quiero y no sacrificio” (Os.6,6), que denuncia la transgresión de la alianza por aquellos que deberían conocerla y vivirla, no de una manera superficial, que hace que el culto sea inútil, sino desde la misericordia.
Esta sentencia es citada literalmente, por dos veces, en el Evangelio de Mateo (9,13;12,27), donde Jesús increpa a los escribas y fariseos por olvidar lo más importante de la Ley: “la justicia, la misericordia y la fidelidad” (Mt.23,23), y es aludida una vez en el de Marcos (12,33), cuando el escriba, ante la respuesta de Jesús a su pregunta sobre el mandamiento fundamental de la Ley, dice que “amar al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Para Jesús[3], Dios es compasión, es “rahamim” -“entrañas”-. “La compasión es el modo de ser de Dios, su primera reacción ante las criaturas, su manera de ver la vida y de mirar a las personas, lo que mueve y dirige toda su actuación. Dios siente hacia sus criaturas lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en su vientre. Dios nos lleva en sus entrañas”. Así, ante la imagen del Dios impasible de los escribas y fariseos de su tiempo, que no sufre con los que sufren y que dicta leyes que sólo conocen unos pocos, Jesús recuerda que la misericordia está antes que todo e introduce una alternativa revolucionaria:

[1] Sevilla Jiménez, Cristóbal: “La divina misericordia en la Sagrada escritura”. PDF. Instituto teológico San Fulgencio. Murcia. 2013. Scripta Fulgentina. Año XXIII. Nº 45-46. Págs. 21-38.
[2] Kasper,Walter: “Misericordia”. Sal Terrae. Santander. 2015. Nº4.
[3] Pagola Elorza, José Antonio: “Jesús, Poeta de la Misericordia de Dios”. PDF en Internet.
“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc.6,36), pues es la compasión de Dios y no su santidad el principio que ha de inspirar la conducta humana, pues Dios, que es grande y santo, no rechaza ni excluye a paganos, impuros y pecadores, como hacían los escribas y fariseos, sino que ama a todos, sin excluir a nadie de su compasión, pues su sol sale sobre buenos y malos y “no quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo mortecino” (Is.42,3).
Por ello, para Jesús, la misericordia no es una virtud más sino la única manera de ser como Dios es, el único modo de mirar al mundo como Dios lo mira, la única manera de sentir a las personas como las siente Dios, la única forma de reaccionar ante el ser humano como reacciona Dios, a quien le interesan aquellos que no interesan a nadie, quien tiene un lugar privilegiado en su corazón para los que sobran entre los hombres y es tenido como Padre por aquellos que no tienen quién les defienda.
Es, precisamente, desde el corazón sincero y compasivo desde donde debemos vivir nuestra relación con Dios, pues el verdadero sentido de la Ley y de la voluntad de Dios está en la misericordia que Dios muestra a su pueblo y le pide como actitud a su pueblo. Podremos hacer muchas cosas a lo largo de nuestras vidas, pero la compasión ha de estar en el trasfondo de todo, pues nada puede justificar la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Y así, la misericordia de Dios nos compromete:

– “Dadles vosotros de comer” (Lc.9,13) y Dios no nos pide nada que Él no haya hecho antes. Como diría el Papa Francisco, esta cita evangélica es para los desiertos y las periferias de nuestro mundo: Los desiertos de la soledad, de la falta de oportunidades y del paro, del amor roto, de la enfermedad y de la vejez, de la pobreza y de la exclusión.
– “Vete y haz tu lo mismo” (Lc.10,37), sin “dar rodeos”, abriendo los ojos para ver a tantos hombres y mujeres asaltados, robados, golpeados, abandonados, medio muertos en los mil caminos de la vida, acercándonos a la cuneta para levantar a los heridos y vivir curando a los que sufren (cf. Lc.25-37).
Por tanto, cumplir la Ley es no olvidar nunca la misericordia, verdadero espíritu de la Ley, que Jesús no ha venido a abolir sino a dar cumplimiento y llevar a la perfección.
Anexo 1: El lenguaje bíblico sobre la misericordia…[4]:

1) Invita al encuentro con Dios desde el propio sufrimiento y desde el sufrimiento del otro y expresa la cercanía de un Dios distante. La misericordia es un lenguaje universal para hablar de Dios, pues expresa el amor sin condiciones. Y los textos bíblicos nos muestran que es Dios mismo o Jesús quienes toman la iniciativa desde el sentimiento de la compasión.
2) No expresa un consuelo fácil ni una justificación ideológica, sino que invita al encuentro con Dios desde la propia necesidad y compromete a salir al encuentro del sufrimiento del otro. Por eso nuestro lenguaje humano se queda corto y limitado para expresar el sentimiento de Dios, pues nuestras palabras pueden empequeñecerlo e incluso obstaculizarlo.
2.2.- Jesús crea tres parábolas sobre la misericordia divina[5] y una sobre la misericordia humana:

Jesús nos enseña cómo es la misericordia de Dios Padre en las tres parábolas sobre la misericordia del capítulo 15 del Evangelio de San Lucas: 1) “La oveja perdida” (Lc.15,4-7) “La moneda perdida” (Lc.15,8-10) y 3) “La parábola del hijo pródigo” (Lc.15,11-32).
[4] Sevilla Jiménez, Cristóbal: “La divina misericordia en la Sagrada Escritura”. Scripta Fulgentina. 2013. Año XXIII. Nº 45-46 y Pagola Elorza, José Antonio: “Jesús, Poeta de la Misericordia de Dios”. PDF en Internet.
[5] Mendizábal, Luís María: “Entrañas de misericordia”. BAC popular. Madrid. 2015 y Sevilla Jiménez, Cristóbal: “La divina misericordia en la Sagrada Escritura”. Scripta Fulgentina. 2013. Año XXIII. Nº 45-46.
El denominador común de las tres parábolas es que, al terminar la narración de las mismas, todo ha sido encontrado y hay alegría por haberlo encontrado: 1) el pastor ha encontrado la oveja, 2) la mujer su moneda y 3) el padre al hijo menor, que se había ido.
Sólo el hijo mayor sigue perdido, aunque no se haya ido fuera, y todo por no comprender la misericordia del Padre, expresada apresuradamente en la frase “era preciso celebrar un banquete” (Lc.15,31), donde la expresión “era preciso” hace referencia al amor alejado de todo cálculo, al perdón sin condiciones y, en definitiva, a la humanidad del padre, de Dios Padre, mientras que el hijo mayor representa, precisamente, a todos los que ponen en duda la acogida misericordiosa de Jesús para con los pecadores y que es reflejo de la del Padre.
Anexo 2: El Buen Samaritano: un ejemplo de misericordia y amor eficaz al prójimo:

La parábola del buen samaritano (Lc.10,25-37) nos muestra cómo el buen samaritano llegó junto al herido “y, al verle, tuvo compasión” (Lc.10,33b).
1) Esta conmoción interna que el buen samaritano siente frente al herido es similar a la de Jesús frente a la viuda de Naím, en el funeral de su único hijo (cf. Lc.7,13), o a la del padre bueno, cuando ve regresar a casa a su hijo pródigo (cf.Lc.15,20).
2) El dolor de aquel moribundo del camino se le mete al samaritano hasta el corazón, tal como le pasa a Dios con su pueblo: “Mi corazón se agita dentro de mí, se estremece de compasión” (Os.11,8b).
3) Este violento sentimiento de amor, genera de inmediato en el samaritano una responsabilidad ante el caído, que se refleja en siete acciones concretas, propias de la misericordia (Lc.10,34-35): a) Se acercó. b) Vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino. c) Lo monto sobre su propia cabalgadura. d) Lo trasladó a una posada. e) Cuidó personalmente de él. f) Pagó la cuenta de la primera noche de posada y dejó un anticipo, suficiente para muchos días, para los nuevos gastos que va a implicar su cuidado. g) Se mostró disponible para seguir respondiendo por él.
2.3.- Jesús proclama la bienaventuranza de la Misericordia[6]:

En el Sermón de la montaña, Jesús dijo: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt.5-7). Para vivir esta bienaventuranza, Jesús nos enseñó un modelo a seguir: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Mt.5,48). De esta forma, el cristiano maduro, a imagen y semejanza de su Padre del Cielo, “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt.5,45), sabrá dar a su prójimo lo que éste necesita, no lo que éste se merece, y practicará con él un amor incondicional:
“Amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá” (Lc.6,36-38).
[6] Cantalamessa, P. Raniero: “Cuarta predicación de Cuaresma”. 2007.

San Francisco de Asís lo expresó bellamente en un poema suyo: “Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. Que allá donde hay desesperación, yo ponga la esperanza. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar. Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, es perdonando, como se es perdonado, es muriendo como se resucita a la vida eterna”.
Y todo esto hemos de hacerlo con generosidad, pues, como enseña San Pablo: «el que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará» (2Cor.9,6).
– Anexo 3: ¿Qué se da primero: la misericordia humana o la divina?:
Jesús dice “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt.5-7) y en el Padre Nuestro nos hace orar: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Por último, Jesús dice también: “Si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt.6,15). Pareciera lo contrario, sin embargo:
1) Es falso pensar que la misericordia de Dios hacia nosotros es un efecto de nuestra misericordia hacia los demás, y que es proporcional a ella. Si fuera así, la relación entre gracia y buenas obras estaría completamente del revés y se destruiría el carácter de pura gratuidad de la misericordia divina que Dios proclamó solemnemente ante Moisés: “Realizaré gracia a quien quiera hacer gracia y tendré misericordia de quien quiera tener misericordia” (Ex.33,19).
2) No podemos dar misericordia si no hemos recibido antes misericordia, porque la misericordia no es una cualidad natural del hombre, sino un don de Dios. Sólo cuando un pecador se sabe perdonado, porque ha experimentado en su corazón la misericordia de Dios en el Calvario, puede optar por extender él mismo, la misericordia recibida.
– En la parábola de los dos siervos (Mt.18,23ss.) vemos cómo es el señor quien, en primer lugar y sin condiciones, perdona una deuda enorme al siervo: ¡diez mil talentos! y que es precisamente su generosidad la que debería haber impulsado a ese siervo a tener piedad de quien le debía la mísera suma de cien denarios.
3) En conclusión, debemos “tener misericordia porque hemos recibido misericordia” y no “tener misericordia para recibir misericordia”; sin embargo, debemos tener misericordia nosotros también, si no la misericordia de Dios no tendrá efecto en nosotros y nos será retirada, como el señor de la parábola se la retiró al siervo despiadado. La gracia «previene» siempre y es ella la que crea el deber: “Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros”, escribe San Pablo a los Colosenses (Col.3,13).

– Si, en la bienaventuranza, la misericordia de Dios hacia nosotros parece tener el efecto de nuestra misericordia hacia los hermanos, es porque Jesús se sitúa aquí en la perspectiva del juicio final (“alcanzarán misericordia”, ¡en futuro!). “Tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio” (St.2,13) –en otras versiones: “La misericordia se ríe del juicio”-:
“Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. […] Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

Y entonces dirá a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis». […] Y él replicará: «Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo». Y éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna. (Mt.21,35-46).
[Comienza aquí la reflexión personal].
Próxima entrega: MARÍA, MADRE DE MISERICORDIA.
P. Juan José Cepedano Flórez CMM.
Misionero de Mariannhill.
© Todas las imágenes han sido tomadas de Internet.


























