
14 Abr Homilía del Cardenal Vincent Nichols sobre el P. Engelmar Unzeitig, el 2 de Febrero de 2016
Homilía del Cardenal Vincent Nichols sobre el P. Engelmar Unzeitig, el 2 de Febrero de 2016
En la fiesta de la Presentación del 2 de febrero de 2016, el Cardenal Vicent celebró la Misa anual para la Vida Consagrada. Llegando a la clausura del Año de la Vida Consagrada, era una oportunidad para celebrar el papel de todos los hombres y mujeres consagrados en la diócesis, en el contexto del Año Jubilar de la Misericordia.
En su homilía, habló sobre el P. Engelmar Unzeitig, un sacerdote checo que fue declarado Venerable por el Papa Benedicto y un Mártir de la fe por el Papa Francisco. Desde su valiente defensa de la fe frente a las atrocidades nazis hasta su servicio desinteresado de sus compañeros de prisión en Dachau, la vida del P. Unzeitig es «una imagen maravillosa de la misericordia en acción«, dijo el Cardenal.
«A medida que continuamos explorando la grandeza de la misericordia de Dios, hacemos bien en recordar que la cuenta más elocuente de la misericordia ha de encontrarse no en las palabras sino en las acciones”.
Luego pasó a explicar: “Quería compartir esta historia con ustedes hoy porque habla tan elocuentemente de la belleza y la generosidad que se encuentra en el corazón de la vida consagrada«.
El cardenal agradeció, entonces, «a Dios por la misericordia que llena la vida de tantos hombres y mujeres religiosos, que hoy entregan, nuevamente, su vida a Dios”.
Él les dio las gracias por su fidelidad para irradiar la luz del Señor y los invitó a «pasar [la misericordia de Dios] a los demás, siendo mensajeros consagrados de misericordia, en nuestro mundo actual”.
La homilía:
Hace algunos años, como parte de mis vacaciones de verano, fui al aeropuerto de Múnich para que uno de mis compañeros pudiera coger un avión a casa. Al salir del aeropuerto, el resto de nosotros echamos la vista a un cartel indicador hacia Dachau. Así que fuimos, a pesar de ser algo duro para hacer en vacaciones.
En el camino me despisté un poco, así que paré y le pregunté a un electricista, que estaba trabajando en el frontal de una tienda, si me podía indicar la ruta. Así lo hizo, en un inglés excelente, y luego dijo: «¡Que tenga un buen día!»
Dachau fue bastante impactante. Realmente me redujo al silencio. Y esa sensación de conmoción y silencio volvió hace tan sólo unos días cuando leí que el Papa Francisco había declarado que el P. Unzeitig era un mártir, asesinado por odio a la fe. En 2009, el Papa Benedicto le había declarado Venerable.

Vista aérea del Campo de Concentración de Dachau (© www.pinterest.com)
Yo nunca había oído hablar de él: P. Engelmar Unzeitig. Era un joven sacerdote de origen checo que prestaba servicio en Alemania y Austria. Era miembro de la pequeña Congregación Misionera de Mariannhill, un religioso, y por tanto, un hombre que hacemos bien en recordar en este día.
El P. Unzeitig fue arrestado por los nazis el 21 de abril de 1941. ¿Su crimen? La predicación contra el Tercer Reich desde su púlpito, especialmente contra su forma de tratar al pueblo judío. Él animó a su congregación a ser fiel a Dios y resistir frente a las mentiras del régimen nazi.
Leí que, como castigo, el P. Unzeitig fue enviado al campo de concentración de Dachau. He aquí el retorno de mi conmoción y el silencio. Lo que no sabía era que Dachau había sido llamado el «monasterio más grande del mundo«, debido a la gran cantidad de ministros y sacerdotes encarcelados dentro de su perímetro de alambre de púas. El campamento albergó a unos 2.700 clérigos, aproximadamente el 95 por ciento de los cuales eran sacerdotes católicos de Polonia, lo que hizo de él una de las residencias para sacerdotes más grandes de la historia de la Iglesia, de ahí el nombre.

Celebración de la Eucaristía en la capilla del barracón 26 de los sacerdotes católicos; las cruces aspadas en la espalda eran el distintivo sacerdotal (© www.religionenlibertad.com)
El P. Unzeitig tenía sólo 30 años de edad y dos años de sacerdocio cuando fue enviado a Dachau. Nacido en la República Checa en 1911, el P. Unzeitig entró en el seminario a la edad de 18 años y se hizo sacerdote de la Congregación Misionera de Mariannhill, cuyo lema es: «Si nadie va, yo iré”.
Durante su reclusión en el campo, el P. Unzeitig continuó su vida dedicado a la oración y el estudio, aprendiendo ruso para ser capaz de ayudar en la afluencia de prisioneros procedentes de la Europa del Este. Él tenía allí una reputación de ser un hombre santo.
El trato a los sacerdotes y ministros en Dachau era impredecible: a veces se les permitía celebrar la Misa (si no recuerdo mal, hubo hasta una ordenación sacerdotal dentro del campo); y otras eran tratados con severidad. En cierto Viernes Santo, docenas de sacerdotes fueron seleccionados para ser torturados como una forma perversa de honrar el Día Santo.
Durante varios años el P. Unzeitig permaneció con una salud relativamente estable a pesar del mal trato recibido. Sin embargo, cuando una ola de fiebre tifoidea se extendió por el campamento en 1945, él y otros 19 sacerdotes se ofrecieron voluntarios para hacer lo que nadie más quería hacer: el cuidado de los enfermos y moribundos en los barracones de la fiebre tifoidea, una condena a muerte, casi segura, en sí misma y de sí mismo. Él y sus compañeros pasaron sus días bañando y cuidando a los enfermos, orando con ellos y ofreciéndoles la extremaunción.
A pesar de sus circunstancias sombrías, el P. Unzeitig fundó su esperanza y gozo en su fe, como se evidencia en las cartas a su hermana desde el campamento.
Él escribió: «Todo lo que hacemos, cualquier cosa que queramos, es simplemente, sin duda, la gracia que nos lleva y nos guía. La poderosa gracia de Dios nos ayuda a superar obstáculos… el amor duplica nuestra fuerza, nos hace creativos, nos hace sentir interiormente plenos y libres. ¡Si la gente se diera cuenta de lo que Dios tiene preparado para los que le aman!”.
En otra carta que escribió: «Incluso detrás de los sacrificios más duros y los peores sufrimientos, Dios se mantiene con su amor de Padre, y está satisfecho con la buena voluntad de sus hijos y les da a ellos y a otros la felicidad«.
Finalmente, el 2 de marzo de 1945, el P. Unzeitig sucumbió él mismo a la fiebre tifoidea, junto con todos menos dos de los otros sacerdotes voluntarios. Tal vez murió con las palabras del Evangelio de hoy en sus labios: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz» (Lc.22,30). Dachau fue liberado por soldados estadounidenses tan sólo unas semanas más tarde.
Hoy quería compartir esta historia con ustedes porque ella habla tan elocuentemente de la belleza y la generosidad que se encuentra en el corazón de la vida consagrada. Cuando el P. Unzeitig escribe sobre el efecto del amor de Dios en su vida, estoy seguro de que toca un acorde en el corazón de cada uno de nosotros.
Después, también, quería contar su historia porque es una imagen tan maravillosa de la misericordia en acción. A medida que continuamos explorando la grandeza de la misericordia de Dios, hacemos bien en recordar que la cuenta más elocuente de la misericordia se ha de encontrar no en las palabras sino en las acciones. Pensamos en la acción de Dios en Jesús, eligiendo darlo todo para que pudiéramos vivir. Vemos la acción del P. Unzeitig, dando su fuerza, su esfuerzo, su vida, voluntaria y alegremente, por el bien de los demás.
En él vemos las obras de misericordia espirituales: su oración con los enfermos, ofreciéndoles consuelo y fortaleza espiritual. Vemos, también, las obras de misericordia corporales: bañando a los enfermos y a los moribundos, alimentándoles y dándoles un entierro digno, tan bueno como lo permitían las circunstancias. Sin duda, su vida y las vidas de tantos otros consagrados, como Santa Teresa Benedicta, fueron testimonio de la labor espiritual de perdonar las ofensas y tener paciencia con cuantos los enfermaron. ¡Qué ejemplos para nosotros hoy, que aún viviendo en tal comodidad, frecuentemente encontramos motivo de queja!
Su excepcional testimonio nos ayuda a ponderar las innumerables acciones de tantas personas, en nuestras propias vidas, en la vida de nuestras comunidades, que día a día ponen a otras personas primero. Cada vez que uno de nosotros hace ese esfuerzo extra, evoca la energía fresca cuando ya estamos cansados, con el fin de responder por amor a las necesidades de los demás, entonces, con nuestras acciones pintamos un retrato de la misericordia para adornar nuestro mundo.
Doy gracias a Dios por la misericordia de llenar la vida de todos vosotros, de tantos hombres y mujeres religiosos, que hoy rededican su vida a Dios. Saludo, en particular, a todos los que están celebrando jubileos de dimensiones especiales: de plata, oro y diamante. Gracias, gracias por vuestra fidelidad, por la belleza de vuestras almas y por la luz del Señor, a quien habéis sido fieles, contra viento y marea, reflejándolo en vuestras vidas. Él nos da la misericordia del Padre en toda su extensión. Pasémosla, cada uno de nosotros, a otras personas, siendo mensajeros consagrados de misericordia, en nuestro mundo de hoy.
Cardenal Vincent Nichols.