
21 Mar Las obras de misericordia: obras son amores…
El 11 de Abril del 2015 Su Santidad el Papa Francisco firmó la Bula Misericordiae Vultus, por la que convocaba el Año Santo de la Misericordia, que comenzó el 8 de Diciembre del 2015, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y que terminará, Dios mediante, el próximo 20 de Noviembre del 2016, Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Todos en la Iglesia hemos quedado emplazados para venir a ser Misericordiosos como el Padre, según reza el lema elegido para este evento eclesial. ¿Cómo, en concreto, venir a ser misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo? El número 15 de la Bula, antes mencionada, nos ofrece una respuesta bien práctica.
“En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.
Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero [cf. Mt 25,31-45]. Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de violencia que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”.
En el corazón mismo de este número se hace referencia a vivir las, así llamadas y conocidas, obras de misericordia. Con el catecismo en la mano, catorce son las obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales.
Las obras de misericordia corporales son: 1] Visitar y cuidar a los enfermos. 2] Dar de comer al hambriento. 3] Dar de beber al sediento. 4] Dar posada al peregrino. 5] Vestir al desnudo. 6] Redimir al cautivo. 7] Enterrar a los muertos.
Las obras de misericordia espirituales son: 1] Enseñar al que no sabe. 2] Dar buen consejo al que lo necesita. 3] Corregir al que yerra. 4] Perdonar las injurias. 5] Consolar al triste. 6] Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. 7] Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES:
[1] Visitar y cuidar a los enfermos
En hospitales y residencias, en sus propias casas o en las ajenas, allá donde estén, en los enfermos se hace presente el mismo cuerpo llagado y doliente de Cristo. De nosotros espera alguna visita, que supone cercanía, y alguna atención, que implica compromiso.
[2] Dar de comer al hambriento
Como hay tanta hambre en el mundo y son tantas las clases de hambres, los que padecen hambre son muchos más de lo que nos imaginamos. Con ellos hay que compartir lo que somos; también lo que tenemos, tanto lo que nos sobra como lo que nos hace falta.
[3] Dar de beber al sediento
Dar un vaso de agua al que lo pide es un tanto fácil y, hasta cierto punto, bonito. También hay otro modo de aliviar la sed: ayudar al sediento a encontrar la fuente y el manantial. Y aún hay algo todavía mejor: hacer brotar en su corazón el agua viva de la fuente de Dios.
[4] Dar posada al peregrino
El peregrino que busca posada tiene hoy muchos rostros. Hay quien llama a la puerta de la propia casa y hay quien, estando ya en casa, llama a la puerta del propio corazón. Sea quien sea, el caso es que quien se acerca a nuestra vida y llama es porque espera se acogido.
[5] Vestir al desnudo
Hay desnudos de ropa y hay quien, estando vestido, ha sido desnudado de su dignidad. Todos estamos llamados a cubrir la desnudez tanto de los unos como de los otros. Y se hace con prendas de abrigo y también con el manto del respeto, de la estima, de la veneración.
[6] Redimir al cautivo
Probablemente quede fuera de nuestro alcance poder redimir al que está injustamente cautivo. Algunas veces se podrá aliviar a los que por alguna causa están en prisión. Pero todos debemos ayudar a liberarse a cuantos viven sujetos a todo tipo de adicciones nocivas.
[7] Enterrar a los muertos
Hoy por hoy, en nuestros ambientes, este servicio está suficientemente cubierto. Y sin embargo, todavía podemos hacer algo de por muertos: respetar su memoria, dejándoles descansar en paz. Podemos también acompañar a los que quedan desolados por la muerte de los suyos.
OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES:
[1] Enseñar al que no sabe
Preciosa obra de caridad, que nos lleva a compartir con el que no sabe el tesoro de lo que alguien previamente nos enseñó. Enseñar, eso sí, con tacto, sin humillar y de manera gratuita. Enseñar y dejarse enseñar, porque todos podemos aprender de todos.
[2] Dar buen consejo al que lo necesita
Aconsejar bien, sin paternalismo y buscando el momento oportuno, es hacer al hermano un gran bien. Orientar e iluminar el camino existencial de los demás es evitarles tropiezos y caídas; es ahorrarles fracasos y males de mayor calado; es prevenir heridas y lamentos.
[3] Corregir al que yerra
La corrección fraterna para salvar al hermano es una obra de misericordia inmaterial. Se ha de hacer siempre con humildad, pues es propio de la condición humana errar. Se ha de hacer con amor, ya que en el ejercicio de la caridad cristiana el modo de ejercerla también cuenta.
[4] Perdonar las injurias
El contenido de esta obra de misericordia es evangelio altamente concentrado. No es fácil su puesta en ejercicio. Sólo poniendo delante de nosotros el ejemplo mismo de Jesús, podremos llegar a realizar lo que decimos cuantas veces rezamos la oración que Él nos enseñó.
[5] Consolar al que está triste
Por esta obra de misericordia nos asemejamos a Dios, que enjuga las lágrimas de todos sus hijos y las recoge en su odre de Padre. Está al alcance de todos hacer feliz al que se ve ahogado en su tristeza. Compartir tristezas es venir a ser cirineo del prójimo, ángel del consuelo para él.
[6] Sufrir con paciencia las flaquezas de nuestros prójimos
Nos cuesta convencernos que estamos llenos de limitaciones y flaquezas. Convivir y tratar con el hermano pone a prueba nuestra capacidad de vencimiento. La paciencia de Dios con nuestras torpezas nos invita a usar con los otros una medida semejante.
[7] Rogar a Dios por los vivos y difuntos
Quien reza por el hermano – ya vivo, ya difunto – se solidariza, haciéndose uno con él. Rezar por el otro y sus necesidades nos hace bien, pues conjura el egoísmo de pensar sólo en uno mismo. Rezar por el otro nos impulsa a trabajar en serio por remediar sus necesidades.
P. Lino Herrero Prieto CMM