
25 Ene Misioneros de la Misericordia
[La fraternidad universal cristiana]
La fraternidad universal cristiana no se apoya en ninguna filosofía altruista ni la Iglesia puede ser comprendida como una super ONG del desarrollo y de la solidaridad. Los misioneros, aunque aparentemente realizan tareas y actividades en favor de los hermanos más necesitados, parecidas a las realizadas por otros, se ven impulsados por motivaciones, que superan las convencionalmente humanitarias.
Los misioneros son creyentes, cuya motivación más fuerte es de índole religiosa y de profundo calado cristiano. Un misionero es un creyente que, desde que se hizo consciente de la declaración de amor recibida de parte de Dios, su vida se convirtió en un intento apasionado por responder a la misma y hacer que otros puedan tener la misma experiencia.
La fraternidad universal, que proponen los misioneros, se apoya en aquellos principios evangélicos, que rezan: el otro lleva impresa en sí la imagen de Dios; el otro es mi hermano; es mejor dar que recibir; hay que hacer al otro lo que a uno le gustaría le hicieran; el bien realizado al otro repercute en beneficio del que lo realiza; al ocuparse de los problemas del otro, los propios se redimensionan y adquieren su justa proporción; cuanto más se comparte, tanto más se posee; lo que al otro se hace, a Dios mismo le llega y afecta; amando al otro se comparte aquel mismo amor, que Dios puso primero y previamente en uno mismo.
Expuestas así las cosas, con esta amplitud de horizontes, ¡qué pobre sería considerar a la Iglesia como una sociedad filantrópica internacional y a sus misioneros como agentes de voluntariado social! Por más atrayente que parezca, este planteamiento está a años luz de la naturaleza de la Iglesia y de lo que los misioneros traen entre manos.
Si los misioneros se hacen hermanos de todos y promueven la fraternidad entre los hombres es porque creen que Dios es Padre de todos y en su Primogénito todos hemos venido a ser hijos e hijas de Dios.
[La misericordia como motor]
Aparentemente los misioneros hacen lo mismo que los agentes de desarrollo, los cooperantes, los asistentes sociales o los integrantes de tantas ONGs. Pero desde la motivación creyente en Dios, quieren atender al ser humano en el amplio abanico de sus necesidades. El ser humano es menesteroso por naturaleza y tiene necesidades básicas [alimentación, techo, vestido, sanidad, educación], pero también fundamentales [sentido de la vida, de la muerte, del dolor, necesidad de libertad, inquietud religiosa]. Yendo al encuentro de todo hombre, quieren atender a todo el hombre, en la totalidad de sus necesidades. Por lo tanto los misioneros, de forma mancomunada y de manera holística, van mejorando campos, casas y corazones; atendiendo a la agricultura, la cultura y el culto; construyendo granjas, escuelas e iglesias.
La tarea principal del misionero es saciar el hambre más profunda, que se agarra al corazón del hombre. ¿Tiene sentido hablar de Dios al que carece de todo? Demos vuelta a la pregunta: ¿Tiene sentido hablar de Dios al que tiene todo y no carece de nada? ¿Por qué hay que robar a los pobres la Buena Nueva del amor de Dios? ¿Por qué añadir a su terrible pobreza, esta otra? La actividad misionera de la Iglesia es una prueba fehaciente de que la Evangelización entraña tanto el anuncio explícito del Evangelio como la promoción humana de los que lo reciben. Por ello, los misioneros evangelizan y promocionan al ser humano a la par y sin conflicto de preferencias.
Si la misión de la Iglesia, continuación de la de Cristo, tiene que llegar a todo hombre y a todo el hombre, se entiende que las empresas misioneras de la Iglesia tiendan a atender al hombre en el más amplio abanico de sus necesidades. Evangelización y desarrollo han dejado de estar enfrentados, porque el desarrollo es parte integrante de la Evangelización. Así los misioneros hoy, como los de siempre, siguen sacando adelante todo tipo de iniciativas al servicio de las necesidades, tanto primarias como fundamentales, del ser humano; y lo hacen atendiendo a la par, de forma mancomunada y de manera holística, tanto a unas como a las otras.
Y estas convicciones, que hoy se nos presentan como aguas remansadas, después de haber padecido un aluvión de aguas bravas, no son algo nuevo en la vida de la Iglesia. Baste un ejemplo: San Benito y su obra [480-547] nacen cuando se desmorona el Imperio Romano. En medio de aquella desintegración cultural y social los monasterios benedictinos, extendidos por Europa, se convirtieron en islotes de integración de los más variados grupos humanos, donde se atendía a los hombres y mujeres en el amplio abanico de sus necesidades, mediante la agricultura, la cultura y el culto. Y así la granja, la escuela y el templo fueron los tres pilares, desde donde se construyó y evangelizó Europa.
P. Lino Herrero Prieto CMM
Misionero de Mariannhill