
24 Sep La misión de siempre
Eligió a los suyos para que estuvieran con Él
y para enviarlos a predicar.
[Cfr. Mc. 3, 14]
Jesús reunió a sus primeros discípulos para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar. Quería Jesús que los suyos fueran, primero, sus amigos y, después, sus misioneros. Entienden así los suyos que no podrán venir a ser misioneros de Jesús, si primeramente no hacen por ser verdaderos amigos suyos.
Con el paso del tiempo estos amigos de Jesús se hicieron eco su Evangelio. Gracias a ellos, hoy sabemos nosotros todo lo que Jesús dijo e hizo por nosotros los hombres y por nuestra salvación. Y hoy somos nosotros los que estamos llamados a ser eco del Evangelio de Jesús. Cuanto mejor vivamos según el Evangelio, más fuerte resonará éste en el mundo. Es decir, cuanto más amigos de Jesús, mejores misioneros.
¿Entendéis lo que he hecho con vosotros?
Haced vosotros lo mismo.
[Cfr. Jn. 13, 212-15]
Una vez cumplida la misión para la que había sido enviado por el Padre, al resucitar, Jesús vio cómo se cubrieron de gloria las llagas de su cuerpo. Había salido por ellas tanto vino nuevo, que hasta la vendimia final todos los hombres podrán alegrarse al disfrutar de él.
Terminada la misión de Jesús, comienza la tarea de los suyos. Como todo el mundo ha de quedar bañado en la Sangre del Cordero degollado, los suyos se ven impelidos a comienzar la tarea del reparto del vino nuevo de la salvación, dando gratis lo que gratis recibieron.
Dos varones con vestiduras blancas les dijeron:
¿Qué estáis mirando al cielo? [Cfr. Act. 1,9-12]
En lo alto de un monte Jesús da a los suyos las últimas instrucciones y les promete el envío del Espíritu Santo. La experiencia del momento les deja paralizados. Ángeles buenos les dicen que volverá de nuevo y que, mientras tanto, comienza la tarea encomendada.
La ascensión no significa parálisis o inactividad; es la señal de que comienza la tarea de los seguidores de Cristo, que marchó, volverá y, mientras tanto, sigue con ellos como compañero del camino y del quehacer misioneros.
Id por todo el mundo y predicad
el Evangelio a toda criatura.
[Cfr. Mc. 16,15-18]
Vuelto Jesús al Padre, habiendo lo suyos recibido la fuerza que viene de lo Alto, llega la hora de la dispersión misionera. La salvación tiene que superar las fronteras del país donde nació el Salvador, pues toda criatura está llamada a vivir la vida nueva de los hijos de Dios.
Y parten los misioneros en el nombre del Señor. Como la empresa es del mismo Señor, no han de temer. Contarán con el poder y la sabiduría suficientes para enfrentarse a todo aquello que haga oposición al Evangelio. Éste es el mejor servicio que los seguidores de Jesús pueden prestar al hombre de todos los tiempos.
El Padre quiere que
todos los hombres se salven.
[Cfr. 1Tim. 2,4]
Nuestro Dios es Padre de todos; pero no todos lo saben, ni todos lo viven. El Padre nos ha dado la misión de buscar a los hermanos, haciéndoles partícipes de esta feliz noticia y de esta gozosa realidad. La misión de los hijos es la respuesta obediente al deseo salvador, que desde siempre guardó el Padre en su Corazón. Por ello hay que echar las redes, multiplicar los contactos, establecer conexiones, provocar encuentros y alimentar relaciones.
No seríamos hijos de este Padre si no hiciéramos nuestro su sueño y deseo. Los hijos están llamados a ser misioneros del Padre en favor de sus hermanos. Los hijos han de tener el corazón a la medida del Corazón del Padre. Por ello hay que compartir lo que se estima como riqueza. Si lo guardamos, lo perdemos; dándolo, crece en nuestro almacén; siendo tacaños, nos empobrecemos; si lo compartimos, aumenta en nuestro haber.
Haced lo que mi Hijo os diga.
[Cfr. Jn. 2,5]
Salió el sembrador a sembrar… Es María la sembradora de la mejor de las semillas: la semilla del Evangelio. Echad las redes… Es María la que sostiene en su actividad a los pescadores de hombres. Id por todo el mundo… Es María la primera misionera, que nos mostró y entregó al Esperado de los tiempos. Ella, al darnos gratis lo que gratis recibió, se convirtió en la Reina de los misioneros.
A Ella le pedimos que siga siendo la Reina protectora e inspiradora de los sembradores del Evangelio, de los pescadores de hombres, de los misioneros de su Hijo; que siga siendo la Reina de los mensajeros, de los enviados, de los que anuncian el Reino de Dios; la Reina de los que colaboran en la viña del Señor, de los que viven según el Evangelio; la Reina de los que rezan y se sacrifican por la evangelización de los pueblos.
Lino Herrero Prieto CMM
Misionero de Mariannhill