
15 Sep Homilía en la Fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, Patrona de Mariannhill (8-IX-2015).
Queridos hermanos:
En el marco de esta celebración festiva el P. Muarrapaz Silva CMM va a recibir la cruz misionera, antes de partir a su nuevo destino en la Fundación de Mariannhill en Colombia. La Madre y Patrona de Mariannhill aceptará gozosa que centre la homilía de esta celebración en esta circunstancia.Nuestra Congregación nació en la Iglesia al servicio de la misión de ésta. La Iglesia tampoco es autorreferencial, pues vive y sirve a la misión del Hijo y del Espíritu Santo, misión que hunde sus raíces en el amor fontal del Padre, que quiere que todos los hombres se salven. Para que nunca lo olvidemos, nuestra Congregación ha escogido por Patrona a Aquélla, que se ha definido como la esclava y sierva del Señor. Hoy celebramos con gozo su nacimiento.
Cuando un misionero deja a los suyos y todo lo que es suyo, recibe a cambio, antes de partir a su destino, un crucifijo. Tiene el misionero que abrazarse a él, para que los latidos de su corazón se vayan acompasando a los del Corazón de Cristo. Tiene el misionero que rezar ante él, para que sea el mismo Cristo quien dé eficacia a todos sus trabajos apostólicos. Tiene el misionero que mostrarle a todos, para que por la contemplación del mismo, vengan todos a tener vida eterna.
Ese crucifijo se convierte así en el resumen de la vida espiritual, de la oración, y del trabajo del misionero. El misionero vive, reza y trabaja a la sombra de la Cruz y bajo la mirada de Aquél que en ella está clavado.
Con el crucifijo en la mano, el misionero parte con la seguridad de llevar consigo un equipaje completo, una despensa bien repleta, una farmacia bien surtida, una biblioteca bien selecta, una bolsa bien llena.
Cuando Cristo vino a nosotros, vino como un verdadero misionero: un misionero de Padre. La realización de su misión estuvo toda ella marcada por la Cruz. En un principio los rasgos de la Cruz eran tenues, pero poco a poco se fueron haciendo más nítidos. Cristo y su Cruz. No nos podemos imaginar ni entender a Cristo sin su Cruz. Para siempre Cristo será el que murió clavado en una Cruz: el Crucificado.
El misionero se encuentra cada día con el Crucificado de su crucifijo en los hombres y mujeres con los que trabaja. En ellos le está esperando Cristo Crucificado: en el niño sucio o hambriento, en el joven sin cultura ni futuro, en el adulto acostumbrado a la rutina y esclavo de supersticiones, en el anciano enfermo, sin techo o abrigo: en todos ellos, desconocedores de cuánto les ama Dios y de todo lo que Dios ha hecho por ellos y de todo lo que les tiene preparado.
¿Qué hará el misionero? Estará junto a ellos, ayudándoles a llevar esas cruces, intentando cargarlas de sentido para así vaciarlas de pesadumbre. Y a todos los que mueren con sed o sintiéndose abandonados, el misionero les recordará que perdonen a sus enemigos y verdugos; que se abandonen en las manos de Dios y que acepten por madre a la misma Madre de Dios.
Dice Cristo Crucificado a todos los suyos: “Tú, al menos, ámame”. Si al menos eso hacemos, no sería nada raro que luego añadiera: “Tú, sígueme” para compartir con todos y en todos los lugares la sabiduría y el escándalo de la Cruz de Cristo. Así sea.
Lino Herrero Prieto CMM.
Misionero de Mariannhill.