26 Mar SOLEMNIDAD DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR Y DE MARÍA MADRE DE MARIANNHILL 2015 (HOMILÍA DE LA FIESTA)
Queridos hermanos: A fin de sacar fruto y provecho de la celebración de esta tarde, creo que será suficiente hacer girar esta homilía en torno a cuatro palabras.
Primera palabra: JESÚS
Muchas luces y antorchas ardían de continuo en el recinto santo del Templo de Jerusalén. Muchas luminarias y fuegos se podían ver en cualquiera de sus rincones. Las brasas y ascuas de muchos braseros hacían por dar calor a los devotos de aquel lugar sagrado. Y, sin embargo, los aposentos del Templo estaban gélidos y en penumbra.
Un día entró en el Templo una pareja, que llevaba en sus manos un Niño, que irradiaba luz y calor. A la madre le quemaban las manos y al esposo de ésta le ardían los ojos. El gélido y oscuro Templo de Jerusalén se vio inundado de luz y calor. Dios había entrado en su Templo.
Pero, de todo ello no se dio cuenta casi nadie. La mayoría de los devotos iban y venían a sus cosas, que no a las de Dios. Pareciera como si a nadie interesara la entrada en el Templo de Aquél, que otorga sentido al Templo.
Sólo dos viejas candelitas, a punto de apagarse, notaron que el Templo brillaba con especial resplandor y que se podía sentir más calor en sus recintos. ¡Por fin arde fuego sagrado en el Templo de Jerusalén! Los ancianos, Simeón y Ana, no eran los únicos que lo anhelaban. Muchos en todo Israel, teniendo el almacén lleno de leña vieja y paja seca, esperaban que una chispa provocara el incendio, que les permitiera ver y sentir calor.
El anciano Simeón y la viuda Ana se acercan a la pareja. Ana no dejaba de bendecir a Dios por el consuelo enviado y no paraba de hablar a todos del Niño. El anciano Simeón entendió que aquel incendio no lo podrían contener ni las paredes del Templo ni las fronteras de Israel, pues estaba llamado a propagarse por doquier. Por ello cantó: Gloria, sí, de tu pueblo Israel; pero Luz, también, para alumbrar e iluminar a los pueblos y naciones.
Segunda palabra: MARÍA
María, al presentar a Jesús en el Templo, nos lo entrega. El regalo de Dios nos ha venido de manos de su misma Madre. Tal donación y entrega entraña una multiforme invitación. María nos invita a recibir con gozo el anuncio del Reino de Dios, que realizará su Hijo; nos invita a secundar la llamada a la conversión, que nos hará su Hijo; nos invita a descubrir en las palabras y en los milagros del Hijo la presencia consoladora de Dios entre nosotros; nos invita a no escandalizarnos de su Hijo, cuando le veamos padeciendo y muriendo; nos invita a ver en su Hijo resucitado todo el amor del Corazón de Dios hacia el hombre. En definitiva, María, al presentarnos a su Hijo, nos lo entrega, invitándonos a hacer lo que él nos diga [Cfr. Jn. 2,5].
Dichosos nosotros, si acogemos este don que nos viene de continuo de las manos de María. Dichosos nosotros, si secundamos esta multiforme invitación. En el Hijo de María se nos entrega la Luz de Dios. Felices nosotros, si dejamos que Él, disipando nuestras tinieblas y ahuyentando nuestros fríos, ilumine y aporte calor a nuestras existencias. Nuestra será la verdadera alegría, si nos ponemos delante del destello definitivo de Dios: Jesús, el Hijo de María, el mismo Hijo de Dios.
Tercera palabra: MARIANNHILL
¡Luz para alumbrar a las naciones! Esta exclamación del anciano Simeón fue la chispa de inspiración que llevó a Mariannhill a reconocer en esta fiesta el fundamento de su espiritualidad y la razón de su misión. Jesús es la luz de Dios, destinada a iluminar a las naciones. Pero Jesús ilumina a las naciones desde los brazos de María. Ella, habiéndolo recibido, nos lo presentó y nos lo entregó. Ha sido María quien ha levantado ante nuestros ojos la Luz de Dios, para seguidamente ponerla en nuestras manos y en nuestro corazón. Y este modo de proceder de María se ha convertido en norma fundamental de actuación para nosotros, los Misioneros de Mariannhill.
Como si de una carrera de relevos se tratara, María nos ha pasado el testigo de la Luz de Dios, para que nosotros, a su vez, lo pasemos a otros. Sobre nosotros pesa la gozosa tarea de seguir presentando y entregando a Jesús, Luz de Dios, a las naciones. Si nos parece que esta formulación es demasiado pretenciosa, lo podemos decir de manera más sencilla. Los Misioneros de Mariannhill estamos llamados a ayudar a María, para que sea Ella, quien siga presentado y entregando a su Hijo, Luz de Dios, a todas naciones.
Cuarta palabra: PROCESIÓN
No. No me refiero a la que acabamos de tener. Tampoco estoy pensando en aquella otra inquietante procesión, que desfila por el interior de cada uno de nosotros; esa procesión, que solemos identificar como la que va por dentro.
Me refiero a aquella procesión, que debe comenzar cada vez que salimos del templo. ¿Os imagináis que fuéramos a trabajar, a la escuela, a la política, a la economía, a la plaza pública, a la vida social, al ambulatorio, al mercado, al negocio, a la familia, a la diversión con una candela encendida?
Ya sé que no sería práctico. Bueno, pues salgamos a la procesión de la vida sin ninguna candela encendida, pero siendo nosotros mismos candelas de cera cristiana, que, al irse consumiendo, van repartiendo luz y calor allí por donde pasemos.
Los que saben de estas cosas dicen que la gran deficiencia de nuestro cristianismo es el corte radical e incoherente que se da entre el templo y la calle, entre nuestra fe y la vida. Somos de los que los domingos llamamos a Dios Padre y, luego, durante la semana vivimos como si fuéramos huérfanos de padre.
Si queremos ser misioneros de Jesús, Luz de Dios, a fin de incidir de manera eficaz en el mundo, bajemos a la arena de la vida diaria las convicciones de nuestra fe, siendo candelas de la más genuina y pura cera cristiana.
Queridos hermanos: Creo que con estas cuatro palabras es más que suficiente. Así sea.
Lino Herrero Prieto CMM
Misionero de Mariannhill
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