
12 Feb SOLEMNIDAD DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO COMO LUZ DE LAS NACIONES (2 DE FEBRERO DE 2015)
Queridos hermanos: En el trozo del evangelio de Lucas [2, 22-39], que acaba de ser proclamado, se narran los acontecimientos, que dan contenido a esta fiesta litúrgica, solemnidad principal de nuestra Congregación.
De tiempo atrás coincide nuestra solemnidad principal con la Jornada de la Vida Consagrada, que en la edición de este año tiene una especial significación, dado que nos encontramos en el Año de la Vida Consagrada.
Por otro lado, en el marco de esta celebración, festiva y familiar, algunos de nuestros hermanos van a renovar sus votos religiosos por un año más y, luego, todos vamos a confirmar nuestra consagración religiosa y nuestro compromiso misionero.
A fin de sacar fruto y provecho de esta celebración voy a destacar la dimensión religiosa y misionera del pasaje evangélico proclamado, valiéndome de los personajes que aparecen en el mismo.
1. JESÚS
Es el protagonista del relato y de la fiesta de hoy. Su presentación como primogénito en el Templo nos recuerda que, en cuanto religiosos y misioneros, nuestra vida está marcada por una primogenitura evangélica. También nosotros hemos sido presentados, dedicados, consagrados a Dios. La consagración religiosa, por la profesión de los consejos evangélicos, es una profundización en radicalidad de la consagración bautismal [Cfr. LG., nº 44; PC., nº 5; VC., nº 30].
La vivencia de los tres consejos evangélicos, a la que nos hemos comprometido bajo voto y el compromiso de dedicarnos a la misión de evangelizar, constituyen la expresión más clara de nuestra especial consagración a Dios. Hecha la ofrenda de una vez para siempre, la vivencia coherente de la misma pide fidelidad, generosidad y evitar caer en el sinsentido de practicar la rapiña en el holocausto, que se realizó con pleno conocimiento y libertad.
2. MARÍA
Y junto al Hijo, que se ofrece y consagra, la otra protagonista principal del relato y de la fiesta de hoy es su Madre, la Virgen María, que cumple con la ley de la purificación. ¿Qué nos enseña este misterio de la vida de María a los que somos religiosos y misioneros? La limpieza del corazón garantiza la visión de Dios. Tener un corazón limpio implica evitar todo aquello que es indigno de nuestra condición y hacer que nuestros pensamientos, palabras y obras realicen lo que es bello, noble y bueno.
Por esta misma condición los consagrados y misioneros estamos llamados a vivir con la permanente pasión de ver a Dios y esto exige de nosotros un permanente ejercicio de purificación y ascesis; en una palabra, de conversión [Cfr. PC., nº 6; VC., nº 38 b,c,d y 35 b.].
3. EL ANCIANO SIMEÓN
Es otro de los personajes que aparecen en el relato y, junto con Jesús y María, es también protagonista de esta fiesta. Destaco de él tres cosas, que nos pueden ayudar a nosotros, consagrados y misioneros.
Del anciano Simeón destacamos, en primer lugar, que se dejó impulsar por el Espíritu Santo. Nuestra vocación religiosa y misionera no se entiende sin un impulso que brota del Espíritu Santo. Al ser fruto y don del Espíritu Santo, nuestra vocación nos capacita para ver más allá de las apariencias externas y nos lanza a buscar al Esperado de los tiempos. En la medida en que llevemos una vida en el Espíritu Santo, nos convertiremos en testimonio y profecía, pues también se espera de nosotros que tomemos a Cristo en brazos y bendigamos a Dios.
Del anciano Simeón destacamos, en segundo lugar, que se dejó iluminar por la luz de Dios. Los que también hemos sido iluminados por Cristo, estamos comprometidos a renunciar a las obras de las tinieblas y a vivir como hijos de la luz; sin olvidar que vivir iluminados conlleva la exigencia de compartir la luz con los que todavía viven en tinieblas. Para nosotros vivir desde Dios [consagración] y vivir para Dios [misión] son inseparables, dado que no nos podemos entender sin lo uno y lo otro [Cfr. PC., nº 8; VC., nºs 25 y 55]. La dimensión apostólico- misionera pertenece a nuestra misma y más genuina identidad y nunca podrá ser considerada como un añadido falto de importancia.
Del anciano Simeón destacamos, en tercer lugar, la profecía inquietante de la contradicción. Nuestra opción de vida siempre será fuente de contradicción: extraña y no se entiende. Habiéndonos decidido por el seguimiento radical de Cristo, a veces nos puede asaltar la tentación de escandalizarnos de Cristo, sobre todo cuando las cosas van mal o cuando se sufre precisamente por ser seguidores suyos. María, la Buena Madre de Mariannhill, nos recuerda que no debemos romper la unión con Cristo en medio del dolor y la dificultad [Cfr. AG., nº 24].
4. LA VIUDA ANA
De la viuda Ana, el cuarto personaje protagonista del texto evangélico y de la fiesta de hoy, se dice que no se apartaba del Templo y que no dejaba de hablar a otros acerca del Niño. Bien sabemos que Oración y Evangelización son los pilares de nuestra identidad religiosa y misionera. Lo original de este binomio no son sus dos elementos sino el hecho de que han de ir siempre unidos. De los llamados a ser religiosos y misioneros se espera que sepan conjugar vida contemplativa con vida activa; que superen la tentación de creer que una cosa es lo que ocurre en el Templo y otra lo que sucede fuera del mismo. No es distinto el Dios que llena el Templo de aquel Dios con el que uno se encuentra al salir del Templo. Los somos de Mariannhill, apoyados en la tradición benedictina, sabemos bien que todo ello se encuentra sintetizado en la lema Ora et Labora.
Queridos hermanos: El repaso que hemos dado a los pilares de nuestra identidad como religiosos y misioneros, valiéndonos de los cuatro personajes protagonistas del texto evangélico proclamado en esta liturgia, no ha de servir sólo para recordar lo ya bien sabido, sino para poner en práctica todo aquello que, siendo la vida de nuestra vida, no siempre es suficientemente vivido. Así sea.
Lino Herrero Prieto CMM
Misionero de Mariannhill