
21 Ene Nuestra Señora de la doble Bendición. Ruega por nosotros.
La descubrí, casualmente, un día, bendiciéndome desde detrás del escaparate de una tienda de arte sacro de León y quedé prendado de ella.
Desde entonces llevo ya dos años seguidos yendo a visitar a la que yo llamo Nuestra Señora de la Doble Bendición, pues Madre e Hijo nos están bendiciendo, los dos, a la vez.
Cada vez que la visitaba, preguntaba su precio al comerciante, en la esperanza de que, de una vez a otra, se fuera apiadando de mí y rebajándome el precio, algo que nunca ocurrió.
Así, vez tras vez, el precio era terco y seguía teniendo los mismos doce dígitos que de costumbre: “I-n-a-l-c-a-n-z-a-b-l-e”.
¡Y no me extraña!… “Tallada a mano en madera noble, pintada a mano y con pan de oro, procesos artesanos tradicionales”… ¡Puff! Aquella perorata del comerciante sobre las virtudes de la talla era, sin embargo, gratuita y me recordaba que, algunas veces, mis “caprichos” espirituales son demasiado caros para lo que permite mi pobre voto de pobreza como religioso.
Entonces pegaba la nariz al cristal del escaparate y miraba su amor: incondicional, cercano, accesible… y su bendición: continua, infatigable… y doble, a pesar de lo abultado del precio y de la frialdad del cristal del escaparate, que se interponían entre los dos. Y me sentía feliz, aunque aquella imagen no fuera mía… y la dejaba libre hasta volverla a visitar en las vacaciones siguientes, para saludarla, otra vez, y preguntar su precio, una vez más.
Esta Navidad le repetí mi visita, pero la imagen ya no me esperaba tras el cristal de aquel escaparate. ¡Qué disgusto!… Recorrí con la mirada todos los rincones del escaparate y no estaba… ¿La habrían vendido? No lo sé… Demasiada gente en la cola del mostrador para poder preguntar.
Mas no me doy por vencido, en las próximas vacaciones, volveré otra vez a repetirle mi visita. Posiblemente, ya no esté; y me alegraré por ella y le rogaré que bendiga doblemente su nuevo hogar y a su afortunad@ dueñ@ y a cuantos allí la visiten.
Pero si sigue allí, me alegraré por mí y le repetiré el «ritual» de mi visita: Entraré, preguntaré, una vez más, su precio, le pediré al dependiente que me la deje tener, una vez más, en las manos y le volveré a rezar: «Nuestra Señora de la Doble Bendición, ruega por nosotros y bendícenos, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».
Después, como siempre, sonreiré con tristeza al escuchar, una vez más, su precio, y, una vez más, se me astillará el corazón al decirle al encargado que aquel precio excede con mucho mi presupuesto y, con la mano temblorosa, como quien no quiere deshacerse de algo afectivamente suyo, se la devolveré, una vez más, al dependiente, que la depositará, nuevamente, con parsimonia infinita, en el escaparate, mientras reflexiona en voz alta que soy el cuarto cliente que pregunta por ella en los últimos dos años.
Y yo apenas le escucharé, pues la estaré esperando del otro lado del cristal, como siempre, para verla una vez más antes de irme, para recibir su doble bendición y despedirme de ella hasta las próximas vacaciones, en la esperanza de que no la hayan vendido para entonces y que le sigan permitiendo estar en su rincón del escaparate, siempre dispuesta a bendecir, doblemente, a cuantos se acerquen a curiosear… y especialmente a mí, su más rendido admirador, que la seguiré visitando.
P. Juan José Cepedano Flórez CMM.