
11 Oct La alegría del Evangelio
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.
Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.
Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.
En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años”. [Evangelii Gaudium, 1]
El 24 de Noviembre del año 2013, al finalizar el Año de la Fe, el Santo Padre Francisco firmó y entregó a la Iglesia la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, que puede ser considerada como el documento programático de su pontificado. El texto de la misma consta de 288 números, divididos en una introducción y cinco capítulos.
Ofrecemos una pequeña síntesis de este importante documento, destacando la innegable y poderosa dimensión misionera del mismo.
Y lo hacemos precisamente en vísperas de la Jornada Mundial de Misiones [Domund], que se celebra este año el 19 de Octubre, con el deseo de que pueda servir para una celebración provechosa de la misma.
Introducción [2-18]
Constatamos una realidad: la oferta consumista se va extendiendo a las más diversas culturas de nuestro mundo, alcanzando el corazón de los creyentes tanto como el de los no creyentes. Con la ilusión de ser más felices, vivimos engolfados en el consumo a tope. Y después de sembrar en tanto consumo, obtenemos como cosecha tedio y tristeza. ¿Habrá salida de este círculo vicioso? ¿Será una quimera ser felices?
La Iglesia, comunidad de los creyentes en Cristo, desea presentarse ante el mundo de hoy portando en sus manos la alegría del Evangelio y proponiendo a cada ser humano un alejamiento de todo lo que le deshumaniza y una vuelta a Dios, fuente de la verdadera alegría.
Éste es, sin dudarlo, el mejor de los servicios que la Iglesia puede prestar a la humanidad. Por ello, los creyentes, en cuanto misioneros y evangelizadores, se han de acercar a los demás, convencidos de que Dios no viene a aguar la fiesta de la vida humana, sino a ofrecer a todos un vino nuevo y de la mejor calidad.
Así lo vive la Iglesia en su pastoral ordinaria, atendiendo a sus fieles; también así lo vive cuando sale a buscar a los que, siendo sus hijos, se han alejado; y así está urgida a vivirlo, acercándose a los que, sin saberlo, buscan a Dios. Es hacia estos últimos hacia donde, sobre todo, se debe dirigir la Iglesia. Este salir misionero se convierte así en la tarea primordial de la Iglesia y en el paradigma del resto de sus actividades.
I. La transformación misionera de la Iglesia [19-49]
Habiendo sido identificados los escenarios y los desafíos hacia donde debe dirigirse hoy la misión evangelizadora de la Iglesia, no queda otra que los creyentes, saliendo de la propia comodidad, se atrevan a llegar a todas aquellas periferias, que necesitan ser iluminadas por el Evangelio.
La Iglesia, comunidad de los creyentes en Cristo, ha de saberse en permanente estado de misión. Todo en la Iglesia ha de ser visto en clave misionera. La Iglesia no existe para ella misma sino para evangelizar. Tomar conciencia de ello, le llevará a la Iglesia a una constante renovación y una conversión misionera.
Tan importante como el fin son los medios. El cómo de la evangelización es clave para que ésta alcance sus objetivos. La Iglesia está llamada e evangelizar desde la misericordia y la paciencia, poniendo sobre todo los acentos en la centralidad del amor misericordioso y paciente de Dios, manifestado en Cristo.
II. En la crisis del compromiso comunitario [50-109]
La tarea evangelizadora de la Iglesia, dirigida primariamente al corazón de cada una de las personas, ha de alcanzar también a las culturas concretas, donde tales personas están enraizadas, a fin de que el mismo Evangelio quede inculturado y no sea visto como una especie de barniz superficial. Las culturas nos son una realidad estática. Las culturas, incluso las más católicas, han de ser constantemente evangelizadas.
La vocación misionera y evangelizadora de los creyentes implica que éstos sean en la realidad concreta, en el que se encuentren,personas-cántaros para dar de beber a los demás; que vivan, ante la contemplación de tantas llagas humanas, la revolución de la ternura; y que, dejando la comodidad, salgan a ser callejeros de la fe.
Para todo ello, los creyentes no se ha de dejar robar ni la alegría misionera, ni la esperanza, ni la comunidad, ni el ideal del amor fraterno, ni la fuerza misionera.
III. El anuncio del Evangelio [110-175]
No habrá verdadera evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor. El primer contenido del anuncio es decir a cada uno que Dios le ama. Al servicio incondicional de esta tarea está la Iglesia.
Es la Iglesia un pueblo, enviado a todos los pueblos; un pueblo, que se sabe al servicio de los otros pueblos; un pueblo, que acaba teniendo los muchos rostros de los otros pueblos.
Y todos los que somos miembros de este pueblo estamos llamados a ser discípulos misioneros; llamados a ser protagonistas, por el bautismo recibido.
Lo que da sentido a nuestra vida, eso mismo es lo que estamos llamados a comunicar a los otros. Pero esos otros no son seres impersonales sino personas concretas con rostros y nombres diferenciados. Se trata, pues, de acercarse a cada persona concreta, entablando con ella un diálogo testimonial.
Y ello ha de ser realizado con actitudes de madre y con palabras que hagan arder el corazón, con leguaje sencillo y siempre positivo. El creyente evangelizador se ha de hacer compañero de camino del que quiere evangelizar, con la constante actitud de dejarse evangelizar.
IV. La dimensión social de la evangelización [176-258]
Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios; lo que entraña de por sí tremendas repercusiones sociales.
La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás.
Así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión, que comprende, asiste y promueve.
No se trata de tener con los pobres algunos actos esporádicos de generosidad, sino situarles en un lugar privilegiado en el seno del pueblo de Dios. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria.
La inmensa multitud, que aún no ha acogido el anuncio de Jesucristo, no puede dejar indiferentes a los creyentes en Cristo. Por lo tanto, el empeño ecuménico por lograr la unidad entre todos ellos, para que así se facilite la acogida de Jesucristo, deja de ser mera diplomacia o cumplimiento forzado, para convertirse en un camino ineludible de la evangelización.
V. Evangelizadores con espíritu [259-288]
Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino, sobre todo, con una vida que ha sido, a su vez, evangelizada. Los creyentes misioneros, a la par que trabajan, no dejan de orar, pues siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad.
Para ello, los evangelizadores se han de armar con una buena coraza de motivaciones misioneras. Y la primera de dichas motivaciones es el mismo amor de Jesús recibido. No se puede perseverar en una evangelización fervorosa, si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo conocer a Jesús que no conocerlo. Más allá de que nos convenga o no, nos interese o no, nos sirva o no, más allá de los límites pequeños de nuestros deseos, nuestra comprensión y nuestras motivaciones, evangelizamos para la mayor gloria del Padre, que nos ama.
La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo lo es por su pueblo, tantas veces herido. A veces a los evangelizadores les asalta la tentación de serlo, manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor, presentes en su pueblo. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros. Esa apertura del corazón es fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que en recibir» [Hch 20,35]. El creyente se ha de reconocer a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Para compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega.
Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él «viene en ayuda de nuestra debilidad» [Rm 8,26]. Con la asistencia del Espíritu el evangelizador tiene la seguridad de que no se va a perder ninguno de sus trabajos realizados con amor; tampoco se perderá ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, ni acto alguno de amor a Dios. Quizás el Señor toma su entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo, donde nunca irá.
María es la Madre de la evangelización y de la Iglesia evangelizadora. Sin Ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización. La Iglesia, a la hora de evangelizar, ha de mirar a María, para descubrir en ella el estilo, en el que se inspire su labor. Cada vez que los evangelizadores miran a María, vuelve a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. A Ella le tenemos que rogar que, con su oración maternal, haga que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos y una madre para todos los pueblos, haciendo así posible el nacimiento de un mundo nuevo.
P. Lino Herrero Prieto CMM
Misionero de Mariannhill
]]>