El P. Daniel Perreault CMM es un misionero de Mariannhill que ha venido trabajando desde hace años en aquella zona conocida como el Polo Norte y que para la inmensa mayoría de nosotros es del todo desconocida.
Reproducimos en esta ocasión la mayor parte de su última carta circular [Julio de 2023], donde habla de su trabajo en la Parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción en la ciudad de Iqaluit, capital del territorio autónomo de Nunavut [Canadá], y de sus planes de futuro.
Como reza el viejo refrán: “Todo lo bueno se acaba”. Después de casi quince años de trabajo misionero en las dos parroquias católicas de la Isla de Baffin, en Nunavut, el mandato que recibí de mis superiores de Mariannhill llega a su fin el próximo 31 de julio. Mi desempeño pastoral en dichas parroquias – Iqaluit y Pond Inlet – ha sido muy diferente, teniendo en cuenta la diferencia de los contextos geográficos, culturales, étnicos y materiales de ambas.
Cuando llegué al Polo Norte no tenía ni idea de lo que me esperaba. En la parroquia de Iqaluit me encontré con una pequeña comunidad católica en busca de un nuevo impulso, con la esperanza de que el párroco recién llegado atrajera a más gente a la celebración de la misa dominical. Desde la primera reunión del consejo parroquial nos dimos cuenta de que quizá ese no era el planteamiento acertado y de que las cosas no iban a funcionar así. A lo largo del primer año de mi estancia llegamos a discernir cuál debía ser la prioridad principal para que nuestra comunidad cristiana creciera. Y eso no significaba necesariamente que aumentara el número de personas en la misa dominical. Tal prioridad consistía en que como parroquia católica pudiéramos influir en la población donde nos encontramos. Hay que tener en cuenta que por entonces los pocos cristianos Inuit – nativos del lugar – eran en su mayoría anglicanos y unos pocos de otras confesiones cristianas. La pequeña comunidad católica estaba formada por unos pocos francófonos y angloparlantes, provenientes de otras provincias canadienses, y por un nutrido grupo de católicos de Asia. Como es de suponer, todos ellos con formas muy distintas de pensar el futuro y de hacer las cosas. Así las cosas, ¿cuál fue entonces la prioridad por la que optamos? Nos decidimos por la evangelización de los bautizados en un contexto de descristianización masiva, no sólo en nuestra población de Iqaluit sino en toda Norteamérica y en otras latitudes del hemisferio norte. Aunque las causas de esta descristianización en gran medida se nos escapen, decidimos entonces hacer todo lo posible en orden a encontrar un remedio: que el mayor número posible de católicos de la parroquia, cada uno según sus carismas personales y las posibilidades concretas de sus condiciones de vida, tomen conciencia de que también son misioneros, actuando como tales.
La evangelización de los bautizados consiste en intentar llegar a todos aquellos que, de una o de otra manera, han estado en contacto con la fe cristiana y que se han separado de ella, la mayoría de las veces de manera inconsciente. Éste es el caso que de tiempo atrás se puede decir de la inmensa mayoría de la población católica de Iqaluit. Para la mayoría de ellos, la transmisión de la fe se detuvo en la generación de sus abuelos, aunque siguieran solicitando el bautismo y otros sacramentos. Los pocos que participan en la vida parroquial en su mayoría están desorientados y no saben por dónde empezar para que esta transmisión continúe a través de ellos. Se imaginan que con llevar a sus hijos a la iglesia será suficiente. Pero no es así. Por eso elegimos desde un principio herramientas que han resistido el paso del tiempo. El objetivo no era sino capacitar a quienes en la comunidad católica reconocen que ser discípulos es también ser misioneros, dándoles los medios y la formación necesarios para poner en práctica sus carismas.
Durante los dos primeros años, preparamos el terreno para concienciar de esta responsabilidad al mayor número posible de católicos. En una segunda etapa organizamos dos retiros parroquiales, basados en el método “Vida Nueva” de la Escuela de Evangelización San Andrés y en la creación de células parroquiales de evangelización, teniendo en cuenta que en nuestra comunidad católica la movilidad de creyentes es continua, dado que la permanencia, debido a razones laborales, no suele durar más de tres años. Para hacer posible este enfoque, fue necesario caer en la cuenta de que era absolutamente necesario un cambio de actitudes, un cambio de paradigma: que cada fiel católico se diera cuenta de que es un actor importante en el proceso de evangelización y que este proceso se alimentara constantemente con la oración personal y comunitaria. Cada discípulo misionero se debía comprometer a dedicar regularmente un tiempo a la adoración personal o a la Lectio Divina, que es una forma de meditación sobre las Sagradas Escrituras.
Entrar en este proceso de evangelización implicaba una verdadera conversión pastoral y personal. Dado que optar por esta prioridad afectaría a toda la vida de la parroquia, debía ser aceptada y vivida por el mayor número posible de fieles católicos. Para que todas las actividades normales de la parroquia no fueran vistas al margen de esta prioridad, sino que se imbuyeran del tenor de la misma, tenían que pasar a ser consideradas como oportunidades adicionales de evangelización. Hubo que tomar una decisión difícil, pero importante. En toda comunidad parroquial siempre hay personas más inclinadas hacia tal o cual espiritualidad o movimiento eclesial. Dado que nuestra parroquia era y sigue siendo pequeña, no nos quedó otro remedio que decidirnos por una única prioridad, en lugar de dividirnos en multitud de ellas, lo que habría tenido como efecto reducir considerablemente el impacto del proceso de evangelización. El objetivo no era formar grupos que se replegaran sobre sí mismos, por muy buenos que fueran, sino formar discípulos que se atrevieran a salir al mundo. Formar, en definitiva, una Iglesia en salida.
En las dos parroquias de Iqaluit y Pond-Inlet, donde he venido trabajando, muchos fieles – padres y abuelos – utilizan actualmente una nueva herramienta para la evangelización de los niños. También debo mencionar que esta herramienta se ha puesto a disposición de otras 8 parroquias católicas, gracias a la generosidad de algunos bienhechores. Dicha herramienta consiste en una serie de 30 cuadernillos, donde se narran otras tantas historias bíblicas con atrayentes ilustraciones, especialmente diseñados y adaptados para que los padres y abuelos se las puedan contar a los niños pequeños. Esto permite transmitir la fe de forma sencilla a los más pequeños y, a la par, que los padres participen realmente en esta tarea, por la que ofrecen el maravilloso regalo de Fe a sus hijos. He oído que a los hermanos mayores les gusta participar en esta transmisión.
En la parroquia de Iqaluit, el número de los fieles que atienden a las celebraciones dominicales se ha triplicado hasta el punto de que tenemos que añadir más sillas y no son pocos los que tienen que permanecer de pie durante la misa. No hay lugar para la autocomplacencia. El proceso de crecimiento debe continuar y extenderse a otras comunidades. Cuando miro a la asamblea dominical, puedo percibir que se siente feliz y eso me reconforta mucho.
Hay un punto muy importante que también me gustaría destacar. Desde el año 2009, los pastores de las distintas confesiones cristianas decidieron reunirse una vez al mes para rezar y alabar juntos a Dios. No son momentos de discusión, sino de comunión. Dado que compartimos muchos de los mismos retos y preocupaciones, estas reuniones, con Cristo en el centro, nos han acercado y reconfortado mutuamente. Esta amistad entre nosotros también ha permitido a nuestras comunidades reunirse en ocasiones especiales. Debo decir que echaré de menos estos momentos tan enriquecedores.
Las cosas son un tanto diferentes en la otra parroquia de Pond Inlet. Aquí también está claro que transmitir la fe no es tarea fácil. Los abuelos la transmiten como buenamente pueden, pero el contexto no ayuda mucho. La conciencia de que la evangelización es una responsabilidad de todos los discípulos y de que todos están llamados a la misión aún no ha calado realmente. Cuando el sacerdote está ausente, lo que ocurre con bastante frecuencia, dos o tres líderes se ponen de acuerdo para presidir las celebraciones de la Palabra, pero estos líderes ya son mayores y los católicos más jóvenes no se animan a implicarse. Sigue habiendo mucha rivalidad entre familias y clanes. Y todo ello se nota en la vida de la comunidad. Algunos jóvenes que serían capaces no se atreven por miedo al rechazo. Luego está el modo de vida tradicional, que no es malo en sí mismo, porque permite a la gente alejarse de las principales tentaciones de la ciudad: nada de televisión, nada de Internet, poco o nada de alcohol o drogas. La vida de la comunidad cristiana depende de la época del año. Cuando termina la noche polar y vuelve pujante la luz del día, da comienzo la temporada de la caza de focas, imprescindible para la provisión de alimentos y vestido. La caza de narvales se inicia a finales de verano. La acampada en el hielo con la caza del ganso y, por supuesto, la pesca de subsistencia prácticamente durante todo el año. Como cabe suponer, todo ello influye mucho en las actividades de la comunidad cristiana desde el punto de vista de la evangelización.
No quiero aburrirles contándoles la multitud de problemas materiales, con los que he venido encontrándome durante mis quince años de servicio pastoral en estas parroquias. Baste enumerar la cantidad de reparaciones que he tenido que hacer para evitar la congelación de determinados lugares. Estos problemas han sido, sin duda, mis pruebas más difíciles, sobre todo ahora que ya no puedo agazaparme bajo la casa a -35º C para desatascar una tubería o descongelar un depósito. Aunque se vislumbran algunas soluciones, falta mucho todavía.
Afortunadamente, el sacerdote que me va a sustituir está en buena forma y es bueno con las manos. Además todavía es capaz de acampar y podrá viajar con los Inuit durante las largas temporadas de caza. Residirá de manera permanente en Pond-Inlet, lo que supondrá un gran impulso a la vida de la comunidad parroquial.
Cuando podáis leer esta carta, ya habré salido de Nunavut, después de presentar a mi sucesor en la parroquia de Iqaluit. Tengo planes de pasar con él un par de semanas para informarle sobre la vida y la administración de la parroquia y garantizar así la continuidad del trabajo pastoral. Después de pasar un mes en Quebec, iré a Israel durante 3 meses para seguir unos cursos de Biblia en el contexto geográfico, histórico y geopolítico de la región. Será para mí como una forma de pasar página, aunque, no del todo, tengo que confesar. Y digo esto porque mi obispo me ha pedido que continúe como Vicario General de la diócesis durante los próximos dos años, mientras encuentra a alguien que me sustituya. Hasta la fecha, siempre he desempeñado estas funciones a distancia, utilizando la tecnología que conocemos. A finales de este año volveré a Sherbrooke. A partir del próximo años estaré a disposición de mi Congregación para ir a donde me envíen, probablemente a algún lugar un poco más cálido. Me encantaría tener la oportunidad de compartir mi experiencia de Iglesia en crecimiento con otros hermanos de Congregación en otras latitudes. Veremos qué disciernen mis superiores.
Me gustaría agradeceros vuestra paciencia al leer regularmente mis cartas circulares. Muchos de vosotros me habéis hecho preguntas, que he intentado responder lo mejor que he podido. Quiero agradeceros sobre todo vuestro apoyo en la oración y también vuestra generosidad material. Nunca me sentí solo, dado que contaba con toda una comunidad de hermanos, familiares, amigos y bienhechores. Seguiré enviándoles mis noticias y manteniéndoles informados de mi nueva misión.
P. Daniel Perreault CMM
Misionero de Mariannhill