El misionero de Mariannhill, P. Daniel Perreault CMM, durante la celebración del Sacramento de la Confirmación en su parroquia de Iqaluit (Nunavut/ Canadá).
En su última carta circular habla de su trabajo en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en la ciudad de Iqaluit, capital del territorio autónomo de Nunavut (Canadá). El P. Daniel Perreault CMM es un misionero de Mariannhill que trabaja desde hace años en aquella zona conocida como el Polo Norte y que para la inmensa mayoría de nosotros es del todo desconocida.
Compartimos con los lectores de Familia Mariannhill lo que escribe en la mencionada carta el P. Daniel.
Desde mi última carta circular puedo empezar contando que he vivido muchos momentos hermosos, de alegría y esperanza, pero no me faltaron tampoco momentos de tristeza. Durante el año 2019 hubo muchos fallecimientos en la villa de Pond-Inlet, por suicidio y homicidio. También los habitantes de la zona padecen una alta tasa de enfermedades respiratorias debido al tabaquismo. Casi todos los lugareños empiezan a fumar a los 14 años, no sólo tabaco. Todo ello, no sólo es causa de graves problemas de salud, sino también sociales, dado que lo que la gente gasta en tabaco [una cajetilla de 25 cigarros cuesta 27 dólares] no lo gasta en comida. Si a todo ello se le añade el consumo frecuente de alcohol y de drogas, uno puede entender que los problemas sociales de todo tipo, derivados de la situación, no son pocos.
Por otro lado, como algo positivo tengo que reconocer que el Señor me ha dado la oportunidad de contar con grupos de gente que luchan contra estas lacras. Son cada vez más las personas que se comprometen para hacer que la vida en sus prójimos sea cada vez más justa y fraterna. Todos estos ejemplos de entrega han hecho crecer en mí un gran sentido de solidaridad, sobre todo cuando nos vemos afectados por alguna situación trágica como las que he mencionado antes. Guardo con especial cariño el recuerdo de la gesta que realizaron los jóvenes del lugar, cuando renovaron las viejas tradiciones de caza y pesca para alimentar a las familias pobres y a las personas mayores que ya no pueden salir al mar o la tundra. He podido ver bastantes anuncios en los que se ofrecía a la gente necesitada carne o pescado fresco. Todo esto lo están haciendo los jóvenes de manera desinteresada. Todo ello han sido verdaderos motivos de esperanza para mí.
En el otoño del 2019 tuve la oportunidad de participar en Roma en el XXX aniversario de la fundación del Sistema de Células Parroquiales de Evangelización. Fue una oportunidad maravillosa para conocer gente de todo el mundo – estuvieron representados 32 países -. Pudimos compartir nuestras experiencias y celebrar junto a nuestro Papa Francisco. ¡Qué momentos tan intensos los vividos, en que pudimos dar gracias al Señor, que es el maestro de esta obra! Y durante esta estancia en Roma, pude representar a mi Iglesia diocesana en el Congreso “Iglesia en la salida”, convocado por el Papa Francisco sobre la Nueva Evangelización. Las conferencias, los talleres y las celebraciones fueron realmente una fuente de alegría y esperanza para mí. Aunque se dé resistencia en algunos lugares, he sido testigo de que este movimiento de evangelización se está abriendo camino en todo el mundo y que ni las mayores adversidades van a poder detenerlo.
De vuelta en mi parroquia se me ocurrió ofrecer a mis feligreses en Iqaluit una primera sesión de catequesis en la Escuela de Evangelización de San Andrés. El propósito de este programa es permitir que las personas que aún no conocen a Jesús o que saben muy poco sobre Él puedan tener una verdadera experiencia de encuentro con Él y luego pasen a integrarse en una célula de evangelización y en la comunidad parroquial. Como era la primera experiencia de este tipo, me pareció oportuno comenzar convocando a los feligreses, ya practicantes, que quisieran involucrarse aún más. Así ellos mismos podrán ser los animadores de las futuras sesiones de la Escuela de Evangelización de San Andrés, dado que es imposible traer aquí gente de otras partes de Canadá, pues los costos de transporte son prohibitivos.
Teníamos programado para finales de Febrero del 2020 una nueva sesión de catequesis de la Escuela de Evangelización de San Andrés, que debía comenzar con un retiro cuaresmal, al que estaba previsto se unieran los anglicanos de Iqaluit. Pero llegó el Covid-19 y tuvimos que suspender las celebraciones y reuniones con personas. Con la ayuda de mis colaboradores, desde el Domingo de Ramos, empecé a grabar las celebraciones litúrgicas, para ser transmitidas por Youtube. Aunque haya muchas iniciativas de este tipo, es un consuelo para los fieles poder participar desde casa en las celebraciones de su parroquia. La Iglesia ha estado abierta cada día dos horas por la tarde para la adoración eucarística. Siempre hubo personas, que manteniendo la distancia requerida entre sí, se acercaron a la Iglesia. A ellos les ofrecía la posibilidad de recibir la comunión eucarística.
La pandemia ha sido – sigue siendo – una experiencia difícil de digerir. Hemos tenido que cambiar los hábitos de vida. Nos hemos tenido que adaptar a las normas recibidas para proteger a los que amamos. Y no sabemos cuánto durará todo esto. Pero, también es verdad que han salido a la superficie muchas cosas buenas. Nunca había visto tanta solidaridad y compasión como las que he podido ver desde que comenzó la pandemia. Lo he podido ver en la ciudad donde está mi parroquia. Curiosamente, en este tiempo de confinamiento, lo que ha prevalecido no ha sido el cerrarse a los demás sino la apertura a sus necesidades. Creo que esto es lo que se llama amor al prójimo.
Aunque en los días del confinamiento no fueron posible las celebraciones públicas de la Eucaristía, sin embargo, la misión de la Iglesia no puede parar para poder atender las necesidades de nuestro mundo herido. Así se revela lo mejor del ser humano: el amor de Dios que pasa por el amor a nuestro prójimo.
No he podido tomar vacaciones en el verano del 2020. He querido estar con mis feligreses cuando las autoridades han permitido las celebraciones públicas de culto. Gracias a Dios, mi salud sigue bien. Tengo la diabetes bajo control. Intento hacer las cosas lo mejor que puedo. He podido encender mi barbacoa durante los días de verano.
Rezo para que se pueda encontrar la vacuna y los medicamentos apropiados contra este virus tan maligno. ¡Cuento, como siempre, con vuestras oraciones, asegurándoos las mías!
P. Daniel Perreault CMM
Misionero de Mariannhill