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        Congregación de los Misioneros de Mariannhill

    "Mejores campos, casas, corazones"

A un lado del templo, como en el vestidor de un torero, aguardaban desplegados y ordenados todos los atributos de la nueva gracia a recibir: el diaconado, “don de Dios y tarea del hombre, con la ayuda de Dios”… o, quizá, es mejor decir: el servicio, “el servicio a Dios y a los hombres, sus hermanos”, algo que, desde hoy, nunca ya deberá dejar de practicar, aun cuando, en breve, sea ordenado sacerdote, pues se es diácono siempre y para siempre, a imagen de Jesús, “que vino a servir y no a ser servido”, humilde servidor de los siervos de Dios.

Llegó el gran día de la esperada ordenación diaconal del Frt. Rafael Manuel Chichava CMM, misionero de Mariannhill mozambiqueño, quien, tras la cruz procesional, los ciriales y el evangeliario, abría la comitiva hacia el altar de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, seguido por todos los sacerdotes concelebrantes y el Sr. Obispo de Salamanca, Mons. Carlos  López Hernández, mientras resonaban en las bóvedas parroquiales los tantanes africanos y las voces de los presentes entonaban con el coro: “Ka Xikwembnu sekeleka hi famba, ka Xikwenbu”, que en la lengua Shangana mozambiqueña, significa: “Levántate y vamos al altar, levántate”.

Su Primera Comunión, no como cristiano, allá en su tierra, cuando era niño, sino como Diácono de Dios, de manos de Mons. Carlos. El diácono ha de ir a la Fuente y llenarse de Ella, saciando su hambre y su sed…

Todo termina con el abrazo de paz, que se efectúa con el himno con la Oración del Abad Francisco resonando en los oídos de todos: “Vosotros todos los santos de Dios, por la Sangre preciosa de Cristo el Señor, obtenedme la gracia de que pueda alcanzar: Siempre hacer la voluntad de mi Dios, siempre estar unido a Dios. Sólo pensar en las cosas de Dios, sólo hacer todas las cosas por Dios. Entender lo que soy a los ojos de Dios, conocer mejor la voluntad de mi Dios, en todo quedar recogido en Dios, en todo buscar la gloria de Dios”.

Se trata de dejar a Cristo que siga vivo en mí y sirviendo a través de mí, de mis sentimientos, cualidades y buena disposición, prestándole a Él lo que tengo y lo que soy, mi tiempo y mi persona, para ser hoy, entre los hombres, mis hermanos, Sus manos servidoras, Sus pies diligentes, Su mirada amable, Su Palabra verdadera, reconfortante y liberadora, y Su corazón misericordioso y entregado, para que el mundo crea.

En segundo lugar, la dalmática, vestido procedente de Dalmacia, de ahí su nombre, que se puso de moda entre lo nobles romanos y que la Iglesia adoptó para sus diáconos, pues el hecho de tener mangas, no entorpece su servicio del altar.

Después, arrodillado a un solo peldaño de la explanada del altar, recibe la imposición de manos del Obispo, que le transmite la efusión del Espíritu Santo, y ora sobre él, diciendo: “… Envía sobre él, Señor, tu Espíritu Santo, para que, fortalecido con tu gracia de los siete dones, desempeñe con fidelidad el ministerio… Que resplandezca en él un estilo de vida Evangélica, un amor sincero, solicitud por pobres y enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales…”

Entonces, en señal de total sumisión a Dios, que le llama y de quién obtendrá la fuerza y la gracia, los dones y carismas, el amor y los frutos necesarios e imprescindibles para el desempeño de su nueva misión, el Frt. Rafael se recuesta bocabajo en el suelo parroquial, mientras todos entonan las letanías de los santos.

  Tras la homilía, en que Mons. Carlos fue desgranando las dimensiones de la persona y la misión de San José que podían serle de utilidad al Frt. Rafael en el ejercicio de su ministerio diaconal, llama de nuevo ante sí a éste, que ocupa un lugar frente a él junto al primer peldaño de la grada, sin subirla todavía, y, llamándole “querido hijo”, le pide público testimonio de su voluntad de recibir dicho ministerio: “¿Quieres desempeñar, con humildad y amor, el ministerio de diácono, como colaborador del Orden sacerdotal y en bien del pueblo cristiano?”. La respuesta no se hizo esperar: “Sí, quiero”.

Llegado a los pies del altar, él no sube, toma su puesto abajo, junto a las gradas, a las que solo accederá para la gran transformación: convertirse en diácono de la Iglesia de Cristo, y a las que sólo subirá para tomar su puesto, como tal, junto al altar, que representa a Cristo, para su servicio.

Para después poder llenar a otros y saciar el hambre y la sed de estos, repartiéndoles el alimento a su tiempo y enseñándoles y llevándoles a Dios, a tiempo y a destiempo, viviendo para Dios a tiempo completo, para que un día pueda vivir en Dios por la eternidad, pero no solo, pues como decía la plegaria de ordenación: “Que tus mandamientos, Señor, se vean reflejados en sus costumbres, y que el ejemplo de su vida suscite la imitación del pueblo santo… Y que, imitando en la Tierra a tu Hijo, que no vino a ser servido sino a servir, merezca reinar con Él en el Cielo”. Amén.

 

¡Enhorabuena, querido Rafael!

  El nuevo diácono, ya junto al altar, continúa toda la celebración ejerciendo su ministerio, por primera vez. Preparar la ofrenda para su consagración, verter el vino en el cáliz, casi como cuando era acólito, pero ¡qué diferente ahora: Ministro de Cristo, al servicio del altar y del pueblo de Dios! Y, mientras lo hace, el coro y toda la asamblea con él, entonan a viva voz: “Toma mis manos, te pido; toma mis labios, te amo; toma mi vida, oh Padre, tuyo soy, tuyo soy…”

 Y, por último, el Libro de los Evangelios, para el servicio de la Palabra, por medio de su proclamación y predicación: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”.

 A veces, el hábito sí hace al monje, todo depende de la unidad con Cristo de quien lo recibe: “Tú en Mí, como Yo en ti”, “Conmigo todo lo puedes, sin Mí no puedes hacer nada”, “el que no recoge conmigo, desparrama”, “Yo te digo que si crees, verás la gloria de Dios”…

Tras la plegaria de ordenación y asistido por el diácono permanente, como padrino de ceremonia, se va revistiendo de todos los símbolos de su nuevo ministerio. En primer lugar, la estola, colgada en bandolera, al estilo diaconal, que recuerda su humilde origen como toalla para secar los utensilios del altar y, quizá, también, aquella otra toalla que Jesús se ciñó para lavar los pies de sus apóstoles en la Última Cena, sirviéndoles y amándoles, así, hasta el extremo.

  ¿Qué pasará por su cabeza en estos momentos? ¿Y por su corazón, qué pasará? ¿Quizá recuerde el momento de su llamada? ¿Le preocupe, tal vez, la gravedad de su decisión y la responsabilidad de su nueva tarea en la Iglesia? ¿Pensará en el sacerdocio ya cercano?... Quizá escuche aquellas palabras bíblicas que dicen: “Tú eres mi hijo, Yo te he engendrado hoy”…

Finalmente, El Frt. Rafael sube a media grada, se arrodilla y pone sus manos juntas entre las del Sr. Obispo, en señal de respeto y obediencia, y D. Carlos le hace su última pregunta al candidato: “¿Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu Superior legítimo?”  y ante la respuesta afirmativa del Frt. Rafael, proclama:  “Dios, que comenzó en ti la obra buena, Él mismo la lleve a término”.

Escuchado el mensaje de las lecturas propias de la solemnidad de San José: “Yo seré para él un Padre, y él será para Mí un hijo”, “Sellé una alianza con mi elegido”, “Él me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora”, “Te hago Padre de muchos pueblos”…, el Sr. Obispo llama ante sí al candidato y pregunta al Superior Provincial de los Misioneros de Mariannhill, P. Lino Herrero Prieto CMM, si le consideraba digno de ser ordenado diácono y éste responde afirmativamente, diciendo: “Doy testimonio de que ha sido considerado digno”… en ese momento, el Frt. Rafael es “elegido” para el Orden de los diáconos y todos damos gracias a Dios por ello.