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El trapense norteamericano P. Thomas Merton, se interesó por el “fenómeno Mariannhill” y en uno de sus libros, “Las aguas de Siloé”, escribió sus opiniones y pensamientos sobre el Abad Francisco Pfanner y Mariannhill en estos términos:

 

Testimonio: «Ante nuestros ojos tenemos el impresionante espectáculo de una misión trapense en la que los monjes contemplativos habían conseguido, en unos pocos años, un éxito más espectacular de lo que muchos, en una orden religiosa activa, se hubieran atrevido a soñar.

 

Lo más impresionante de esta nueva misión consistía en que operaba sobre líneas puramente benedictinas. Era un apostolado de oración y trabajo (ora et labora), de liturgia y labranza. Lo que tenía lugar en las filiales misioneras establecidas por Dom Francis Pfanner era exactamente el mismo proceso que había marcado la cristianización de Alemania y de todo el norte de Europa por los monjes benedictinos cientos de años antes.

 

Cada misión filial era un pequeño monasterio con varios sacerdotes y con media docena o más hermanos. Junto a ellos había una pequeña comunidad de hermanas, pertenecientes a una nueva Congregación fundada por Dom Francis para que enseñaran en las escuelas que él iba construyendo. Alrededor de cada iglesia y escuela se fue levantando todo un poblado de cristianos africanos, con una casa para huéspedes y toda clase de talleres.

 

Los monjes enseñaron a los nativos todas las artes y oficios que uno se pueda imaginar y les instruyeron en la pintura, música, fotografía y demás. Los africanos que más prometían fueron preparados para el sacerdocio en un nuevo seminario en Mariannhill. La mayor parte de la población trabajaba la tierra en extensas granjas cooperativas.

 

La belleza de la vida no estaba simplemente en su productividad material, sino en el hecho de que todo esto estaba centrado en torno a la iglesia y encontraban su expresión más culminante en las grandes fiestas litúrgicas, que tanto alegraban el corazón de los africanos. Llenaban las iglesias y cantaban con sus afinadas voces y formaban largas procesiones y en masa recibían los sacramentos, con tal fervor, que se quedaban admirados los mismos sacerdotes que los administraban.

 

Pronto, la sabana sudafricana quedó salpicada de colonias monásticas, llamadas con los mismos nombres de famosos santuarios de Europa: Reichenau, Einsieldeln, Monte Cassino, Lourdes, Czenstochau, Clairvaux, Citaux… y muchos otros».

 

                                                                               

 

(P. Thomas Merton: “Las Aguas de Siloé”. Nueva York: Harcourt, Brace

and Company [1ª edición], 1949), p. 1157