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«Cuando (el Abad Francisco) quiso fundar una comunidad de religiosas, chocó con la negativa del obispo Jolivet, con quien, por otra parte, se llevaba muy bien. ¿Y qué hizo el campesino de Vorarlberg (el Abad)? Llamó a Sudáfrica a más misioneras auxiliares. Jóvenes que, voluntariamente, se pondrían al servicio de la misión.

 

El llamamiento, lanzado en la revista de Mariannhill “Nomeolvides” (sucesora de las “Hojas volantes”), obtuvo una respuesta positiva. Pocos meses después, el 5 de agosto de 1885, partieron para Natal las primeras cinco señoritas, en compañía del “hermano limosnero y propagandista” Zacarías.

 

Llegaron a Mariannhill en medio de una lluvia torrencial. “Un buen signo”, dijeron los africanos. Salió a recibirlas el P. Joseph Biegner, que las obsequió con una suculenta comida y con la lectura de un capítulo de la “Imitación de Cristo”. Se veía claro, desde el principio, que formarían una comunidad religiosa. Misioneras auxiliares exentas, pero con miras a un compromiso ulterior.

 

El alojamiento de las cinco jóvenes era austero y monacal. La cama constaba de una primitiva armadura de hierro con jergón de paja, dos mantas y toscas almohadas. Aparte de esto, un tablero de madera sobre una tina de cemento: la mesa, sin sillas. De armarios u otros muebles,  ni rastro…

 

A la mañana siguiente, después de la misa, las cinco auxiliares fueron saludadas por el Abad Franz, quien manifestó el deseo de que vistiesen uniforme, ofreciendo él mismo, práctico como siempre, unas sugerencias: vestido rojo, delantal gris, esclavina negra y gorrito blanco. Así pues, un uniforme multicolor. Porque tal era el gusto de los nativos.

 

El 8 de diciembre de 1885 aparecieron por primera vez con tan pintoresco atuendo. Los africanos se quedaron boquiabiertos, abriendo sus grandes ojos de asombro. A las jóvenes y elegantes damas comenzaron a llamarlas “amakosazana” (es decir, “princesas”). El Abad Franz sonrió, satisfecho. Había logrado exactamente lo que deseaba.

 

Un día después de la llamativa “investidura”, las jóvenes auxiliares se hicieron cargo de la escuela de niñas, regentada, hasta entonces, por una sudafricana blanca, hija de un colono. Ésta, por su parte, se asoció a la comunidad, prestándole un gran servicio, pues las cinco alemanas no sabían ni una palabra del idioma zulú. Franz Pfanner, de esta manera, incorporó, desde el principio, fuerzas laicas a su obra misionera. ¡Algo nuevo y revolucionario en aquella época!

El nacimiento de las “Monjas Rojas”, “Misioneras de Mariannhill”, “Hermanas Misioneras de la Preciosa Sangre” (CPS)

Consecuentemente, como durante toda su vida, también llevó las cosas hasta el final. Dispuso, siguiendo los viejos y bien probados usos monásticos, que las jóvenes damas eligiesen una superiora y una asistente. No es extraño que, muy pronto, el pequeño grupo desease, también, regirse por una “regla”. El Padre Franz escribió los estatutos en unas pocas páginas.

 

Al cabo de unas semanas, llegó el obispo Jolivet a Mariannhill. Su primera pregunta, al ver a aquellas jóvenes con tan llamativos vestidos, surgió espontánea: “Dígame, ¿qué clase de gente es ésta?” Pfanner contestó, guiñando un ojo: “Mis colaboradoras”. Así se resolvió el “problema de las religiosas” En adelante, Jolivet estuvo conforme con todo lo que el abad de Mariannhill hizo con sus auxiliares de misión.

 

A la regla provisional siguió otra más detallada. Desde 1888, las auxiliares hicieron votos públicos. Recibieron hábito religioso y ceñidor de cuero. Fueron reconocidas, por vía de prueba, como congregación diocesana. Roma dio, para ello, su bendición. La pequeña comunidad aumentó muy rápidamente. Cada dos meses llegaban nuevos refuerzos de Europa.

 

En 1902, escribió el Abad Franz a un amigo de juventud en Austria: “Estas Hermanas Rojas no existen en ninguna otra parte del mundo. Ahora son ya unas 300. Se dedican a las escuelas y a las labores del campo. Se puede decir que forman una congregación de fomento agrícola. Son muy apreciadas por la gente… Actualmente, están, ya, extendidas por el África oriental alemana, el Congo, Rhodesia (actual Zimbabwe), El Cabo y Natal.

En 1906, las “Hermanas Rojas”, ya denominadas “Hermanas misioneras de la preciosa Sangre” o, popularmente, “Hermanas de Mariannhill”, fueron aprobadas por Roma. Un gran éxito para el anciano Abad.»

 

                      (De Adalbert Ludwig Balling CMM: “¿Rebelde sin causa?...”)