El abanico del Evangelio
Es el Evangelio como un abanico un tanto peculiar. Lo más importante en todo abanico es el tornillo o pasador que une las varillas, sobre las que luego se desplegará la tela.
Jesucristo, Hijo del Padre e hijo de María, Dios y Hombre, único Salvador del ser humano y Mediador entre éste y Dios, es el tornillo-pasador de ese peculiar abanico, que decimos ser el Evangelio.
¿Y cuáles con las varillas del abanico? No pueden ser otras que las principales facetas del misterio de Jesucristo. Hemos identificado doce, que vamos a ir enumerando y diciendo una breve palabra sobre cada una de ellas.
Primera varilla: Nace para todos
Aquel al que esperábamos ha llegado. Nació para los de cerca y los de lejos: para todos. Este Niño es el regalo de Dios a la humanidad. Por ello su estrella brilla en cualquier rincón de la tierra y cada corazón humano se siente atraído por ella. Los limpios de corazón la ven y se llenan de gozo. Vamos a unirnos a la gran caravana de los que buscan a Dios, para adorarle y ofrecerle lo que guardan nuestros cofres.
Segunda varilla: Hijo de María
Y la madre de este niño se llama María. De ella recibió todo lo que de hombre tiene. La sangre de María corre ahora por las venas de Dios. Como buena madre, le alimentó y educó. Los corazones de ambos siempre han latido a la par. Y la madre creía en el Hijo y colaboró con su misión. Grande es María por ser madre y educadora; aún más grande por ser discípula. En esto último todos la podemos imitar.
Tercera varilla: Un hogar y una familia
Con María, su madre, y con José, el esposo de ésta, Jesús formó parte de aquella familia que vivía en un hogar de la aldea de Nazaret. En el seno de esta adorable familia Jesús aprendió a ser hombre, mientras iba creciendo en edad, sabiduría y gracia. No dejemos de peregrinar hacia aquel hogar y de contemplar aquella familia. Haciendo así, aprenderemos a valorar, potenciar y defender la familia.
Cuarta varilla: Judío de raza
Una madre, una familia y un pueblo: cuando Dios se encarna lo hace con todas las consecuencias. Sus abuelos, judíos; judías también sus raíces y tradiciones, su cultura y religión. Amante de su pueblo, Jesús tuvo la libertad interior para juzgar en él todo aquello que no fuera auténtico y genuino. Los que vivimos en tiendas amamos todo lo nuestro, pero sabemos que no podemos dar un carácter absoluto a nada de acá. La Patria está allá.
Quinta varilla: Hombre como nosotros
Cuando el Verbo se hizo hombre, saltando de la eternidad al tiempo, asumió toda la precariedad de nuestra carne humana: sed, cansancio, hambre, sueño, miedo, desánimo… Se hizo hombre de la misma pasta de la que estamos hechos nosotros. Y aunque nuestros ojos le vean como un deshecho de hombre, la mirada interior no nos engaña: ahí tenemos al hombre. Por ello la precariedad de la condición humana no resta nada a su alta dignidad.
Sexta varilla: Cordero inocente
Hombre como nosotros; en todo igual a nosotros, excepto en el pecado. Así fue presentado Jesús en público. Oculto en la fila de los pecadores, Él es cordero inocente y sin mancha, que viene a quitar el pecado del mundo. No es menos hombre por no haber conocido el pecado; ni deja por ello de compadecerse de los que somos pecadores. Recordemos que el pecado nada aporta de valor a nuestra condición humana; al contrario: nos degrada.
Séptima varilla: No por todos aceptado
El que pasó por el mundo haciendo el bien a todos, no fue por todos aceptado. Siendo Él amigo de todos, misteriosamente algunos se hicieron sus enemigos. Jesús es bandera discutida, ante quien ningún corazón queda indiferente. Dios se ofrece como futuro al hombre y éste puede rechazar la oferta. Es el misterio de la libertad humana usada contra Dios. Cuando así ocurre, ¡cuánto pierde el hombre y cuánto llora Dios!
Octava varilla: Dios crucificado
Parece imposible creer que Dios murió crucificado; pero así fue y aconteció. Nadie le arrancó la vida a la fuerza: Él la entregó porque quiso. Y en aquella muerte Él puso todo su amor por nosotros. Quien al nacer fue llamado ‘Dios con nosotros’, al morir puede ser confesado como ‘Dios para nosotros’. La cruz ha florecido porque en ella alguien ha muerto amando. Nuestras cruces se tornan valiosas, si ponemos mucho amor al llevarlas.
Novena varilla: Su madre como herencia
A punto de salir de este mundo y de volver al Padre, Jesús nos deja como legado valioso y precioso a su misma Madre. A Ella le pide que nos acepte como a verdaderos hijos y a nosotros nos ruega que la llevemos a nuestra casa, como si de un gran tesoro se tratara. En la fe de la Iglesia y en nuestra vida de creyentes María no es un añadido superficial, porque ¿quién considera a su madre como un simple adorno?
Décima varilla: Se nos da en comida
Habiendo vuelto al Padre y mientras esperamos activos su venida, sigue Jesús con nosotros, porque se ha quedado entre nosotros. Él está a la par presente y cercano, tras el velo del pan blanco y del vino rojo. Sigue Jesús al alcance de nuestra mano, como comida para alimentar nuestra existencia. ¡Qué ingenioso es el amor! Ahora Él es ‘Dios en nosotros’: de verdad y sin figuraciones. ¡Qué nos aproveche!
Undécima varilla: Vida de nuestra vida
El que murió de verdad, verdaderamente ha resucitado y vive para siempre. Él es el viviente. Su vida es la vida de la nuestra. Ha sembrado en nosotros semillas de inmortalidad y, habiendo entrado Él en el país de la vida, dejó tras de sí la puerta abierta para que todos tengamos vida en plenitud. El cielo ha comenzado en el bautismo. Vivimos ya las primicias, mientras anhelamos la plenitud.
Duodécima varilla: Él es todo corazón
Dios, que es todo corazón, quiso también tener un corazón de carne, para poder amarnos aún más. Océano inmenso, serena majestad es el Corazón de Cristo, Corazón de Dios. Y en él nos ha hecho sitio y hogar. Y ahora, como si de un mendigo se tratara, llama a la puerta de todo lo nuestro, para que le hagamos sitio y de demos posada en nuestro propio corazón. Corazón llamando a corazón.
El abanico del Evangelio tiene un tornillo o pasador que une a las varillas del mismo. La persona de Cristo mismo es el centro mismo del Evangelio. Las facetas del misterio de Cristo, que acaban de ser enumeradas, serían las varillas. Todo esto se nos da como gracia y don.
A nosotros nos corresponder extender la tela del abanico, que admite variedad de texturas, colores y diseños. Pero eso ya es tarea nuestra. La agradable brisa producida por este peculiar abanico, cuando es puesto en movimiento misionero, llevará aires de Evangelio a la vida de los demás.
P. Lino Herrero Prieto CMM
Misionero de Mariannhill
© Ilustraciones: George Nene / CMM-Bulawaayo (Zimbabwe)