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Queridos amigos: Hace veintiséis años que salió de este edificio el último grupo de alumnos [Curso 86/87]. Hace cincuenta y dos años que llegó el primer grupo de alumnos [Curso 61/62]. El tiempo pasa con sus pasiones y nosotros vamos pasando con él. Pero no es éste el momento ni el lugar para entretenerse en evocaciones nostálgicas. Estamos en un ámbito religioso, celebrando una acción sagrada, y lo que toca ahora es destacar que, mientras vamos pasando, Dios permanece como garantía de sentido. Permitidme centre

esta reflexión en dos palabras, que acabo, precisamente, de mencionar: Dios y sentido. Empiezo por la segunda.

 

SENTIDO

 

Los años transcurridos y las circunstancias vividas por cada uno de nosotros han hecho que sepamos muy poco unos de otros. Detrás de la alegría del abrazo y del reencuentro, surgen algunas preguntas un tanto inquietantes:

¿Será feliz el que me ha saludado? ¿Cómo le habrá tratado la vida? Aun sabiendo muy poco unos de otros, creo que no nos equivocamos al pensar que en la vida de todos nosotros se ha dado de todo, haciendo que la misma vida, ya de por sí compleja, haya conocido tramos de verdadera complicación. ¿Qué decir, pues? Necesito una imagen para explicarme. Cuando hay una tormenta en alta mar y éste está picado o con fuerte oleaje, ¿dónde ocurre todo esto? En la superficie; pues en el fondo del mar hay calma y tranquilidad. Pues bien, pese a todos los pesares, aunque a veces desnortados, me atrevo a pensar que la brújula del sentido común y del sentido último de la existencia nos ha ayudado a reconducir la barca personal. Verdad es que todo ello no nos ha salido gratis, pues hemos tenido que pagar nuestro precio en forma de lágrimas: de las que se ven y mojan y de esas otras que, aún siendo invisibles y secas, vienen cargadas de sal. Y tengo que volver a echar mano de otra imagen para explicarme bien.

 

La vida humana se puede comparar a un tapiz. Todo tapiz tiene su anverso y su reverso. Ahora sólo vemos el reverso con un revoltijo de hilos y lanas de muchos colores, sin aparente orden ni concierto, muchos nudos y no pocos tijeretazos, que se nos antojan quiméricos. En el anverso está surgiendo la obra de arte, que un día se nos permitirá contemplar.

 

Dios es el artesano que va tejiendo el tapiz de nuestra vida en la trama de la existencia. Y acabamos de mencionar la segunda palabra de esta reflexión: Dios.

 

DIOS

 

Dios –y no es ocioso recordarlo– es más que la palabra que lo evoca y que la idea que tenemos sobre Él. Respiramos hoy un aire un tanto contaminado en todo lo relacionado con Dios y la fe. Se nos presenta a Dios como un ser lejanísimo, centrado en sus cosas y muy ocupado en no hacer nada, al que le resbala y le trae sin cuidado lo que los seres humanos vivimos. O bien se nos presenta a Dios como una especie de rival envidioso de la suerte y de la felicidad del ser humano, que parece estar empeñado en cercenar los sueños de superación de éste.

 

Por otro lado el creyente en Dios es presentado como un apocado, que se refugia en las sacristías de la piedad, porque le tiene miedo a la intemperie de la calle; que calma los dolores del más acá con su adicción a la morfina de una esperanza en el más allá; que se entretiene en adorar al que no ve a fin de no ver las necesidades del ser humano y no tener que atenderle en ellas. Respetando las opciones religiosas de cada cual o la ausencia de las mismas, uno tiene la impresión que algunas de las opiniones sobre Dios y la fe vienen marcadas por clichés muy manidos, fruto de una gran pereza intelectual. El Dios cristiano no es así ni la fe en Él tampoco. Nuestro Dios potencia nuestros mejores deseos de superación y es el primer interesado en promocionar al ser humano, a fin de que éste alcance el máximo de sus posibilidades. Nuestro Dios es el mayor garante de nuestra dignidad como seres humanos. Por otra parte, cuando los creyentes en Dios nos arrodillamos ante Él, lejos de rebajarnos, alcanzamos nuestra verdadera talla. Darle cancha a Dios en la propia vida no nos quita nada, antes al contrario, nos aporta sentido de vida, desatando en nosotros un movimiento de solidaridad, que nos urge y lleva a ayudar a los demás.

 

Queridos amigos: Termino ya. Tengo para mí que, a toro pasado de los años transcurridos, podemos reconocer que la formación recibida en este seminario de Mariannhill nos ha aportado a todos aquellas herramientas para poder vivir con sentido, orientado nuestra existencia hacia Dios, puerto final de toda navegación. Así sea.

 

P. Lino Herrero Prieto CMM