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El viacrucis del Abad Francisco. “Si el Abad no va a la montaña,… ”

Testimonio: «El día 1 de mayo de 1909, el abad, apoyado en el robusto brazo de su fiel amigo Pablo Kantolo, salió de la Iglesia (de la misión) de Emaús (última residencia del Abad Francisco hasta su muerte), donde había asistido a la misa del P. Joseph (Biegner CMM, fiel compañero del Abad Francisco durante los últimos cuarenta años).

 

Al salir, insinuó al joven amigo africano querer subir a la cumbre (de la montaña llamada “Monte Calvario”), recorriendo las estaciones del Viacrucis (que él mismo había labrado en la piedra años atrás): “Me gustaría subir, aunque sólo fuera una vez más. Allá arriba me he sentido siempre feliz. Hoy está el cielo tan claro, que podrían verse las cumbres blancas. Pero es imposible. Debo esperar a contemplarlas desde el Cielo”.

 

En aquel momento, un peñasco se desprendió de la cumbre, rodando ladera abajo, y vino a pararse a los pies del anciano. El abad permaneció con los ojos fijos en la roca y dijo: “Los árabes tienen un proverbio: “Si el profeta no va a la montaña, la montaña viene al profeta”. Como yo no podía subir a la roca, la roca ha venido hasta mí. Me parece que estoy contemplando la losa de mi tumba”.

 

(“Lo que nos resultaba más raro era cómo había sido posible que se desprendiera esa enorme roca, para pararse, luego, en aquel lugar. […] Allí está todavía, cerca de nuestra capilla el enorme peñasco, como un perenne recordatorio de nuestro venerable Padre, quien, desde entonces, guiado por la mano de Dios, se encaminó y -así lo esperamos- alcanzó la meta eterna” -tomado del testimonio del P. Joseph Biegner CMM-).

 

Días más tarde, aquejado de grandes dolores, debido a la enfermedad, permanecía en el lecho, atendido por las hermanas, el P. Joseph y un hermano. En el lecho dijo: “Ahora, quiero morir, soy bastante viejo. No recéis por aliviarme de mis dolores, ya que todos debemos sufrir en esta Tierra; rezad, en cambio, para que tenga una muerte feliz”.

 

En la madrugada del 24 de mayo, mientras esperaba la llegada del P. Joseph, que había salido a atender a un moribundo, viendo que no venía, dijo: “Sí, también aceptaré este sacrificio. Tomando un cirio encendido y fijando la mirada en él, dijo su última palabra: Luz”».